Experimento Rojo peligro (placeres caníbales 1)

No es justo

NO ES JUSTO

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Sus dedos giraron el picaporte, pero la puerta de la habitación nunca se abrió, no porque tuviera el seguro puesto, sino porque Rojo abandonó la perilla para girarse con la mirada entornada en mí.

—Quiero que vengas conmigo—su grave voz y la firmeza de sus palabras me hicieron pestañear, pero mi cara jamás se comparó a la de Rossi—. Quiero aclarárselo contigo a mi lado.

Ni siquiera me lo pidió, solo extendió su brazo y esa mano rodeó dulcemente mi muñeca, haciendo que, con el tacto cálido de sus dedos, me estremeciera. Mi corazón se alborotó de felicidad n cuanto él tiró de mí con la misma dulzura de antes para acercarme más a su caliente cuerpo. Ese cuerpo al que quise abrazarme.

—Solo provocaras un escándalo si la llevas—La voz de Rossi detrás de nosotros, lo hizo enviar la mirada sobre su hombro—. ¿No le dijiste que protegerías a tu especie?

Los labios de Rojo hicieron una leve mueca, desagradado antes de contestarle:

—Lo dije, la protegeré de los examinadores que quieran lastimarla, pero no de esta forma, no puedo protegerla de su tensión cuando ella misma puede hacerlo.

Me miró, y me sonrió apenas antes de romper su agarre de mi muñeca y llevar ambas manos a empujar la puerta, para abrirla por completo. Tan solo la puerta se abrió, un chillido llenó toda la habitación y esa tensión se añadió instantáneamente a mis músculos cuando aquel par de ojos perlados se alzaron desde el rincón de esa cama clavados únicamente en Rojo.

—Nueve—lo nombró, me miró a mí de reojo antes de levantarse y trotar con toda sencillez hasta nosotros... hasta él, mejor dicho. Y al hacer ese trote, sacaba a la luz las mentiras de Rossi—. Al fin llegas, estaba esperándote.

Estaría sintiéndome tranquila, de no ser porque al verla estirando sus brazos con la necesidad de alcanzarlo, agujeró mi estómago, sin embargo, esos delgados brazos fueron detenidos justo a tiempo, antes de que alcanzaran el torso de Rojo y lo rodearan con fuerza, como aquella vez. Por otro lado, Rojo no la detuvo bruscamente, dejó que sus manos se apretaran sin ser rudo a los antebrazos de ellas para detener sus pasos, esos que querían a duras penas, acercarse más a él.

Su mirada carmín la estudió, estudió esa pálida piel y esa sudoración que lo hizo negar con la cabeza un par de veces.

— ¿Por qué dejas acumular tu tensión? — preguntó de sopetón él, hundiendo su entrecejo, pero no con molestia, era ese mismo desagrado que mostró segundos atrás antes de entrar—. Tu sangre es menos pesada que la mía, puedes bajar la tensión ejercitándote.

Aun así, ella sonrió, y aunque no quise, terminé contemplando contra mi voluntad la ternura con la que miraba a Rojo. Sentí pánico en mi interior cuando ella abrió la boca.

—Lo sé, pero no dejo que se me acumule mucha—Y volvió a verme de reojo antes de extender una nerviosa sonrisa y ver nuevamente a Rojo, a esos orbes que la estudiaban con extrañez—. Hacia lo mismo con 23 para intimar, espero que no te moleste que quiera hacerlo contigo.

No supe que cara puse al escucharla, simplemente no podía creer que fuera capaz de decir aquello con toda normalidad a Rojo.

Los labios de él se retorcieron, sus brazos al fin dejaron los de ella que no se movió más, permanecía firmemente observándolo, mientras llevaba su mano a juguetear con un mechón de su largo cabello que se acomodaba sobre su hombro. Ni siquiera me había dado cuenta de que se lo había soltado, mucho menos desbagado la camisa y quitado los zapatos.

Sabía que todo eso lo hizo con un solo objetivo, y solo pensarlo los vuelcos volvieron a mi estómago, esas nauseas que solo provocaron más espasmos en mi cuerpo me hicieron soltar el aliento entrecortado, y saborear asquerosidad en mi boca.

Oh Dios. No era un buen momento para vomitar.

—Si me molesta—espetó él, esa sonrisa en el rostro de ella disminuyó lentamente dejando una mezcla confusa en la forma que terminaron teniendo sus labios, o incluso en la forma en que ella terminó viéndolo a él—. No mostré ni un afecto amoroso por ti, tampoco dije que quería ser tu pareja.

En ese segundo pude ver en el rostro de ella como la sorpresa y el shock le golpeaba, mirándome enseguida.

—Es ella, ¿cierto? — preguntó, volviendo la mirada en él, retrocediendo un par de pasos más—. ¿Es una broma? Es una examinadora, es igual a ellos y no me defendió cuando me hicieron daño, Nueve.

La manera en la que lo dijo demostró un ápice de molestia y rencor que creó una mueca en mis labios.

—Pym no es como ellos, es completamente diferente—defendió él y tan solo vi la manera en que abrió sus labios para agregar algo, ella le interrumpió

—Es que no lo entiendo, dijiste que me protegerías, que me tendrías a tu lado—musito, ahora sus dedos se restregaban unos a otros antes de levantar la mirada y depositarla otra vez en él—. ¿Por qué no quieres ser mi pareja? Después de todo somos los únicos que quedamos vivos, nos necesitaremos, Nueve.




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