Experimento Rojo peligro (placeres caníbales 1)

No voy a morir hoy

NO VOY A MORIR HOY

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Recordé que, en la oficina, aquella cuyo pasadizo estaba infestado de cuerpos aplastados, me sentí tan desorientada con la tonada ronca de su voz, con su insaciable acercamiento, sus estremecedoras caricias, esa intensa mirada depredador que penetraba hasta el más pequeño de los rincones de mi cuerpo, y su deseable calor, todo eso me atraía con una fuerza indescriptiblemente enigmática a él que nublaba hasta el más pequeño de mis pensamientos. Era como si él destilara algo que envolvía a mi cuerpo y lo excitara, algo imposible de librarse hasta saciarlo.

A pesar de que yo también quería hacerlo con Rojo, lo sentí, sentí esa atracción enigmática en él, una atracción difícil de ignorar. Más bien, no podías ignorarla.

Ahora sabía a qué se debía.

Rossi mencionó las feromonas, aunque al principio no le creí y pensé que solo había sido un comentario tonto al ver a Rojo trayendo a la chica de ojos hermosos, pero después, lo explicó, mencionando el desequilibrio que provocaba la misma sangre de Rojo en su cuerpo: Que su cuerpo transpira feromonas a diario, lo que los llevaba, según ella, a estar en celo casi todos los días.

Celo.

Esa palabra sonaba tan grotesca otra vez era como si se refiriera a un animal. Explicó también que, por eso, las examinadoras de los experimentos rojos debían cubrirles los ojos cuando empezaban el acto de liberación de su tensión por medio del sexo, porque en cuanto ellos se sentían excitados, era cuando más sus feromonas empezaban a actuar sobre la segunda persona bajo la mirada del experimento rojo. Esa era la razón por la que debía cubrir la mirada reptil de ellos, para evitar que los examinadores cayeran. ¿Por eso Michelle le colocó una venda en sus ojos dentro de la ducha? Esa maldita rubia.  Aún si le colocó una venda, nada la salvaba de lo que hizo a Rojo, mintiéndole que yo no quería ayudarlo a liberarse.

Y todavía Adam le dio la razón, diciendo que los primeros en intimar con su pareja eran los Rojos machos, porque sabían naturalmente como atraer a la hembra, siempre y cuando ellos quisieran intimar con ella.

Rojo supo cómo atraerme..., y eso me tenía muy confundida. Supongo que Rojo lo sabía, ¿o no? ¿Sabía lo que era capaz de hacer? ¿Sabía de sus feromonas? Y sí sabía de ello, ¿lo utilizo conmigo?

La mano de Adam extendiendo una botella de agua me sacó de mis pensamientos, y me sorprendió, la tomé de inmediato agradeciendo con la irremediable incomodidad de su mirada sobre mí.

— ¿Puedes decirnos cómo llegaste hasta aquí? — preguntó Adam cuando se apartó de mi lado para acercarse a la chics que después de largos minutos tratando de tranquilizarla para que no escapara de nosotros, al fin dejó de forcejear.

Rossi pidió que volviéramos a la habitación de los oficiales para sentarla en una cama y buscarle ropa femenina ya que el vestido que terminó siendo una bata de hospital que todos dentro de este lugar llamado bunker utilizaban, no era ropa que ayudaría a sobrevivir en el exterior.

Mientras miraba a Adam con temor, evaluando por segunda vez su cuerpo, no tardé en reparar en sus pequeñas y frágiles facciones. Esa nariz cuyo puente se perdía casi por completo en su rostro de piel blanca y mejillas rosadas, quedaba perfectamente en combinación con sus labios carnosos de corazón, ese mentón picudo y pequeño, y esas delgadas cejas castañas que marcaban su enigmática mirada. No parecía una mujer, parecía una adolescente, ¿en verdad pasó su última etapa de evolución, como Rossi dijo?

—Este era mi hogar desde hace seis meses, antes de que todos se fueran—respondió en un tono mucho más dulce que la voz de Rossi.

¿Su hogar? Este bunker no tenía nada de hogar... no se acercaba ni un poco, solo era un montón de habitaciones repartidas para cada pareja, y lo más probable era que ni siquiera eligieron ellos mismos su propia pareja, ¿o sí? Lo dudaba mucho.

— ¿Cuándo se fueron todos? —siguió Adam con las preguntas. Ella abrió sus manos, las miró a detalle dejándonos en suspenso, y movió dedo por dedo, una y otra vez mientras también, movía levemente sus labios, como si estuviera contando.

Sí, ella estaba contando.

—Creo que ya son tres semanas—dudó.

— ¿Estuviste atrapada aquí desde la contaminación? —preguntó Rossi mostrando en su voz sorpresa, revisando en el siguiente cajón y sacando una camiseta y unos pantalones enormes que estaba segura y en ese delgado y pequeño cuerpo no le quedarían—. Porque hace ya tres semanas que sucedió este desastre.

Ella asintió tomando la botella de agua que segundos atrás Adam le había dado también, y observando la botella con timidez mientras mordía su labio inferior— esos belfos carnosos con forma de corazón—, volvió a asentir.

—Dormíamos cuando comenzaron a sacarnos del bunker sin motivos—comentó, y tan solo terminó de hacerlo, volvió a morderse el labio ansiosamente.




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