Experimento Rojo peligro (placeres caníbales 1)

Brazos que no son míos

BRAZOS QUE NO SON MÍOS

*.*.*

De solo sentir ese vapor cosquillando mi cabeza, mis rodillas se doblaron instantáneamente dejándome caer al suelo antes de que aquella cosa— que solo Dios sabía qué tamaño tenía—se estirara y me alcanzara: sintiendo como prueba suficiente de que iba a devorarme de un mordisco, su baba cayendo sobre mi cuello. Gateé lejos de su alcance escuchando ese asqueroso sonido baboso como si estuviera remeciéndose en la ventilación para liberarse de ella, y patojeé sobre el asfalto para levantarme apresuradamente.

Y cuando me eché a correr, cuando mis pies se empujaron y se movieron con velocidad sobre el suelo con la aterradora necesidad de alcanzar el siguiente corredizo...

Algo rodeó mi pierna.

La rotundidad con la que tiró de ella, no solo pinchó un intenso ardor en mis músculos sino que todo mi cuerpo azotó contra el suelo y aunque mis brazos amortiguaron el golpe de mi rostro, el resto de mi cuerpo se comprimió por el dolor que salió siendo escupido a través de mi boca por un chillón grito.

Un horroroso grito que además de recorrer cada fibra de mis nervios para hacerlos estremecer, también recorrió todo al alcance del bunker.

Con desesperación apreté los dientes ahogando un segundo grito que desgarró por completo mis entrañas cuando sentí como comencé a ser arrastrada por aquello que apretaba mi muslo, lo aprisionaba y tiraba de él como si deseara arrancármelo del cuerpo mientras me devolvía a la distancia que creé entre nosotros y la que aún quería dejar permanecer.

—De mí no huiras— Mis labios se apretaron ante esa macabra voz bestial que sr escuchó detrás de mi espalda—. Voy a comerte.

Estaba aterrada.

Horrorizada.

Esa cosa me tenía presa.

Pero yo tenía un arma. Sí. Eso fue lo único que brilló en mi mente, lo único de lo que mi cuerpo se dio cuenta y de lo que mis manos sintieron en ese instante en que esa cosa dejó de arrastrarme y algo de textura tan familiar como los tentáculos de Rojo empezaron a deslizarse sobre mi estómago. Cada desliz sacudió mi cuerpo, lo torturó con caricias lentas y aterradoras, como si estuviese preparándose para morderme.

No, no iba a ser mordida, mucho menos morir, no sin antes haber peleado.

—Yo no voy a ser tu comida—solté entre dientes. Con fuerza, a pesar del dolor oprimiendo mi pierna, del terror nublándome los sentidos y amenazando con hacer lo mismo con mi mente cuando esa exhalación se ciñó sobre mí espalda baja, obligué a mi cuerpo a torcerse hacía uno de los lados y alzar mucho mis brazos para sostener el arma y...

Disparar.

Disparar tres veces para dejar que el sonido explorara alrededor y fuera amortiguado por un gruñido más intenso y de dolor, ensordeciéndome lo suficiente como para quedar petrificada en mi lugar, hundida en mis aterrorizados pensamientos al saber lo demasiado cerca que se escuchó aquel gruñido sobre mi estómago.

Había estado a un instante de ser mordida.

Sacudí mis pensamientos y mi cuerpo, obligándole a reaccionar y a arrastrarme fuera al sentir todos esos tentáculos dejar de aprisionarme el cuerpo para apartarse.

Volví a empujarme para levantarme como pudiera, pero tan solo enderecé mi pierna herida, todas mis entrañas y hasta los músculos de mi pierna chillaron. Esa cosa me había lastimado el musculo.

No me dejé respirar ni acostumbrarme al dolor y apretando el arma en mi mano, empecé a correr con dificultad, sin detenerme cueste al dolor. Mientras lo hacía, atenta a cualquier ruido detrás de mí, estiré mi desocupada mano para encontrar la pared más cercana y hallar el siguiente pasillo que no tardé en cruzar lo más rápido posible.

Mis entrañas maldijeron cuando el dolor, al forzar mi pierna a moverse, quiso estallar más arriba de mi cuerpo, tuve que apreté la quijada y mis labios para no soltar los quejidos o para acallar los jadeos agitados de mis respiraciones.

Maldición. El dolor era insoportable.

Y ya ni siquiera sabía a dónde me estaba dirigiendo o si este era el pasillo que llevaba a la oficina, mucho menos si estaba cerca de otra monstruosidad. Deseaba que no fuera así.

Lo sabía, sabía el gran error que cometí al salir de la oficina, pero ya era tarde, para regresar y para arrepentirme. Ahora solo tenía que encontrarlos, y sobrevivir.

Seguí corriendo, el dolor pinchando mis huesos con cada pisada que daban mis pies con la necesidad de sentirse a salvos.

Me relamí los labios y como si me fuera a servir, miré detrás de mi hombro, a toda esa oscuridad, en busca de otro experimento. Nunca esperé que, de un momento a otro, todo el pasillo se iluminara con fuerza, iluminara más de lo que había hecho, dejándome apreciar cada centímetro del lugar.

¿Había sido Rojo el que devolvió la electricidad, o Rossi o Adam? Levanté la mirada para atisbar cada maldita ventilación del techo, separada una de la otra por tan solo dos metros.

Levanté el arma en posición de cada una de ellas, atenta, tratando de ver por las rejillas y captar algo, lo que sea para que disparara sin chistar. Estaba segura, muy segura, de que había más de un experimento ocultando en las ventilaciones y muy posiblemente, vigilándolos.




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