Experimento Rojo peligro (placeres caníbales 1)

Escamas negras

ESCAMAS NEGRAS

*.*.*

Sabía quién era yo, quiénes eran mis padres y dónde vivían. El problema era que no sabía nada más acerca de mí o del lugar en el que desperté.

Desperté debajo de un escritorio de largas patas que pertenecía a una oficina con un pequeño baño mal trabajado. Tan solo fui consciente del lugar en el que me encontraba, porque un dolor se apoderó de la parte inferior de mi cabeza: se debía a una herida en la nuca que pude sentirla hasta con la yema de los dedos. Pero no era profunda y no sangraba más.  

¿Cómo fue qué me la hice? Y, ¿cómo fue que llegué hasta esa oficina destrozada?

Sobre el escritorio del que salí, se hallaba un computador de pantalla plana. Su Pc estaba hecho pedazos al igual que el teclado, varias de sus piezas esparcidas por el suelo y junto a una silla de rueditas. Había estanterías en la pared junto a la pantalla: repletas de botellas vacías y desacomodas, al igual que muchos pequeños y delgados frascos derramados de extraños líquidos coloridos.

Además de eso, un archivero platinado se hallaba muy mal acomodado en una contra esquina de la habitación. Poco faltaba para que terminará cayendo. Tal archivero tenía todas sus cajoneras extendidas y, sobre todo, vacías. Solo echar una mirada al rededor podía encontrar cientos de trozos de montón de hojas que cubrían la porcelana: seguramente se resguardaban en el archivero.

Las paredes eran todas de concreto, había un gran panel de control del tamaño de una persona adulta y robusta. Estaba lleno de botones y un lente oscuro en el centro de una de las paredes. Pero había un motivo por el que no funcionaba, ya que, al igual que la Pc, los botones del panel estaban hechos añicos y había un agujero en su centro: un agujero en el que podía encontrar una bala.

Aquí nada parecía funcionar.

Nada parecía estar bien.

Lo más perturbador de la oficina, no eran las hojas mayormente despedazadas, ni el panel o la Pc destruidas, sino el lugar... Todo el lugar, porque no era la única habitación.

Fuera de ella, una escalera metálica de muchos escalones llevaba a un piso inferior: a un enorme salón que, solo echar una pequeña mirada, perturbaba. En el centro de ese salón, había una hilera de computadoras conectadas a otras formando un considerable círculo, y lo que ese círculo de computadoras rodeaba, era verdaderamente intrigante. Inquietante y abrumador.

Más inquietante que ver el tamaño de los muchos cables de corrientes que salían de un agujero en el centro de las computadoras, y se conectaban a diferentes tubos que se encontraban ahí mismo. Esos tubos enormes, eran de al menos cuatro metros de altura y dos de anchura. Tenían una forma un poco ovalada en el centro, y estaban rodeados de una extraña capa metálica que, cada cierto tiempo, producían un sonido mecánico que me alarmaba.

La primera vez que me acerqué a una de ellas, juré escuchar unos golpes provenientes de su interior. Fue desconcertante y no pude evitar golpear el metal un par de veces para volver a escucharlo, pero no sucedió nada más.

Para ser más franca, ni siquiera sabía cuánto tiempo había transcurrido desde que desperté, y no encontraba una sola salida a la cual acudir.

El salón estaba rodeado de puertas que, para mi sorpresa estaban selladas. Cada una de esas puertas con ventanillas cuadrangulares, llevaban a diferentes pasillos del área. No importaba qué hiciera, la seguridad de las puertas era mediante el uso de contraseña. Lo intenté cientos de veces, inventando cualquier digito que contuviera siete números, y con ninguna pude abrirlas. Busqué el código en la oficina, incluso debajo de los computadores y cualquier otra mesa, pero no había nada.

Y creí por un momento que al golpearlas con el extintor rompería el cristal, pero ni eso conseguí al final.

El lugar, que más bien parecía un laboratorio por los cientos de envases cristalizados con partes perturbadoramente humanas, estaba abandonado, y con muy poco funcionamiento eléctrico.

Sí, para mi desgracia, parecía abandonado. Porque no importó cuantas veces grité en cada puerta, esperando a que alguien apareciera y me ayudará a salir, no sucedió nada. Y pese a eso, todavía seguí revisando en cada una de ellas, observando los pasillos con la esperanza de que al menos alguien apareciera tardeo o temprano. Con la esperanza de equivocarme y que en realidad sería encontrada.

No tenía idea de cómo llegué aquí, sin recuerdos si quiera de dónde estaba antes. Al principio pensé que se trataba de un secuestro, pero nada tenía la imagen de serlo. Luego tuve la idea de que tal vez, trabajaba en ese lugar. Pero el sentido de eso se perdía, al saber que no recordaba nada, saber que era la única en este lugar y saber, que el polvo comenzaba cada vez más a cubrir todo materia.

¿De qué se trataba? Era acaso..., ¿una pesadilla? No sabía, estaba confundida, aturdida y asustada. Perdida.

—Si fuera un sueño ya habría despertado—musité.




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