Experimento Rojo peligro (placeres caníbales 1)

Algo más que hacer el amor

ALGO MÁS QUE HACER EL AMOR

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Cada pequeña parte de mí se estremeció, reaccionado a su confesión, a esas palabras que habían oprimido tanto mi pecho que sentí como mi corazón acelerado era aplastado, mis manos se acomodaron a cada lado de su cabeza para sostener el peso de mi cuerpo inclinado, y mis labios volaron en busca de los suyos, necesitados, ansiosos de él, sin prestarle atención a la sangre que los manchaba. Un beso lento y profundo en el que nuestros labios saboreaban lo más profundo de nuestras almas.

En ese instante sentí sus manos cubriendo las mías, y sus dedos subiendo hasta donde podían para rodear mis muñecas con delicadeza mientras nos deleitábamos entre besos, solo hasta que él volvió a quejarse, retirando su boca de la mía y ladeando su rostro para apretar sus colmillos con fuerza. Ese gesto en el que sus pobladas cejas y su blanca frente se contraían temblorosas por el dolor, me alejó de él con un susto a punto de estallar cruelmente en mi pecho.

—Estoy bien…—Las palabras apenas pudieron salir de su boca. No, no estaba bien mucho menos cuando volvió a llevarse esa mano a su pecho y a apretárselo con rotundidad como si quisiera perforarlo—. Pym, no moriré, solo es puro dolor, así que continua.

Vio la desesperación y el shock mismo en mi cuerpo, ese que me mantenía temblorosa y congelada, mientras reproducía sus palabras. Para ser exactos estaba muy inquieta y aterrada porque ni siquiera sabía tenía idea de cómo empezar, solo sabía que tenía que hacerlo correrse. Entonces, no importaba cómo empezara, ¿cierto? Solo debía hacerle sentir placer.

Sí, solo debía continuar.

Lamí mis labios, y asustada aun cuando su mano con tanto esfuerzo se levantó para acariciar mi rostro con delicadeza, volví a inclinarme, a duras penas con la cabeza desordenada, hecha un lio por el terror. Deposité besos temblorosos desde su mentón hasta su cuello que él estiró para darme más acceso, mis manos no duraron mucho para comenzar a acariciar su agitado pecho, y mientras baja con mi boca rozando cada parte de su pecho hasta la piel de su abdomen húmedo y caliente, mis manos acariciaron su vientre, esa zona que se contrajo enseguida y se tensó con mi contacto frío.

Esa reacción me dio más confianza para continuar.

Con agilidad, mis manos no tardaron nada en tomar el cinturón y empezar a sacarlo, tampoco tardé en depositarle un beso a ese vientre marcado donde mi lengua saboreó a detalle su salada piel, deseando que ese desliz provocara que su tensión empezara a acumularse lejos de su corazón...

Lejos de ese órgano delicado.

Eso era lo que más deseaba.

Saqué el cinturón y todavía, desabotoné su pantalón, bajé el cierre y retiré la tela para tener mayor paso, todo con un movimiento nervioso de mis dedos.  De inmediato, mis ojos atisbaron esa blanca piel de su vientre bajo, y también... el bulto creciente que la prenda aún ocultaba un poco de mi vista.  Estaba excitado, Rojo estaba excitado.  Esa era una buena señal.

—E-estoy listo—jadeo él, no supe si porque le dolía algo o solo era que empezaba a tensarse más sexualmente. Eso último lo deseaba como nunca.

No, no, no porque quisiera escucharlo gemir de placer— que, si él no estuviera en esta posición, lo desearía—, estaba asustadísima, no podía si quiera sentirme tentada cuando escuchaba a Rojo ahogando su dolor.

Mordí mi labio con desesperación solo un instante, para inclinarme y besar otra vez su vientre y adentrando una de mis manos en el interior de su pantalón donde, al tocar su ardor endurecido y rodear todo lo que pudiese de él con mis delgados dedos, Rojo ahogó un fuerte gemido. Ese dulce sonido sacudió mis huesos y estremeció mis entrañas de emoción.

Sí. Sigue así.

No te detengas.  Supliqué en mis entrañas, anhelando que llegara hasta su final, que toda esa acumulación desapareciera.

Sin despegar mi boca de su caliente piel, esa que empezaba a provocar espasmos por todo mi cuerpo con mi deliberado acto, la dirigí a roces hasta su pelvis plana donde besé y chupé, una y otra vez en tanto mis dedos acariciaban su caliente y duró miembro, ese que conforme tocaba, retorcía de placer el cuerpo de Rojo, estiraba éxtasis en su interior logrando arquear su espalda, lanzando dulces gemidos melodiosos que me enloquecían.

Jadeó mi nombre y mi vientre se estremeció contra mi voluntad. Reaccionó con leves estirones y un ardor que me mojo.  Me odie por sentirme así, sabiendo que la vida de la persona que quería peligraba.

No quería deja de lado la cordura, no debía perderme en las exquisitas sensaciones que la voz de Rojo provocaba en mí, no ahora, no podía, tenía que concentrarme en él, llevarlo al clímax, liberar toda su tensión. Porque no se trataba de nosotros, sino de él.

Solo de él.

Eso. Mi mente se repitió esas palabras solo para calmar un poco ese nerviosismo temeroso que empeorara mis movimientos y los volvía robóticos: la adrenalina aterradora era tan rígida que endurecía hasta mis dedos.  Solté una exhalación entrecortada que chocó contra lo más alto de su vientre y erizó su piel. Una vez respirado, llenado mis insaciables pulmones del oxígeno, me incorporé lo más terriblemente rápido posible saliendo fuera de la cama para desabrochar los jeans y quitármelos con todo y la delgada prenda interior.




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