Experimento Rojo peligro (placeres caníbales 1)

El monstruo del cementerio

EL MONSTRUO DEL CEMENTERIO

*.*.*

Estaba tan silencioso que aterraba, tan oscuro que se sentía una pesadilla. No había nada más horroroso que no escuchar a los experimentos y no ver un rastro de luz al rededor. Y estaría temblando de pavor y removiéndome de un lado en busca de un panorama más claro si no fuera porque los brazos protectores de Rojo me sostenían. Él me afirmaba a su pecho, a ese calor que bastaba para sentir seguridad.

Comencé a cuestionarme si realmente estaban ahí, o sí a causa de la manta térmica habían tomado otro rumbo. Quizás lo habían hecho, después de todo, esas cosas miraron nuestras temperaturas y fue a causa de ello que nos buscaron. Y a causa de que no vieron más temperaturas, se marcharon.

Ojalá fuera cierto eso último. Pero Rojo no daba señal, y si él no la daba... Si él no se levantaba y abría esa puerta, quería decir que esas criaturas seguían cerca. Buscándonos. Estaría preguntándole lo más bajo posible, pero mi boca estaba completamente sellada, dispuesta a esperar más tiempo, porque tal vez, si soltaba un poco de mi voz, por más bajo que fuera el volumen, ellos escucharían.

Esperar era lo mejor. La pregunta era saber por cuánto tiempo esperaríamos aquí. Lo que menos quería era que nos tomara el mismo tiempo que pasamos Rojo y yo atrapados en el almacén junto a la zona x, porque estaba segura que no aguantaríamos tanto tiempo, siendo más un lugar pequeño y sabiendo que después de tanto caminar, la mayoría tendría hambre y sed.

La exhalación silenciosa de Rojo, cosquillando la piel de mi cuello, fue suficiente para encogerme en sus brazos y sacudir levemente mis huesos. Salí de mis pensamientos para concentrarme en la forma en que sus piernas empezaron a abrirse para dejar mi trasero cuidadosamente en el suelo, y acomodarse silenciosamente a cada lado de mi cuerpo. En ese instante mi cuerpo se estremeció y todo el pelo de mi cuerpo se puso de punta al escuchar ese alargado e interminable sonido rasgado como si algo estuviera arrastrándose por la pared, algo metálico...

Un momento. Ese sonido antes lo había escuchado, si mal no recuerdo fue en la primera dala de entrenamiento, en la plaza de las cabezas donde encontré mi gafete.

Sí, estaba segura que era el mismo sonido, cada fibra de mi cuerpo lo reconocía, ¿Rojo también?

Me estremecí, el sonido cada vez era más fuerte, más... aterrador. Pero se sentía también extraño, como si fuera un sonido hecho a propósito para aterrarnos, ¿por un experimento? Eso quería decir que ya sabía que estábamos aquí, ¿no es verdad?

Su abrazo se apretó, y la forma en que su propio cuerpo empezó a temblar como si tuviera miedo, me inquietó.

Mi corazón saltó en brusco y sentí que moriría cuando el sonido rasgó nuestra puerta, aquella que nos apartaba de esos monstruos. Sentí volverme un pequeño e insignificante bicho en sus brazos cuando el metal y aquello que parecían garras, hicieron un contacto más profundo, incrementando el sonido, estremeciendo no solo nuestros cuerpos sino cada órgano de nuestro interior.

Solo escuchar cómo gruñidos de diferentes bestias se levantaban del otro lado de la puerta me hizo pensar que era demasiado tarde.

Ya nos habían encontrado, ¿cierto?

Deseaba que ese pensamiento fuera un error, que los monstruos solo estaban peleándose entre ellos y que se irían pronto del túnel.

Un beso en mi hombro y las piernas de Rojo cerrándose alrededor de mi cuerpo me hicieron soltar todo el aire que había retenido en mi pecho. Tan solo lo hice, aquellos gruñidos que por el momento nos atormentaron como nunca, cada vez más fue disminuyendo, dejándonos debajo de la sensación escalofriante que segundos atrás había dejado en nosotros.

Los monstruos se estaban alejando de nosotros.

(...)

Solo hasta que Rojo abandonó mi cuerpo y se levantó un largo tiempo después, todos los demás lo hicieron. Adam encendió la luz mientras que Rojo abría la puerta y se apresuraba con esa firmeza a salir para revisar el perímetro.

— ¿Cuánto tiempo perdimos? — preguntó él en dirección al exterior de la puerta, parecía molesto.

—Cuatro horas y media— refutó Rossi a mi lado, levantándose del suelo luego de guardar su manta. Su cara estaba ceñida de preocupación, sabía que tenía que ver con el sonido de horas atrás—. Adam...

—Ya lo sé — gruñó. Su puño golpeó la pared y acomodándose bajo el umbral, nos vio con esa misma molestia—. Cuiden sus espaldas, ¿entendieron?

Miró hacia el grupo, y luego, su mirada se detuvo en mí, pareció querer decir algo más pero sus puños se apretaron con fuerza y giró saliendo del almacén, con Michelle correteándole los talones.

—Andando chicos— apuró Rossi.

El grupo tenía sus rostros pálidos mientras guardaban sus mantas al igual que yo. Sus manos inquietas y el temblor en sus piernas, todo eso era inseguridad. Ellos tampoco querían estar fuera de la base, pero eran órdenes para buscarlas baterías que necesitábamos para comunicarnos con el exterior.




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