Experimento Rojo peligro (placeres caníbales 1)

Indescifrable

INDESCIFRABLE

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El arma en mis manos no era de balas, sino de monedas de metal. Pero tenía una forma más alargada que la que encontré en la zona X, su delgada forma era el perfecto peligro y la peor amenaza para terminar con una vida. Tan solo tenerla entre mis dedos, me hacía recordar el momento exacto en que le disparé a ese experimento monstruoso que se devoraba a Rojo frente a mis ojos.

Una escena desagradable, todavía recordaba lo desesperada que me sentí, como mi cuerpo empezó a temblar y a oprimirse. Tuve suerte, sin duda tuve suerte de que, de tres balas, una terminara con la maldita vida del experimento para salvar a Rojo.

De otra forma, sino hubiese sido por esa pequeña suerte, Rojo estaría muerto.

Mordí mi labio y me dediqué a observar la enorme mesa repleta de armas— como la que tenía en mis manos— e innumerables balas y monedas bien ordenadas. Aprender a utilizar armas era lo que Roger, el hombre que estaba a cargo del grupo de sobrevivientes, quería que aprendiéramos todos. Esa era la única forma de sobrevivir hasta que saliéramos a la superficie.

Solté un largo suspiro. Había una cosa de todo eso que también me preocupaba y eso me hizo lanzar una mirada a mi alrededor, a todas esas personas sobrevivientes. Estaba casi segura que las personas del exterior no sabían de la existencia de los experimentos como Rojo, o mucho menos de que el laboratorio existiera. Casi segura estaba, de que le harían algo a los experimentos sobrevivientes una vez que lográramos salir a la superficie…

Y eso, estaba apretarme el pecho.

¿Qué iba a ocurrir una vez salido del laboratorio? ¿Qué iban a hacer con los experimentos una vez que escapáramos si nadie sabía de su existencia? Tenía miedo de que, con tal de ocultar que todo esto existió y ocurrió, al final terminarían matando a los experimentos, o llevándolos a otro lugar muy lejos.

No eran experimentos simples, no era la creación de un humano como nosotros. No. La sangre de Rojo sanaba heridas y quizás hasta enfermedades, sus órganos se reproducían al igual que sus huesos, ¿quién dejaría libre a una maravilla como él? Nadie, ni aun estando en el mismo infierno, lo haría.

Estaba claro.

Y si era así, debía idear un plan para escapar con Rojo.

Sonaba demasiado fácil pensarlo, ni siquiera sabía si yo saldría viva del laboratorio. Pero había algo peor que ese pensamiento y era creer que existía una posibilidad de que el exterior también había sido invadido por los monstruos.

Sacudí mi cabeza, no quería llenarme de preocupaciones cuando lo primordial era protegerme y sobrevivir. Después, quizás, pensaría en lo que podría sucedernos en el exterior.

Giré para ver hacía la pared que estaba a unos metros de la mesa de armas; tenía varias manchas circulares de diferentes colores y con una que otra pequeña grieta. Roger mencionó que esa sería la pared en la que dispararía, y que enviaría a alguien a que me enseñara. Pero para ser franca, parecía que a esa persona se le había olvidado porque llevaba mucho tiempo esperando. Si no llegaba en unos minutos más, sería capaz de disparar por mí misma, entrenarme sola.

Nuevamente lancé una mirada al lugar y me dediqué a ver el cuarto que nos habían dado a él a mí. Recordé que antes de que Roger me pidiera aprender a disparar, Rossi buscó a Rojo y se lo llevó. Dijo que le harían unas pruebas para saber si la sustancia que le inyectaron ayer funcionó en él, y entonces, seguirían con el siguiente paso. La pregunta era saber cuál sería el siguiente paso, aunque Rossi no quiso decirme.

Lamentablemente, no sabía a qué cuarto se habían llevado a Rojo, pero solo esperaba que no le estuvieran haciendo daño.

También esperaba que lo que le inyectaron, surtiera efecto en él.

Quería que sanara, que se descontaminara.

Solté, por segunda vez, un largo suspiro, y ya cansada de esperar alcé el arma que mi mano apretaba en dirección a la pared, tratando de que la boquilla señalara a uno de los círculos amarillentos. Estaba a punto de disparar...

Cuando desde atrás, unas manos grandes y varoniles tomando la mía, me sorprendieron de la peor forma. Mi cuerpo intentó escapar del cercano calor inyectándose por mi espalda, pero esos brazos fuertes que me rodeaban desde los hombros me lo impidieron.

Busqué reparara en el rostro del hombre que apretaba mis manos, y cuando lo hice, casi se me cayó la boca al suelo. Quedé muy confundida al saber de quién se trataba. ¿Él me enseñaría a disparar? ¿De todos los que utilizaban un arma, él me enseñaría?

—Te tiembla mucho la mano— comentó. Uno de sus brazos se movió repentinamente del arma. Mis músculos se tensaron tan sólo sintieron los dedos de su mano rodeando mi otra muñeca, la cual que se mantenía apretada contra mi estómago, para colocarla en el mango del arma—. Toma el arma siempre con las dos manos, así mantendrás firme la puntería.




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