Experimento Rojo peligro (placeres caníbales 1)

1. Miradas en la ducha

1. MIRADAS EN LA DUCHA

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Primer recuerdo de Experimento Rojo 09.

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Jadeé.

La presión placentera y dolorosa quemó mi cuerpo, ya no podía estirar más mis brazos ni mucho menos apretar las sabanas de la cama más de lo que mis dedos habían hecho, y si seguía apretando mi mandíbula para soportar, el hueso se me rompería.

Mis músculos se estremecieron y se estiraron, mi cuerpo se removió retorcido por esos pinchazos de placer, meneando mis caderas hacía su cavidad sin poder evitarlo.

Sentí ahogarme, así que traté de tragar la saliva que se me acumulaba en la boca, e intenté respirar por ella pero otra contracción que estiró mi interior, me retuvo el aliento. Me hizo gemir, apretar el mentón, morder mi lengua hasta hacerme sangrar.

Odiaba gemir así... Pero no podía evitarlo, se sentía bien.

Y estaba llegando al final.

Mi examinadora estaba saboreándome, aunque no podía verla por la venda en mis ojos, sentía su boca, su lengua, el interior de su cueva bucal apretar mi miembro y succionarlo. Y tiró de mi miembro con una última succión de su lengua para apretarme los dientes y hacerme gruñir sintiendo todo mi cuerpo convulsionarse y caer rendido con mi liberación en su boca, esa boca que, cuando me arranqué la venda de los ojos vi como terminaba escupiendo todo el líquido que salió de mi cuerpo, en el cesto de basura.

En tanto ella lo hacía, yo traté de sostener mi peso contra la cama mientras me reponía del dolor, mientras mi cuerpo se llenaba de una nueva energía, relajado, recuperado.

—Esto es asqueroso—se quejó ella, y volvió a escupir arrugando su respingona nariz—. Cada vez sabe peor, debe ser por tu etapa de crecimiento interna.

Se limpió su picudo mentón—ese en el que también había caído un poco de mi liberación—, y estiró una mueca con esos labios maquillados de labial rojo que habían manchado varias partes de la piel de mis piernas.

Retiró en un fugaz movimiento un número de mechones rubio de su cabello que estorbaba su rostro y se levantó con la misma mueca de asco. Empezó a alisarse su larga bata blanca y holgada de examinadora que siempre llevaba puesta, le cubría casi todo su cuerpo, abotonada desde cuello hasta la mitad de sus pantorrillas, solo dejando ver unos pantaloncillos oscuros y un par de calzados rojos que ella llamaba tacones.

Desde hace un tiempo comencé a tener mucha curiosidad por saber que era todo lo que se ocultaba debajo de esa enorme bata, no podía imaginarme su figura, no sabía si mi examinadora tenía mí mismo cuerpo o era diferente su cuerpo al mío, ¿era plano? ¿Tenía ombligo? Lo único que sabía era que no tenía un órgano sexual igual al mío, porque ella era una hembra, una mujer. Nunca vi un cuerpo de una mujer y esa bata no me respondía mis dudas, quería saberlo. Sin embargo, no podía preguntárselo, una vez lo hice y ella se molestó.

Me dijo que no era el momento para saberlo sino hasta que me emparejaran.

Una mirada marrón se levantó del suelo y me observó con disgusto, examinó mi cuerpo enteró, pero sobre todo la sudoración de mi rostro, para comenzar a negar con movimientos mínimos de su cabeza.

—Esta vez tardaste en liberarte, ¿es que no te excite lo suficiente 09? — me preguntó, tomó su tabla de la que colgaba una pequeña libreta en la que anotaba mi número de liberaciones—. ¿No vas a responder, 09?

—No lo sé—respondí, bajando la tela de mi bata para que cubriera el resto de mis piernas manchadas de labial. La verdad no lo sabía, no sabía porque últimamente me costaba llegar al final de mi liberación, tal vez era porque tenía mucha tensión acumulada.

Después de todo, nosotros los experimentos del área roja, éramos más complicados que el resto, el resto tenía entrenamientos para que su tensión se acumulara, el entrenamiento que nos daban a nosotros no nos servía, retrasaba un poco la tensión, pero si dejábamos de entrenar rápidamente volvía a acumularse el dolor en nuestro pecho y en nuestra cabeza.

Ese era un dolor terrible, se sentía como si algo quisiera atravesarte los huesos. No lo soportaba, sentir ese dolor me lastimaba más de lo que mi examinadora imaginaba.

—Pues deberías saberlo — severo antes de suspirar y lanzar la libreta a la mesa cuadrada, produciendo un sonido agudo—. No es trabajo fácil para mí averiguar si lo quieres en mi boca o en mi mano.

Observé su rostro, esa media mueca torcida en sus labios, ¿cómo podía ayudar? Intimar con ella me hacía sentir mejor, restauraba mi temperatura, me ayudaba a sentir mucho menos dolor, pero no sabía por qué había tardado tanto esta vez si mi miembro había respondió como lo hizo otras muchas veces.

Tal vez se me acumulaba más tensión con eso de que estoy en la última etapa de mi crecimiento.

— Si no me ayudas a descifrar lo que quiere tu cuerpo en cada liberación—mencionó, tomando todo su rubio cabello que le llegaba sobre sus hombros para atarlo en una coleta—, no podré ayudarte.




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