Experimento Rojo peligro (placeres caníbales 1)

Si el deseo mordiera

SI EL DESEO MORDIERA

*.*.*

— ¿Amor? —pronunciaron mis labios en un tono apenas audible.

Amor.  Esa palabra no salía de mi cabeza sin importar qué.  Tenía un significado único, uno que me llenó de una sensación completamente desagradable. Todavía no podía creer que esa palabra saliera de sus labios, ¿éramos pareja?

No. Por mucho que repasara en su aspecto, en esa piel bronceada, en esos ojos de un marrón tan profundo, y esa manera tan abrumadora en la que me miraba, no lograba recordarlo. Ni a él, y mucho menos a Rojo. Aun a pesar de forzarme a recordar, no podía.

Mi cabeza estaba vacía.                                   

Oscura.

No había nada.

Sus orbes marrones dejaron inmediatamente de observarme de pies a cabeza para clavarse en el cuerpo detrás de mí. En Rojo. Sus puños se apretaron alrededor de su arma al igual que se apretó su mandíbula a punto de salirse de su rostro.

— Te reconozco— espetó. Pestañeé confundida porque no me lo había dicho a mí, sino a Rojo. Claramente había sido a él. Él conocía a Rojo—. Estabas en una de las incubadoras del área roja— Su voz se engrosó y en ese instante me miró de reojo. Él no fue el único que nos miró, el resto de las personas que nos acompañaban también nos observaban severas, y con sus armas apuntándonos… apuntando a Rojo —. Él está infectado, estaba en la incubadora cuando todo esto ocurrió, ¿no es verdad Pym? ¿Por qué lo sacaste?

De repente estiró su brazo con la intención de alcanzarme, logrando que mi cuerpo reaccionara al instante, retrocediendo un par de pasos hasta el punto en que mi espalda chocara contra la dureza del pecho de Rojo. Pero eso no fue todo, porque tan solo sentí aquel calo perforando mi espalda, aquellos brazos masculinos de Rojo tiraron de mí para hacerme retroceder más y, para mi sorpresa, ocultarme detrás de él.

—No la toques— siseó Rojo, delante de mí. Jamás lo había escuchado hacer esa tonada, amenazante. Aleteé los parpados y me moví detrás de Rojo, enviado la mirada hacía el hombre que había quedado en blanco, e incluso, impresionado. Una impresión que fue intercambiada inmediatamente por una severa molestia que me atemorizo.

— ¿Disculpa? —escupió con ira y una rancia sonrisa de amargura estirando sus carnosos labios—. Tú no puedes ordenarme lo que no puedo hacer. Ni siquiera deberías estar vivo.

Cuando lo vi alzar el arma hacía la cabeza de Rojo con la reconocida intensión de dispararle, todo mi cuerpo reaccionó otra vez con más rapidez que la anterior. Obligándome a alejarme de la espalda de Rojo y colocarme frente a él como si eso fuera a ser capaz de impedir que algo malo pasara.

—Sí, lo saqué y está infectado o enfermo, n-no lo sé. Pero él no es peligroso—repuse, sin dejar de ver su rostro—. Así que no dispares.

Él parpadeó un instante, llevando un pie hacía atrás a punto de retroceder solo un paso, pero no lo hizo, se quedó quieto, estudiando a Rojo y luego a mí.

— Pym— Que me nombrara otra vez, provocó que las vellosidades de mi cuerpo se erizaran. Dejó un extraño silencio alrededor en el que noté la extraña guerra que hubo en él mientras me observaba—. ¿Cómo sabes que no lo es?

Tragué saliva para poder responder, segura, sin mostrar lo asustada que me tenían todas esas armas apuntándole a él:

—Me ha protegido todo este tiempo, y si fuera peligroso estaría atacándolos desde antes.

Estiró una mueca, casi una sonrisa burlona como si lo que le había dicho le resulto una broma de mal gusto.

— ¿Sabes que algunos dejan viva a su presa para comérsela después? — Se me secó la garganta, aunque Rojo dejó en claro su objetivo... conmigo—. Prefieren la carne fresca Pym, tú lo sabes.

¿Yo lo sabía? Negué con la cabeza antes de soltar con rapidez:

—No. Rojo 09 ha comido por su propia cuenta para no atacarme.

— ¿Cazando humanos? —aquella pregunta había provenido de una voz femenina detrás de él. Una mujer que se encontraba a tan solo metro y medio de nosotros, sosteniendo en sus manos un arma negra y pequeña que se encontraba lejos de apuntar a Rojo. Recorrí inevitablemente ese rostro redondeado y delgado, mirando todo ese cabello rubio que colgaba por encima de sus hombros y ese par de ojos aceitunados clavados únicamente detrás de mí.

—Comiendo cadáveres— respondió Rojo—. Cadáveres de monstruos— a pesar de aclararlo, el horror rasgó la mirada de algunos presentes, aunque la del hombre que me conocía seguía firme—. No me alimento de cuerpos humanos.

Como si le diera asco, el hombre arrugó un poco su nariz y torció los labios. Pasó de verlo a él, a verme a mí. Él seguía sospechando, igual que Roman.




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