Experimento Rojo peligro (placeres caníbales 1)

Y a verde 16

Y A VERDE 16

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Después de deleitarnos uno del otro, terminé entre sus grandes brazos, desnuda contra su piel caliente, oculta entre las sabanas y por el calor de su abrazo protector. Me apretaba a él sin ser brusco, se aferraba a mí con ese mismo temor de perderme, y con esa misma necesidad de tenerme. Sentía sus dedos acariciar levemente la piel que pudieran de mi espalda, sin romper el abrazo: eran caricias tan cuidadosas y dulces que lograban que el peso del cansancio meciera mi cuerpo, y cerraran mis párpados, amenazándolos con cerrarlos por largas horas.

Cerrarlos era algo que no quería, porque temía que si me dormía, sucedería lo de la oficina, que llegaría a despertar sola en un sofá, con esa advertencia de sangre en la puerta, con esa necesidad de revisar la ventana y encontrarme a Rojo infectado, devorándose a un experimento.

Es fue una razón por la que me esforcé por no desvanecerme en sus brazos, y la segunda era que podía permitirme descansar. Me tocaba la guardia, y sabía que pronto ellos tocarían la puerta para venir por mí, así que solo tenía unas pocas horas—o tal vez, ni una sola más— para deleitarme junto a Rojo, para estar junto a él y escuchar el sonido musical de los latidos de su corazón, suaves y acelerados.

Me removí un poco sobre su cuerpo, alzando la cabeza para saber si él estaba dormido, pero tan solo subí el rostro, mi mirada se toparon con ese color de orbes tan profundos y escandalosos, un color precioso que se fijaba solamente en mí, tal como se fijaron cuando terminados recostados después de hacer el amor. ¿Llevaba contemplándome todo este tiempo? Estaba segura de que por lo menos, habían pasado un par de horas.

— ¿No descansaras? —quise saber, mi mano se deslizó sobre su pecho para acariciarlo, para que mis yemas se grabaran su suave textura, esa piel sin fiebre que se sentía tan esquicito a una temperatura normal.

—Prefiero que tú lo hagas—respondió, en un tono bajo sin dejar de contemplarme—, ¿por qué no duermes? Yo te protegeré.

Yo te protegeré. Esas palabras que se repitieron en mi cabeza, provocando que por mis labios cruzara una sonrisa pequeña, pero marcada de esa felicidad que cosquillaba mi estómago.

Él me había estado protegiendo todo este tiempo, y aun cuando estábamos dentro de un bunker, seguía haciéndolo. Él era maravilloso.

—Aquí no hay peligro— aclaré, sin desvanecer la sonrisa.

—Estar atrapados es aún más peligroso, prefiero que tú recuperes tus fuerzas primero.

Tenía razón, no lo recordaba. Y era que, perderme en Rojo, y estar así, entre sus brazos dominada por su dulzura y calor, me hacían olvidarme del infiero de nuestra realidad. El que no estemos en peligro no significaba que estuviéramos a salvo, estábamos acorralados por monstruos, y quién sabía si ahora eran más o menos. Mordí mi labio un instante antes de suspirar, en verdad deseaba que fueran menos, aunque si hubiera un cambio en los monstruos que se encontraban extrañamente en cada entrada de los bunkers, estaba segura de que Rossi o Adam estarían informándonos.

Tal vez, la situación seguía igual.

Aferré mis dedos al torso desnudo de mi hombre, dejando que mi pulgar fuera el único que le acariciara, ahora que estábamos aquí, solos, era mejor apreciar cada segundo de nosotros que pensar por un momento en el peligro de afuera.

Era el momento, por minutos que nos quedaran antes de que los otros llegaran, para aclarar mis dudas, para preguntarle sobre nosotros, había tantas cosas que no sabía y quería conocer.

—Rojo— suspiré su nombre, mirando en dirección a la ligera luz que se adentraba por la rejilla de la puerta—. Quiero saber cómo nos conocimos, he tenido mucha curiosidad.

Lo único que sabía de nosotros, que yo tomé el lugar de su examinadora por un tiempo, pero, ¿cómo llegué a tomar ese lugar? ¿Lo conocí antes de ser su examinadora o cuando lo fui? ¿Qué tanto estuve con él? ¿Que hice a su lado? ¿Llegué a tocarlo...a bajar su tensión?

—Mi examinadora no se presentó ese día, así que no me sacaron de la habitación hasta que tú abriste la cortina— empezó a contar, sin titubeos y con una tilde de voz, como si estuviera recordándolo todo en ese momento—. Llevabas esa bata blanca larga y holgada que llevan todos los examinadores y que les cubre todo el cuerpo, y tenías en tus brazos una libreta de dibujos y unas crayolas, entre otras cosas. Yo no pintaba, los experimentos de mi sala no pintábamos, pero me enseñaste a hacerlo, y te quedaste toda la noche a mi lado.

¿Libro de colorear? ¿Crayones? ¿Por qué llevaría eso para alguien del tamaño de Rojo? ¿O era eso parte del trabajo?

—Ese fue el mejor día de mi existencia, pero no fue la primera vez que te vi.

— ¿Cómo? — Sus palabras lograron sacarme de mis pensamientos, con una extrañes inmediata—. ¿Si no fue con tu examinadora, cómo nos conocimos?




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