Experimento Rojo peligro (placeres caníbales 1)

La base

LA BASE

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No sabría explicar qué era el lugar en el que estábamos. Antes pensé que tal vez era un área como la roja o las otras, pero era mucho más grande y diferente, empezando porque las incubadoras eran completamente redondas y se acostaban en el piso, en forma de estanques de agua, y junto a ellas había unas delgadas pantallas sostenidas por una larga pieza metálica vertical pegada al suelo.

El laboratorio estaba dividido, y en lo profundo de éste, alejado de todas las incubadoras y cubierto por un pedazo de techo del segundo piso había camillas o sabanas en el suelo. Supuso que ahí era donde todos dormían. En uno de las largas paredes del laboratorio, había cortinas en gran parte extendidas que al parecer ocultaban habitaciones, y en el otro extremo del laboratorio barras ocupadas por algunas personas. Detrás de esas barras se alojaban varias máquinas de comida y bebida: algunas de ellas estaban más vacías que el resto.

Habían acomodado este lugar para alojar a muchos sobrevivientes, por un momento pensé que solo eran los que nos habían encontrado en el pasillo, pero no, eran mucho más de veinte personas. Quizá treinta, quizá un poco más, no sabría decir, estaba tan impresionada que por mucho que intentara contar no conseguía hacerlo.

Seguí sosteniendo el cuerpo de Rojo, cruzando la zona de incubadoras donde era inevitable mirar en su interior. Estaban vacíos, pero algo me perturbó, el agua estaba burbujeando, por no decir que también sacaba humo. ¿El agua estaba hirviendo? Miré al rededor y luego a las pantallas de cada estanque de agua donde se iluminaba un termómetro horizontal en gran parte enrojecido.

Ellos estaban calentando el agua, ¿pero por qué?

—Por aquí, no se detengan—pidió Adam, él estaba más adelante que nosotros. Dijo que nos llevaría a una de las habitaciones para que Rojo fuera atendido, y luego, hablaríamos los dos solos. Solo los dos...

Estaríamos hablando ahora mismo, pero, Rojo no quiso que los hombres que Adam puso a su cargo, lo ayudaran a caminar en dado caso que se tambaleara, ni siquiera dejó que Adam lo tocara, y entonces tuve que ayudarlo, aunque yo tampoco estaba ayudándole mucho. Ja. Apostaría a que, si la rubia esa estuviera con nosotros, la dejaría tocarlo.

Que tonterías. Saqué ese pensamiento de mi mente y me concentré. A pesar de que mi brazo rodeaba parte de su torso o que su brazo se aferrará por encima de mis hombros, Rojo no estaba poniendo todo su peso sobre mí para ayudarle. Estaba haciendo esfuerzo para que caminara por sí mismo y así no se apoyara en mí. No sabía si lo hacía para no lastimarme o por otra cosa, no estaba segura. Lo único en lo que estaba segura, era ver la manera en que con su mirada rostizaba la espalda de Adam.

Adam dejó de caminar quedando frente a una cortina de tela levemente azul — más blanca que azul— la cual corrió hacia un lado cuando estiró su brazo y la tomó con sus dedos. Lo que mostró en su interior me dejó desconcertada.

La camilla sin duda era de hospital, pero los muebles eran iguales a los que vimos en la sala de entrenamiento. Sin embargo, los muebles no eran lo único ahí dentro, no, también había una chica utilizando una grande bata blanca que llegaba por debajo de sus delgadas pantorrillas. La mujer pelinegra con un chongo mal hecho sobre su cabeza, se encontraba alisando las sabanas de la camilla, y en cuando desvaneció esas últimas arrugas, giró extendiendo una gran sonrisa blanquecina en la que se le iluminaron ese par de ojos grises.

Una sonrisa tan iluminada que al instante terminó desapareciendo, tallando en ese rostro no solo un par de labios retorcidos, sino un gesto de horror que me desconcertó. Más me desconcertó la forma en que empezó a mirarme.

Me pregunté por qué estaba mirándome así, ¿acaso me conocía?

— Ma-más sobrevivientes, que bien…— su voz sonó insegura cuando me apartó la mirada de encima para observar a Adam—. ¿Ha-hallaron las baterías?

— No, nos encontramos con ellos en el camino—respondió él sin prestar mucha atención—. Esta será tu camilla, experimento Rojo 09 — informó él, señalando el interior y a la chica —. Rossi será tu examinadora por...

— No — las palabras salieron de su boca, sorprendiéndonos —. Pym será mi examinadora, nadie más.

¿Yo? Pero ni siquiera recordaba lo que una examinadora hacía. No recordaba nada.

La sonrisa de la chica se desvaneció, así como el gesto tranquilo de Adam quien terminó arqueando una ceja.

— ¿Desde cuándo puedes decidir por ti? — inquirió él, mirándolo con severidad, esperando a que respondiera.

— Desde hoy— replicó Rojo. Su mirada estaba sombría a pesar de que el laboratorio estuviera muy bien iluminado. Pero esa sombra se debía al flequillo rebelde que llevaba desacomodado aun lado de su rostro.

— ¿Sí? ¿Y se puede saber quién demonios te dio ese derecho?




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