Experimento Rojo peligro (placeres caníbales 1)

Un beso en la ducha

UN BESO EN LA DUCHA

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No sabía en qué momento comencé a cabecear, pero si sabía que estaba muy cansada y que había pasado mucho tiempo desde que quedamos atrapados en el almacén. El cuerpo me pesaba y ni hablar del dolor en la espalda o, de todo lo demás.

Pellizqué mis mejillas para despertar. No podía quedarme dormida sabiendo que cinco experimentos nos buscaban, sin cansancio. Cinco monstruosidades que pasaban de un corredizo a otro cercano, olfateando y abriendo sus oídos para encontrarnos.

Miré alrededor, pestañeado mucho al sentir que hasta mis parpados me estaban traicionando, quería concentrarme en algo, lo que sea, con tal de seguir al tanto de cada pequeño ruido. En tanto vagaba para entretenerme, lancé una rápida mirada al cuerpo de Rojo. Él se hallaba sentado y recargado en una esquina del almacén, con la cabeza contra la pared, manteniendo sus rodillas dobladas y piernas separadas, con un brazo únicamente acomodo sobre una de ellas. La posición que mantenía y su cuerpo vestido de ropas juveniles, estaba inquietándome.

Más humano no podía parecer. Pero eso no era lo que me inquietaba. Mencionando que su figura siempre tenía esa imponencia que te hacía sentir inferior como una pequeñísima hormiga a punto de ser pisoteada, estaba también, su forma de actuar. Esa manera impredecible en la que actuaba me tenía muy agitada.

Cuando me tocaba de la nada, cuando me miraba de esa forma y cuando se acercaba a mí, eran cosas que no podía controlar, que me tomaban por sorpresa y me confundían mucho. Ni siquiera podía creer que le dije después, mis propias palabras me tomaron por la espalda.

Aquí no... Aquí no...

¿Qué quise decir con eso? Tomé una fuerte respiración y exhalé. No quería volver a pensar en ello, tal vez, una vez estando a salvo aclararía mis pensamientos y le diría a él lo que quería decir realmente. Solo si él mencionaba algo al respecto.

Torció su cuello en una esquina del techo del almacén, poco después un golpe sordo se escuchó justo ahí. Me levanté como resortera cuando vi todas las escobas, tubos y trapeadora sacudirse con el golpe, titubeé en extender mis brazos con la intención de atrapar alguna en dado caso de que se cayeran.

Cosa que, si sucedía, estaríamos muertos. Pero al final, ni uno solo se despegó de su sitio. Rojo también se levantó, pero sin abrir los ojos y moviendo su cabeza en la misma dirección. Otro golpe, otra sacudida, y dos tipos diferentes de gruñidos hicieron que mi corazón saltará.

Habían vuelto otra vez a este pasillo.

Se acercó en mi dirección, sus orbes reptiles se concentraron en mí después de que dejara de ver un lado del techo. Negó con la cabeza repentinamente, no dudé en estudiar su rostro, su gesto serio. Su quijada no estaba apretada o endurecida como otras veces hizo cuando supo que algo malo iba a pasar o estaba pasando. Sin embargo, esos golpes volvieron a escucharse, aunque más lejos, provenían del pasillo que rodeaba el almacén.

— ¿Son los mismos? —pronuncie a labios mudos. Él asintió, y maldije en mis entrañas. ¿Cómo era posible que esos experimentos no se dieran por vencidos? Quería saber, también saber cuánto más estarían rondando por aquí —. ¿Saben qué estamos aquí?

Esperé su respuesta, una que no llegó al instante y me atemorizó.

Ladeó el rostro y se quedó escudriñándome por un largo silencio que me mantuvo con los nervios de punta. Aún tenía su frente surcada en sudor, y ni hablar del color pálido que habían adquirido sus labios carnosos. Rojo estaba empeorando.

Por voluntad, llevé mi mano a su frente y ante el simple tacto de nuestras pieles, él cerró sus ojos y se tensó. La fiebre no parecía en aumento, pero aún seguía en él, insistente, debilitándolo cada minuto más. A este paso, se estaría desmayando.

— ¿Por qué no comes? —Leyó mis labios, y mientras permaneció en silencio como si estuviera discutiendo algo en sus propios pensamientos, me di cuenta de que los golpes y los gruñidos dejaron de escucharse.

Hizo una media mueca antes de acercarse mucho a mí, inclinar su rostro, y acomodar sus labios contra mi oído derecho, casi como un beso.

—No quiero comer carne—susurró, su voz crepitante debilitó inesperadamente mis rodillas. Apreté el barandal y guíe mi cabeza en un movimiento para responderle muy cerca de su oído.

— ¿Por qué no? Te ayudará.

Su mano cerrándose en mi cadera hizo que mis huesos saltar debajo de mi piel, por instinto quise retroceder, pero él me detuvo, empujándome a él un poco más para respóndeme:

—Eso no me ayudará, solo calma mi hambre no la fiebre— respondió. Su aliento acarició parte de mi mejilla, y lo sentí, sentí de nuevo la caricia de sus labios en esa zona. Pero se apartó, esta vez, soltando mi cadera de golpe y girándose para volver al sitio en el que antes estaba.




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