NO DE ÉL
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Actualidad.
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Sentí una rotunda sacudida en los huesos cuando esos disparos volvieron a estirarse en el exterior acompañados de sonidos huecos y agudos con una fuerza capaz de retumbar las paredes, llenándolo todo de terror.
De inmediato clavé la mirada en la puerta entenebrecida por el ruido, antes de sentir las manos de Rojo apretando mis rodillas, haciendo que enseguida fuera él lo único que terminara mirando. Su quijada estaba apretada, esos orbes se habían ocultado debajo de sus enrojecidos parpados, revisando más que alrededor, la pared junto a la puerta que antes yo miraba....
Porque del otro lado de ella, se desataba un caos.
Se me estremecieron los músculos cuando sus dedos abandonaron mi rodilla, cuando lo vi alzarse de golpe, incorporando su postura peligrosa. No tardé nada en imitarlo subiendo mis jeans también, mis nerviosos y temblorosos dedos lo abotonaron como pudieron cuando vieron a Rojo encaminarse a la puerta.
— Quédate aquí—no fue una petición, sino una orden, y podía sentir lo aseverado de su voz a pesar de que esta vez no volteó a mirarme—. No salgas esta vez.
—Pero...
¿Cómo quería que me quedara aquí sin hacer nada? Iban a necesitar mi ayuda si algo muy grave estaba pasando ahí a fuera, ¿y si alguien salía lastimado? Mi ayuda podría ser una diferencia. Desapareció, desapareció cuando abrió la puerta de un golpe, y corrió fuera del baño. Apresuré a salir, viendo su ancha espalda alejarse cada segundo más, tomando el arma del bolsillo de su pantalón antes de abrir esa puerta que, desde la lejanía mostro un montón de escombros de madera que me inquietaron.
El sonido cesó al instante en que él cerró la puerta, ni un solo grito o disparo se escuchó más, nada más que el silencio hundiendo nuevamente la habitación. Hundí el ceño dejándome plantada solo el suelo solo unos segundos para saber si nada más se escuchaba, pero entonces ese jadeo cercano llamó mi atención.
Un jadeo entrecortado que hizo que mi rostro girara hacía el lado derecho de la habitación, y encontrara ahí, debajo de una de las camas, a 16 oculta, aferrada al suelo, con la mirada aterrada observando la puerta, y con una mano apretando mi arma, la que había dejado sobre la cama.
Repentinamente su figura se oscureció cuando enseguida la fuerza de la iluminación disminuyó, sombreando algunas pocas áreas de la habitación.
Eso no era nada bueno...
— ¿So-so-son los monstruos? —la escuché preguntar, sin apartar la mirada de la madera de la puerta, yo tampoco aparté la mía de ella, preguntándome por qué razón estaba tan oscuro.
— Creo que sí—Deseaba equivocarme.
— ¿V-van a entrar? —preguntó al instante en que contesté. Aún con lo bajo de su voz, ni un otro ruido más detrás de esa puerta, se escuchó. Ni siquiera un gemir.
Pronto la vi salir de su lugar, arrastrarse fuera de la cama para levantarse. Miré de qué forma le temblaban las manos, sobre todo esos dedos mal acomodados sobre el gatillo, poco faltaba para que lo apretaran y una bala saliera descuidadamente del arma.
—No, por ahora no—No me escuché muy segura. Suspiré, sintiendo la necesidad de arribarle el arma, lo que más que necesitábamos en este momento eran balas, y no podíamos desperdiciarlas—. Dame el arma, ¿sí?
Sus orbes verdes volaron en mi dirección, se miró las manos, la seriedad que puso me hizo pensar que no me la daría, pero luego volvió a verme antes de asentí levemente y acercarse mientras me estiraba el arma. No tardé en tomarla y contar las balas dentro, todavía tenía un bonche en la caja junto que dejé sobre la otra cama.
—Ya no hay ruido, ¿tú crees que algo pasó? — su pregunta me preocupó más que ver sus labios partidos y esas gotitas de sudor en su rostro, que, aunque eran pocas, que tuviera fiebre aún decía que la tensión seguía en ella.
Respiré hondo y exhalé sintiendo. No estaba segura de nada, pero, si ya no había ruido era por una razón, ¿no? Y esa razón fue eliminada, ¿cierto? Sentí mucha inseguridad, y más que inseguridad miedo.
El silencio no siempre era bueno.
—Espera aquí, iré a revisar, ¿entendiste? — avisé. Apenas la vi asentir con dificultad.
Animé a mis piernas a moverse en esa dirección, no sin antes mirar esa perlada mirada que ahora estaba puesta sobre mí. Mi mano tomó el picaporte y tan solo lo abrí el desagradable olor a putrefacción me sacudió el estómago. Era asqueroso, solo recordar ese olor me hacía saber que se trataba de los mismos experimentos.
Observé, abrumada, el apenas tétrico panorama que se desataba frente a mí. Todo el muro que había sido construido por Adam, Rojo y Rossi para defendernos, estaba destruido por los suelos, como si algo se hubiese estampado contra ellos, algo pesado y brusco. Ese algo tenía la forma de dos grotescos experimentos cuyos tentáculos estaban esparcidos por casi todo el suelo frente a mí, uno que otro bajo los escombros de la madera. Pero estaban inmóviles, sin vida, con balas atravesando sus deformados cráneos.
Editado: 08.04.2020