Experimento Rojo peligro (placeres caníbales 1)

Examinadora

EXAMINADORA

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Desnuda y cubierta por aquella cálida piel de sus brazos. Así imaginé que despertaría: en las grandes extremidades que anoche me habían acorralado contra su pecho después de que exploráramos nuestros cuerpos una y otra vez hasta desplomarnos.

Pero eso no sucedió. No cuando abrí los ojos y lo primero que vi, fue el lado izquierdo del sofá en el que me hallaba recostada vacío.

Estaba tan claro en mi mente como si hubiesen sucedido apenas unos segundos atrás. Después de hacerlo, él me depósito en el sofá, y lo que sucedió después fue lo que hizo que todas mis fuerzas me abandonaran, lo último que recordaba era el calor de sus brazos.

Solté un largo suspiro con la mirada en el techo. Mi mente y cuerpo se removían con arrepentimiento, sabiendo que lo que hice, de alguna u otra manera por delicioso que se sintiera, estuvo mal.

Complemente mal.

Sí, ver a Rojo perdido entre la gloria y el placer era algo que me había fascinado. Era una nueva vista de él, la cual se había impregnado no solo en mi piel, sino en mis recuerdos. Y la forma en que gimió en un gruñido ronco cuando llegó al éxtasis, eso... eso incluso sería imposible de olvidar. Pero jamás debí dejar que se corriera dentro de mí y que gimiera su orgasmo contra mis labios, y que todavía, me tomara entre sus brazos y me durmiera entre besos. Todo eso estuvo mal, cada parte de mi conciencia estaba de acuerdo en que debí detenerlo.

¿Pero por qué no pude? ¿Qué me había detenido? Me sentí envuelta en una telaraña, sintiendo como mi cuerpo intensificaban el deseo de aumentar más, y después, solo terminé perdiéndome también. Era demasiado tarde para volver atrás y arrepentirme. A fin de cuentas, ya había sucedido. Le di el placer que tanto quería, me enredé en su cuerpo y supe al final, que ambos antes ya lo habíamos hechos.

Eso era lo que más me abrumaba. No era nuestra primera vez. Él, por supuesto, para tomarme con esa fuerza y saber a precisión como hacer las cosas, debió de haberlo hecho antes. No se miraba como alguien que aprendiera solamente de vista— que tal vez también lo aprendió, pero, también lo había experimentado con alguien más. 

Él sabía lo que hacía, conocía la manera de tomar mi cuerpo, tocarlo y besarlo. Aunque tenía curiosidad por saber con quién lo había hecho antes, era algo que por incomodidad no haría.

Decidí sentarme en el sofá, encontrándome vestida con mi ropa interior y mi camiseta de tirantes rasgada. Revisé al rededor en busca de Rojo, pensando que se encontraría en el baño, pero la puerta de esta estaba abierta. Y no, no había nadie ahí. ¿A dónde había ido? La única respuesta era el exterior.

Y si estaba afuera, ¿por qué saldría?

Respiré hondo y me animé a levantarme para tomar mis pantalones del suelo que estaban junto a la polo de Rojo. Su pantalón era lo único que no encontré al igual que a él. Mientras deslizaba mis piernas en ellos, algo frente a mí de color rojo llamó mucho mi atención.

Era algo que desde un principio hubiera encontrado por la forma y el lugar en el que estaban, pero que al parecer apenas lo hice. Pestañeé tantas veces pude, creyendo que era un sueño. Sin embargo, ahí estaba, una palabra escrita con sangre marcando el centro de aquella blanca puerta.

Parecía una petición, o tal vez solo una orden.

No salgas hasta que vuelva.

Eso decía.

— ¿Por qué no debería salir? —me pregunté, acercándome a las persianas para mover un par y ver a través de la ventana—. ¿En dónde está él?

Mi pregunta se respondió cuando, entre tanta penumbra lo vi. Sobre los escombros, inclinado sobre sus rodillas estaba Rojo, dándome la espalda. Estaba a varios metros de la oficina, pero a pocos de la entrada de aquella área. Lo único que llevaba puesto eran sus pantalones, todo su torso estaba desnudo.

No me hizo falta analizar lo que estaba haciendo, para comprender que estaba devorándose los órganos del experimento. Y por más que intenté apartar la mirada, no lo hice, al menos no al principio. Había quedado perturbada, sintiendo como mi estómago empezaba a contraerse.

Vi el cadáver del experimento. Observé toda esa sangre esparcida sobre él y alrededor de su cuerpo: notando que le hacía falta un brazo y que solo Dios sabía dónde estaba esa extremidad. Además, tenía toda la parte de su estómago abierta de una forma repugnante… como si un animal hubiese mordisqueado y arrancado la piel con sus dientes.

Lo que me dejó aterrada era que no había sido a causa de un animal, sino de Rojo.

Sus garras arrancaban y trozaban desesperadamente partes del interior del cadáver para llevárselas a su boca. Y aunque no podía verle la cara, la forma en que movía su cuerpo y rostro, me daban a saber que estaba disfrutándolo.




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