Experimento Rojo peligro (placeres caníbales 1)

Zona X

ZONA X

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Estanterías metálicas repletas de frascos.

Frascos llenos de líquidos amarillos con fetos... en su mayoría no desarrollados.

Toqué uno que estaba etiquetado como prueba de ADN código 088 área negra, zona X. Su estado tenía la forma de un bebé más normal que el resto. Con un cordón umbilical tan largo y lleno de agujeros de los que salía una raíz picuda, muy rara, como si fueran espinas.

Seguí revisando el resto de fetos, todos eran del área negra, zona X, pero con diferentes numeraciones. Lo único que los diferenciaban eran sus partes deformadas, a la mayoría le faltaba un brazo y las piernas, otros tenían la cabeza deformada, con muchas bolas en el rostro y cráneo

Era extraño, pero podía decir que ellos fueron las primeras pruebas para crear sus experimentos, y los cuales, al final, no dieron resultados. Fallaron muchas veces.

Que perturbador. ¿Cuántos fetos hicieron y con cuantos fallaron? ¿Y qué tanto fue lo que hicieron con ellos? En la sala en la que estaba, parecía haber más de cien. No quería imaginarme cuantos más habría en las siguientes salas de este pasillo.

Me aparté y salí de todas esas estanterías para revisar el resto de la nueva habitación a la que habíamos entrado. No había escritorios como en los primeros pasillos que recorrimos, este sitió parecía más un almacén de frascos, pero había una mesita con dos sillas, una máquina de café y un par de tazas de diferente color. Eran tazas muy curiosas, tenían la forma de un oso panda.

Más a fondo, junto a esa puerta en la que Rojo había entrado y todavía no salía, se encontraba una cajonera ocupada por una computadora que aún permanecía encendida, pero se necesitaba de un código para acceder a ella. Junto al teclado había un cuadernillo viejo, la mayoría de sus hojas estaban ocupadas, llenas de códigos, los mismos códigos que etiquetaban todos los frascos de esta habitación desde el 00 hasta el 105.

El cuaderno debía ser una clase de administración, manteniendo un orden de lo que debía estar en la sala.

Y eso era todo, no había nada más aquí.  Eché una mirada al techo y a la alcantarina debajo de mis pies, sin poder evitar enviarla a la puerta. No sabía por cuanto tiempo había estado ahí encerrado, pero ya empezaban a preocuparme si algo malo le había ocurrido a Rojo.

Un pequeño escalofrío recurrió toda mi espalda al imaginarme a Rojo masticándolos. Rápidamente saqué esos pensamientos de la cabeza y toqué mis labios. En ese momento que me besó, sentí que moriría. Mejor dicho, estaba muerta de miedo. Completamente desesperada y nerviosa, pensando en que me arrancaría la lengua o se llevaría un trozo de mi boca.

Lo cual nunca sucedió.

Pero, ¿por qué me beso? ¿De dónde había aprendido a besar a si? ¿Se lo enseñaron? ¿Por qué enseñarían a besar a un experimento o él lo había aprendido por su propia cuenta? Eso no dejaba de preguntarme. Era muy desconcertante y un acto que por mucho que quisiera, no salía de la cabeza.

La puerta se abrió, repentina e inesperadamente: al menos por ese momento. Sus ojos carmín fueron lo primero que vi. Lo segundo que encontré fue el dorso de su mano limpiando la parte inferior de su boca manchada de sangre. Y lo tercero, cuando giró vi todo su rostro sin una sola mancha de sangre, pero también vi, que la piel debajo de sus ojos estaba oscurecida.

Con inquietud, envié la mirada a los bolsillos de su bata. Solo uno de ellos permanecía vacío mientras el otro aún se mantenía lleno. No pude evitar preguntarme si esos pedazos eran para mantenerse seguro más adelante y no lastimarme.

—Sigamos— informó seriamente, dirigiendo sus pasos sin detener se a la puerta. Consternada, le seguí con la mirada hallando hasta ese momento, un agujero en la bata que cubría su espalda baja. Me pregunté cómo se lo había hecho, pesé que tal vez fue cuando se encerró en el cuarto pequeño para comer. Pero la verdad, era que parecía que llevaba más tiempo, porque alrededor del agujero y de esa tela rota, había mucha sangre seca.

Claro que era la sangre de él. Y seguramente, antes había una herida en su espalda que fue regenerada.

Aceleré mis pasos, analizando el agujero en la bata mientras salíamos al corredizo grisáceo. Seguí imaginando las muchas razones, pero eran tantas que decidí preguntar: 

— ¿Cómo te hiciste ese agujero en la bata?

Hubo un silencio en el que dirigió la mirada a mis labios, un lugar que no esperé que él viera, para dejarme con una incomodidad que hizo que me los apretara.

—Él me atravesó en el túnel, estaba comiéndome—su respuesta me dejó en shock, casi, endureciendo mis piernas e impidiendo que siguiera caminando de solo imaginármelo.

Los experimentos se devoraban entre sí…

—Era el mismo, ¿no es así? Regreso por nosotros—comenté, recordando cuando nos habíamos hundido en el agua para ocultarnos del monstruo.




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