DURO HASTA OLVIDAR
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No. No fui capaz de mover un musculo de mi cuerpo, y él tampoco dio intenciones de querer moverse de su lugar o incluso, seguir con sus besos por el momento. No quería nada más que no fueran las caricias de mi mano en su cabeza, de mis dedos enredándose en su cabello lentamente.
Había mucha tensión sexual entre nosotros, cada pequeño trozo que conformaba nuestros cuerpos era capaz de sentirla profundamente. Pero había una necesitaba más grande que la sexual, una necesidad de ser... consolado.
Él parecía un niño entre mis brazos, recostado contra mi pecho escuchando mi acelerado corazón, sintiendo mi calor y mi respiración chocar con la suya. Minutos atrás temía que alguien entrara y nos hallara de esta forma, pero la verdad ahora me daba igual.
Mi mente estaba atascada en todo tipo de pensamientos. Pero conforme avanzaban los minutos, cada vez más se apartaban aquellas dudas. No sabía a quién acudiría para hacerlas pero estaba segura de que serían todas respondidas todas.
Estaba segura, además, de que mientras estuviera viva me aseguraría de ser su examinadora. Me aseguraría de cuidarlo y atenderlo no de la manera sexual. No dejaría que lo tocaran, que le pusieran una mano encima y trataran de lastimarlo. Siendo franca, seguía preguntándome por qué no intentó matarlos o atacarlos aún después de todo lo que le habían hecho antes de que todo esto ocurriera. Aun después de tenerlos frente a nosotros, apuntándonos con el arma, él... no hizo lo mismo que el resto de los experimentos contaminados.
Mi cuerpo se estremeció cuando sentí la frescura de sus labios pegarse contra la piel de mi vientre. Sorprendiéndome el hecho de no me había percatado de sus manos desabotonando mis jeans para besar esa área. Traté de concentrarme en mis pensamientos. De hecho, podía entender por qué los experimentos contaminados — si es que pensaban, hablaban y reconocían—, los atacaban.
Esas personas, y tal vez hasta yo misma, merecíamos morir. ¿Cuál era realmente la finalidad por la que crearon a los experimentos? Aunque no conocía sobre la tensión y lo que provocaba en cada experimento, ¿para qué necesitaba darles sexo? ¿Era eso la única opción?
La pregunta se nubló cuando un roce de cosquilleo se añadió en mi vientre robándome un jadeo, y no hacía falta ver para saber que Rojo estaba depositando un camino de besos desde mi estómago hasta mis labios. Era un suspiro de besos donde por un momento no importó nada más que nosotros. Sus labios suaves saboreando los míos, sin ser esta vez desesperados. Estaban llenos de plumas que caían sobre mi cuerpo, una por una, y me llenaban de placer.
Suspiré en sus labios, él saboreó mi boca, rozó sus colmillos con mis dientes y se apartó. Abrí los ojos, no de inmediato, para ver la manera en que me contemplaba. Me sentí culpable, pero también sentí esa felicidad apenas floreciendo en mi pecho con latidos profundos y acelerados.
De lo que mi alma se había convencido fue que, extrañamente lo reconocía a él. A pesar de que mi mente seguía vacía y no recordaba su rostro, mi alma era otro guardián de recuerdos. Recordaba el calor de su piel y el tono crepitante de su voz, y sobre todo, como la forma en que mi cuerpo se sentí cuando lo escuchaba, cuando lo tocaba o él me tocaba.
Y era tan extraño sentirme así, sabiendo que para mis recuerdos actualices solo llevaba conociéndolo por días. No meses, no años. Días. Tal vez para él llevábamos meses pero, para mí solo eran días, y eso me hacía creer en la posibilidad de que lo mío solo se tratara de una emoción.
No estaba segura de nada. Solo de lo que quería. Y quería protegerlo.
—Sí—respondí sintiendo de qué forma mi corazón acelerado robaba mi voz. Sí, esa era mi respuesta para él, quería ser su examinadora pero, ¿quería ser algo más? Solo pensar en ello los nervios me erizaban la piel. Tal vez no, tal vez sí, tal vez si quería o tal vez temía por como terminaría esto, pero ya había respondido.
Llevé mi mano a su rostro, a esa mejilla suave que acaricie con delicadezas. Sería su examinadora, y por supuesto, no haría nada de lo que hacía un examinador para lastimarlo.
— ¿Ellos te hicieron algo antes de traerte a las duchas? — a mi pregunta, él frunció su entrecejo, un rastro pequeño de severidad fue atisbado en su gesto.
— No — respondió—. ¿Te sientes segura conmigo? —su inesperado cambio de tema contrajo mi ceño. Estaba contemplando, reparando en cada punta de mi rostro, dibujándome otra vez con sus dedos juguetones.
—Me he sentido más segura contigo que con ellos—sinceré.
—Entonces ya no me miras como un peligro.
Aunque no era una pregunta, respondí:
—No. Es cierto que al principio me diste miedo pero... —hice una pausa tomando su mentón y acariciándolo, guiando mi mano hasta su mejilla y acomodando un travieso mecho de su cabello húmedo—, ya no te temo.
Editado: 08.04.2020