Experimento Rojo peligro (placeres caníbales 1)

El hambre de 09 Rojo

EL HAMBRE DE 09 ROJO

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El shock era tanto que no supe en qué momento el número diez saltó por todo el techo y se encaramó en un empujón hasta al suelo junto a las máquinas de alimento. Evadiendo al instante, el furor de los tentáculos negros que golpearon contra el techo y se desparramaron a todos lados de éste.

No eran tentáculos, pero era la única forma en la que podía explicar lo que estaba viendo.

Se me comprimió el estómago cuando vi la forma en que se sostuvo sobre sus canclillas, doblando sus rodillas para estirar su cuello y observarnos. Pasó su mirada del Noveno a mí y volviendo a él. Todo su cuerpo estaba bañado en escamas, ninguna se le había caído aun rebelando parte de su piel humana… Retiré la última palabra de mis pensamientos instantáneamente en cuanto lo encontré agrandando su boca, toda esa piel de su mejilla se estiró hasta romperse y dejar ver la grandeza aterradora de todos esos colmillos mucho más largos que los del Noveno.

¿Tan siquiera era humano? No, definitivamente no lo era.

Mis huesos saltaron debajo de mi piel cuando gruñó, cuando sus esféricos ojos rojos que no llevaban pupilas, se abrieron, clavándose solamente en una persona.  En él.

Retrocedí con torpeza y casi terminé cayendo sobre una de las sillas en el suelo, odié que el miserable ruido que emití atrajera su rostro con la misma velocidad en la que recordé que lo hizo el noveno dentro de la incubadora.

— ¿Qué le pasó? — quise saber más asustada que sorprendida. La verdad era que nunca me detuve a revisar la incubadora diez, pero se miraba exactamente igual a los cuerpos que estaba en la 08 y 09. Me sostuve de lo que pude ya que mis rodillas no me respondían, y abrí mucho los ojos para estar al tanto de cada amenazador movimiento. 

Desde la espalda baja del Décimo, se alargaba hacía atrás una engrosada cola como la de las lagartijas.  Puse atención, hasta su forma de caminar y moverse podía confundirse con el de un lagarto. Uno muy enorme. Me pregunté por qué había cambiado tanto su forma humana a la de un reptil.

—Evolución—respondió sin más.           

— ¡Eso te está pasando a ti también! — exclamé con una mirada desconfiada hacia el brazo del que salieron todos esos tentáculos. Estaba adquiriendo un color negro y una largura anormal.

Los tentáculos, o fuera lo que fueran esas cosas, se despegaron del techo y se dejaron caer sobre el cuerpo de la lagartija, la fuerza con la que los tentáculos se separaron del techo cuando el Décimo intentó echarse a correr a uno de los extremos del laboratorio, terminaron envolviéndolo, o quise pensar…

Cuando un leve gruñido a mi izquierda me hizo voltear.

Estaba ahí, sobre el escritorio de las 6 computadoras con botones de distinto color, sus manos encima la pantalla del botón naranja y la del botón verde— una de ellas que comenzó a parpadear a causa de lo mucho que el experimento se recargaba sobre ella—, su espalda encorvada y su rostro… sus ojos entornados en mi dirección.  Esas diabólicas esferas rojas que me reflejaban, inyectaron vértigo. Era veloz, muy veloz, ni siquiera había visto que se movió.  Mis manos se aferraron a uno de los braseros de la silla y, aunque todo mi cuerpo amenazaba con quedarse paralizado, al verlo alzarse de un salto hacía mí, mis brazos respondieron lo contrario.

El peso de la silla se cargó en mis músculos cuando me obligué a levantarla, apretando todos mis dientes y encontrando fuerza de donde no creí tener.  Y cuando al fin la tuve levantada, cada uno de los movimientos que hicimos había tomado una velocidad mucha más lenta.  Esa lentitud fue suficiente para ver, tanto los tentáculos del Noveno estirarse hacía nosotros, como ver el rostro del Décimo de tal forma que mi mente se lo dibujara.

Las escamas se hallaban pegadas a él como si fuera su única piel, marcaba incluso sus aterradoras facciones del rostro que no tenían nada que ver con las del Noveno, sino con las de una calavera. Abrió su boca que llegaba por encima de sus pómulos, y me mostró su larga lengua picuda y esos colmillos de tiburón más separados que los del Noveno. Todo el calor de mi cuerpo se escapó y un frio intenso tomó su lugar enseguida, era imposible que la silla llegara a golpearlo antes de que mi cabeza se encontrara en el agujero de su garganta, siendo masticada por los colmillos.

Pero sucedió, aquellos tentáculos golpearon contra la silla que se estampó rotundamente rápido con el torso del Décimo. Su boca ni siquiera tocó mi nariz, pero su aliento ya estaba clavado en mí. La fuerza de los tentáculos rompió con el agarre que tenían mis manos sobre el brasero de la silla, logrando que también todo mi cuerpo terminara cayendo. Y de la sorpresa, ni siquiera pude detenerme con los brazos, cuando mi mentón ya había tocado el suelo y el golpe aturdido mis sentidos.

Gemí por dolor.

El Décimo, que había salido disparado hacía la pared junto a la puerta del baño, hizo que ésta vibrara y grietas empezaran a alargarse sobre la misma. El polvo se alzó rápidamente como el humo y nubló toda esa área. Me paré sin reparar en mis dedos lastimados o mentón que palmeaban con dolor. Vi al Noveno pasar junto a mí: una de sus manos rozó mis nudillos y el calor que con anterioridad se escapó de mi cuerpo, volvió a mí. Él caminó en dirección a la pared que tenía grietas del tamaño aproximado de un metro, quedando a tan solo unos pasos para atraer todos esos tentáculos que rodeaban el cuerpo negro.




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