Experimento Rojo peligro (placeres caníbales 1)

4. Cuando estamos cerca

4. CUANDO ESTAMOS CERCA

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Tercer recuerdo de Experimento Rojo 09

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La prefería a ella, y no dudaría en responder si me llegaran a preguntar a qué examinadora quería para siempre.

A Pym.

Me gustaba más ella de lo que nunca llegó a gustarme mi examinadora. Solo llevaba un día y unas horas conmigo, y sentía que estaba aferrado a ella, que no podía permitirme tenerla lejos. No después de todo lo que me enseñó, de cómo me trato tan diferente a como me trataron, no después de oírle pronunciar mi clasificación, no después de ver sus labios rosados estirarse en una sonrisa tan blanca y suave, tan preciosa como el color azul de sus ojos. Una sonrisa que yo mismo le había provocado, y quería provocarlo más veces.

Era radiante, era como el sol que ella me describió.

No quería tenerla lejos.

No quería que se fuera, quería que se quedara conmigo.

Le pregunté por cuánto tiempo se quedaría, por cuánto tiempo suplantaría a Erika, ella no supo responderme, solo mencionó que le dijeron que sería por unos pocos días. Saber eso provocó un extraño hueco en mi pecho, una opresión que antes no sentí.

Como si algo estuviera a punto de romperse, solo pensar en que dejaré de verla y ver todos los días a mi examinadora...

Eso era lo no quería que sucediera, con mi examinadora los días eran lentos, ni siquiera quería que llegara el día para verla entrar por mi puerta. Por otro lado, con Pym las horas se convertían en minutos, y aunque este era el segundo día, solo podía desear que el tiempo se detuviera para no verla salir de mi cuarto, por miedo a que al siguiente día no volviera aquí.

¿Podría hacer algo para que se quedará conmigo? Quisiera convertirla en mi examinadora.

—Volví— su voz hizo que mis dedos se congelarán, que el color azul con el que pintaba una nube dibujada en el cuaderno, resbalara y golpeara la mesa. Alcé la mirada, contemplando esos orbes que desde el primer momento no había dejado de observar, de reparar en ellos y hacer lo posible por gravarlos en mi memoria. Pero más que memorizarlos, era mejor tenerlos frente a mí.

Apretó sus labios en unas sonrisas cuando dejó que la cortina se corriera detrás de ella para cubrir el exterior de la sala y se acercó a la mesa.

Llevaba algo en sus brazos, una caja blanca con dibujos de todos los colores y con una extraña palabra que frunció mi frente.

¿Twister? Sí, eso decía la caja. Pero, ¿qué era eso? ¿Se había ido por más de una hora para traer esa caja?

Pym dijo que iría a buscarnos unos juegos para divertirnos el resto de la noche ya que habíamos terminado con el resto de las actividades todo el día y a mí no me había dado sueño aún. La verdad es que no quería dormir, quería gastar cada gota de mi energía para estar a su lado, para pasar más tempo con ella.

—Me costó mucho encontrarlo— bufó, dejando la caja en la mesa para abrirla y sacar... un raro y enorme manto blanco que parecía pesado—. Es de una compañera de infantes, tuve suerte de que no lo utilizara esta noche...

Desdobló y extendió ese manto delante de mí, no tardé en evaluar esos círculos que de alargaban en cuatro filas, cada fila era de un color diferente...

Por un momento había pensado que ese juego se parecería a lo que jugamos la noche de ayer, donde utilizábamos unas pequeñas cartas con números en cada una de ellas. Todavía recordaba su nombre, Pym dijo que se llamaba Uno.

Aunque al principio no entendí lo que debía hacer, donde y cuando utilizar una carta, con los minutos ese juego empezó a entretenerme. Lo jugamos por largas horas hasta que ella cambió la dinámica.

— ¿Qué es eso? — pregunté, sin dejar de apreciar, sobre todo, el color azul de esa malla o manto, o tapete, lo que fuera eso que sus delgadas y pequeñas manos extendían de tal forma que cubriera casi por completo todo su cuerpo.

Twister, nuestra nueva actividad— sus dulces palabras sonaron ahogadas del otro lado—. Está un poco grande, así que tendremos que hacer movimientos en tu pequeño cuarto— informó, lanzó sobre mi cama la malla de círculos coloridos y se sacudió sus manos—. ¿Te molestaría si movemos muebles?

—No— sinceré, aún sin saber que era lo que haríamos. No importaba, con ella seguramente me gustaría el nuevo juego.

Miré su asentimiento antes de ver como se tomaba todo su largo cabello ondulado y se hacía un chongo sobre su cabeza. Ese acto me hizo acordarme al primer día en que la vi, en que nuestras miradas se cruzaron...

Ese momento sería inolvidable.

—Movamos la mesa y las sillas sobre tu cama, también la cajonera de abajo— señaló para después acercarse y tomar la silla en la que estaba su mochila y unas carpetas, las depositó en la cama al igual que la silla.




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