Experimento Rojo peligro (placeres caníbales 1)

Toque de queda

TOQUE DE QUEDA

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La emoción se esfumó cuando lo supe. Cuando supe lo que sucedería. Desde antes me había preguntado qué acontecería con Rojo una vez llegado al área naranja, porque todos los experimentos estaban infectados y él también. Pero a diferencia de los demás, Rojo era el único que permanecía mayormente con forma humana, y a pesar de eso, era peligroso.  Esta no era el área naranja, pero había sobrevivientes, y al final querían matarlo a él.

Ahora sabía la respuesta. ¿Qué haría entonces? No podía dejar que lastimarán a Rojo, tampoco quería dejarlo. Él no era malo, era peligroso solo si se metían con él.

El hombre levantó el arma y señaló aún lado de mí. Mi corazón se detuvo un instante antes de que todo mi cuerpo reaccionara. Y antes de que él decidiera disparar, alcé mis brazos a los lados y me acerqué hasta cubrir un poco con mi cuerpo el cuerpo de Rojo. Él ya se había puesto de pie, con esa postura y esa mirada peligrosa fijada solamente en el hombre.

— ¡Alto! — grité. Sus ojos azules volvieron a estar en mí, pero solo duró unos segundos antes de regresar a ver a Rojo—. No dispares.

Miré a Rojo por el rabillo del ojo. Tenía —casi toda — la parte inferior de su rostro bañado en sangre. Sobre todo, el área de su boca, donde sus labios habían adquirido un color más oscuro como los labios del experimento muerto. La forma fija y seria en la que miraba al hombre, era la misma con la que miró a los monstruos antes de matarlos.

—No te muevas—pedí al percatarme de sus largas garras negras ubicadas desde sus nudillos, listo para atacar. Un poco más, solo un poco más y seguro que se lanzaba a matarlos, y eso era algo que no quería que sucediera. Volví a mirar al hombre joven que parecía desconcertado con lo que veía, pero no le permitiría que le hiciera daño—. No le dispares. No estamos aquí para lastimarlos.

Pareció desorientado por mis palabras, como si no pudiera creer lo que estaba sucediendo o lo que yo hacía. La verdad era que estaba muy asustada, pero ahí me encontraba, defendiendo a Rojo como si fuera una clase de armadura.

— ¿Es una broma?

Moví la cabeza, negando:

—No, hablo en serio, y él está conmigo—comenté, disminuyendo la voz. No quería que otro experimento deforme apareciera en el pasillo—.  Él mató al monstruo de este pasillo.  

El hombre arqueó una de sus moldeadas cejas castañas y alzó el mentón, con el mismo gesto confundido. Aunque los tres tuvieran el mismo semblante, estaba segura que no había nadie más confundida y perdida que yo. Después de todo desperté sin recuerdos.

Mi nombre y mi familia, era el único recuérdala. No había nada más perturbador que eso, que no saber qué era lugar en el que me encontraba, y no saber lo que estaba sucediendo o lo que sucedería después.  Solo podía seguir sobreviviendo, y salir de este lugar… con Rojo y con los sobrevivientes.

— ¿Qué me importa si lo mató? ¿Sabes acaso lo que es esa cosa? — espetó, consternado por mi reacción. Tambaleando a los lados el arma antes de volver a enderezarla en la misma posición—. Ya no es un experimento, está contaminado. Ahora, 1uítate antes de que te ataque.

—Lo está—acepté, sin retroceder y sin mover mis piernas un centímetro lejos de Rojo—, pero es muy diferente a los demás— agregué. Notando como las pelinegras compartían una mirada en la que mostraban su miedo. No me creerían, ¿y cómo hacerlo? Yo también desconfiaría después de estar a punto de morir por las garras de un experimento—. Él no les hará daño. So-solo déjenos irnos, no le disparen.

Entornaron todos, la mirada a Rojo. Pero no por lo que acababa de decir, sino porque él me había tomado de la cintura para atraerme detrás de su cuerpo.

— ¿Qué dices? —escupió. Hundió su entrecejo y torció un poco la cabeza casi como si estuviera negando—, ¿y cómo estas segura que no te mató para comerte después?

No tenía muchas respuestas, ni una muy profunda explicación de por qué me mantenía a salvo. Pero estaba claro que a pesar de que hubiera momentos en los que logró asustarme, Rojo se había contenido en el laboratorio para no morderme. Y  todavía fuera de él, se consiguió su propia comida y guardó para después, con tal de no saltar sobre mí como aquella vez.

Tuve un destello en mi mente que me hizo mirar hacia Rojo y luego a ese cuerpo sin vida que se ocultaba detrás de él. Esa, era la mayor prueba para ellos: Rojo tenía hambre, y todavía pudiéndome matarme se apartó y eligió comerse al experimento, y no a mí.

— ¿No lo viste comer del cadáver? —inquirí, firme y sin tartamudeos señalando hacía el cuerpo inerte. Él pestañeó, pero sus labios se endurecieron en una línea gruesa—. Sí quisiera comerme, lo habría hecho, pero se apartó y fue a conseguir su propia comida para no matarme. Eso ha estado haciendo desde siempre.




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