Experimento Rojo peligro (placeres caníbales 1)

Un alma rota

UN ALMA ROTA

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Hubo un desconcertante silencio a nuestro alrededor en el que solo nuestras miradas se mantenían conectadas y en el que sus palabras se repetían en mi cabeza una y otra vez, todavía incapaz de entender.

Mi cuerpo se estremeció pieza por pieza a causa de aquellos orbes endemoniados repletos de una fuerza tan potente que no solo era capaz de destrozarme enseguida, sino desvanecer todo tipo de pensamientos en mi cabeza. Desvaneciendo hasta ese hueco helado en el estómago que había sentido justo cuando la encontré a ella tocándolo. Toda esa molestia se había esfumado con su mirada.

Seguía asustándome sentirme así con una sola de sus miradas, con una sola de sus caricias. Y era inevitable.

— Bien, hazlo tú, de todas formas, él no me deja hacerlo—su voz femenina fue lo suficientemente capaz de romper la conexión entre ambos, y lo suficientemente fuerte para volver a mi cabeza todas esas dudas que segundos atrás me martillaban.

Michelle se encaminó con pasos apresurados en dirección después de dejar caer al suelo un pedazo de trapo rosado. Su ceño se mantenía fruncido en molestia mientras se apartaba sin más del cuerpo desnudo de Rojo, quien todavía se mantenía debajo de la poca agua que resbalaba del grifo sobre su cabeza. Le di una mirada a él, aun confundida y desorientada antes de clavarla en ella. Verla tomar sus zapatos de la banca junto a mí y ponérselos con prisa para aproximarse a la salida, me hizo alzar el brazo y tomar su muñeca para detenerla enseguida.

Ese acto que pareció brusco al principio, hizo que aquel par de orbes aceitunados se ciñeran con severidad en mí.

— ¿Qué crees que haces? — escupió al instante, evaluando el agarre de mi mano en su antebrazo. Quería golpear su rostro, estampar mi mano en su mejilla y dejarle una gran cicatriz, claro que sí. Tenía esa enorme intención después de ver como acariciaba a Rojo, pero no lo hice y no lo haría por muchos motivos.

Uno de ellos era que entre Rojo y yo no hubo nada más que sexo. Solo había sido algo pasajero, algo carnal, nada sentimental. No había nada que nos uniera y nos detuviera, además, él parecía haber disfrutado de sus caricias en mi ausencia. No teníamos nada, así que él podía acostarse con quien quisiera.

Solté una fuerte respiración en el que toda la tensión en mi cuerpo a causa de aquella molestia, se esfumó frente a ella. Deshice el agarré, soltándola enseguida y de golpe, para verla ladear un poco su rostro esperando a que dijera algo.

— ¿Qué te dijo Adam exactamente y a qué te refieres con bajar la tensión? —quise saber, mejor dicho, necesitaba saberlo—. Al parecer hay mucho que no sé.

Y también, había demasiado de lo que no recordaba. Esas palabras sonaron en mi cabeza sin poder ser soltadas a través de mis labios.

Su entrecejo se ablando, pero su ceja derecha terminó arqueada y parte de su comisura izquierda torcida.

— ¿Hablas en serio? —esfumó en una clase de irritación. Buscó algo en mi mirada que al final no encontró y eso pareció molestarla—. Pues parece que sí—escupió, regalando una mirada de soslayo a las duchas, justo donde el cuerpo de Rojo estaba—. Adam dijo que no querías bajar su tensión y que mencionaste que me lo dejarías a cargo— No era eso último lo que me dejó con una terrible mirada en shock y con los pulmones completamente vacíos, sino esa boca pronunciando aquella palabra tan cruda.

Una y otra vez se pronunciaba en mi cabeza, perforándome. ¿Por qué debían hacerle eso a él? Varias otras preguntas cruzaron en mis pensamientos, comenzaba a estresarme e irritarme no hallarle sentido a ninguna de sus palabras con lo que estaba sucediendo aquí.

Y a causa de ello, no pude evitar estirar una de mis comisuras, marcando tanto pude mis labios, como si se me fueran a romper.

— ¿Bajar su tensión? —repetí en un tono todavía confuso, aunque repentinamente tuve una idea a lo que se refería.  Esta vez la encontré mirándome de pies a cabeza antes de quedarse evaluando mi rostro donde estaba segura que encontraría un gesto endurecido—. ¿Hablas de tener sexo con él?

—No, es tener sexo con él, pero si vas a utilizar tu mano— soltó y eso me dejó peor que antes—. ¿Qué? ¿Crees que es vulgar? —me inquirió, cruzada de brazos—. Intimar es la palabra más payasa que utilizaron para encubrir lo que verdaderamente hacemos con los experimentos, bajarles su tensión con nuestras manos. Tú perfectamente sabes de lo que hablo, después de todo hacías lo mismo con tu experimento.

¿Con mi experimento? Una punzada de dolor pinchó en alguna parte de mi pecho y el shock que volvió a golpearme construyó otro gesto en mi cara. Por mis pensamientos la imagen de la sala 1 de entrenamiento se iluminó y un sabor amargo subió por toda la mi garganta. La mirada se me cayó al suelo entonces, y poco faltaba para que la boca también lo hiciera después de que una sola pregunta cruzó por mi cabeza y atravesó mis labios:




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