Experimento Rojo peligro (placeres caníbales 1)

Carnal

CARNAL

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Todo había pasado muy rápidamente. Terminé olvidándome de la habitación, del laboratorio y de los aterradores cadáveres en el pasillo, solo sabiendo que estaba encima de él, con uno de sus brazos alrededor de mi cintura y el otro enredado en mi cabello.   Debería ser inexperta, pero la realidad era que con cada pequeño movimiento sentía una extraña familiaridad. Ya antes lo había hecho, la pregunta era saber con quién.

Mis labios estaban unidos a los suyos en un movimiento lento y profundo, anhelosos. Estaban llenos de una exigencia sin ser desesperante. Quería saborearlo, grabarme el sabor de sus labios, el sabor a perdición. Era un beso que no duró demasiado para aumentar de velocidad cuando Rojo me apretó de la nuca. Impidiéndome apartarme de él, devorándome con su boca, acariciando mis labios con la punta de su larga y caliente lengua.

Se aprovechó mientras tenía los labios abiertos de meterme su lengua con energía, lamiendo la mía, degustando mí saliva, llenándose también del sonido de mis jadeos, de mi respiración trabajosa y complicada. 

Aferrada a su pecho, lo obligué a romper con el beso para poder recuperar el aliento contra su boca, para poder darme cuenta de que todo este tiempo él había permanecido con los ojos abiertos. Observándome mientras lo besaba.

—Cierra los ojos— susurré. No tardé en besarlo de la misma forma, sin saber si había obedecido a mi sugerencia.

Sentí sus labios, suaves y carnosos imitar el movimiento lento de los míos, saboreando mis labios en uno y otro beso. Habíamos olvidado lo que permanecía allá fuera para atesorar lo que sucedía dentro del cuarto.

Solo había pasado pocos minutos y sentía una perforación de calor en mi estómago, allí donde, todas esas mariposas revoloteaban excitadas. Me gustaba, maldita sea, se sentía tan bien, vivo, cálido. Sus labios suaves cubriendo los míos, era algo maravilloso. Tan peligroso y ardiente.

Excitante. Así se sentía Rojo. Y cuando me tocaba, y cuando yo lo tocaba, desprendía deseo.

Era demasiado tarde para volver atrás. Para arrepentirme. Aunque estaba muy lejos de querer hacer, de pensar en las consecuencias, de lo que sucedería mañana o más tarde. Mi parte racional estaba lejos de funcionar ahora mismo. Estaba perdida en su abrazo, en su agarré, en su toque, en todo él. Él estaba provocando esto en mí, y yo estaba provocándolo a él. 

No éramos inocentes, sino culpables.

Meneé mis cadenas lentamente sobre él, apoyando una mano en su hombro para hacer fuerza al momento de rozar su miembro duro. Muy duro. Gimió en mi boca y mi cuerpo se sacudió con deseo, disfrutándolo por medio de un jadeo nada silencioso, sintiendo como cada vibra de su ronca voz recorría mi piel. 

Quería escucharlo gemir más.

Sin dejar de danzar mis caderas a un ritmo marcado, aumenté la fuerza de los besos mordiendo su labio inferior de vez en cuanto. Sus manos me apretaron la cadera. Sus dedos traviesos levantaron el borde de mi camiseta de tirantes, y descubrieron mi piel. Su tacto cálido y juguetón envió escalofríos por todo mi cuerpo, especialmente en esa zona.

Y debía admitir que se sentía bien.

Y doblemente admitir que quería más.

Quería quemarme.

Empujó su cadera contra la mía en uno de los movimientos, fundiendo en calor esa peligrosa zona en la que nuestras ropas estorbaban. Entendí su necesidad, su urgencia. Quería entrar en mí, así como yo quería sentirlo dentro. Ya.

Oh no, no, no.  Estoy caliente.

Gemí en su boca, un dulce sonido que lo enloqueció, que incendió su lujuria y lo hizo devorar mi boca a su manera, a un ritmo que era incapaz de seguir. Su lengua irrumpió dura y mortal dentro de mi boca, ahogando un jadeo cuando empezó a colonizar cada pulgada de mi cueva bucal.  Jugueteé con su lengua, sin ser tímida, pero con una torpeza muy grande incapaz de percatarse. A pesar de ello no me detuve, saboreé la textura de su traviesa lengua, larga, caliente, húmeda, deliciosa.  Tan deliciosa que maldije cuando el aire me hizo falta hasta las entrañas. 

Rompí el contacto para llenar mis pulmones del necesitado oxígeno, y lo escuché a él respirar del mismo modo. Rozamos nuestras bocas, una caricia tan peligrosa como deseosa. Abrí los ojos, me animé a contemplar ese par de rasgados orbes depredadores que hacían lo mismo conmigo.  Contemplarme con un brillo lujurioso, con ganas de atacarme.

Deslicé mis manos por el resto de su pecho hasta su abdomen donde levanté su polo, Rojo me siguió con cada pequeño movimiento hasta que mis dedos descubrieron su piel dura y caliente. Lo escuché suspirar por la nariz en tanto subía repasando con mis yemas su abdomen levemente marcado y las pasaba por las areolas de su pecho. 

Era hermoso la forma en que sus ojos se contraían, en que su ceño se hundía y se apretaban sus labios, ¿cómo antes no me di cuenta? Verlo así de cerca, sentir su cuerpo debajo del mío, sus manos contra mi piel, su boca contra la mía. Era delicioso.




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