Experimento Rojo peligro (placeres caníbales 1)

El soldado naranja

EL SOLDADO NARANJA

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Suave era la forma en que sus manos se movían sobre la piel de mi cuerpo, y caliente la chispa que producía su solo contacto, paseándose por lo alto de mis muslos hasta por lo bajo de mi vientre en caricias estremecedoras mientras repartía jabón.

Disfrutábamos del cuerpo del otro en la ducha solo por unos minutos, bajo el agua fresca del fregadero. Después de unos días sin poder actuar el plan de Adán, y sin ser atacados por experimentos de las ventilaciones, decidí darme un baño.

Rojo quiso bañarse conmigo y no pude poner objeción a eso, pero ser bañada por él era peligroso, placentero, me tentaba a perder la poca razón que tenía para cortar la diminuta distancia entre su entrepierna y mi trasero.

Si seguía tocándome de esa manera y besando la parte de atrás de mi hombro, caería. Era muy seguro que caería porque muy a mi pesar, también quería.

—Estas provocándome— ronroneé, sintiendo sus labios subir por mi cuello, al igual que sus manos subían a mis desnudos y endurecidos pechos.

—Eso es lo que quiero— Se empujó contra mi trasero, logrando que en mi garganta se construyera un gemido que rápidamente lo dejó encantado. Todos mis sentidos saltaron y enloquecieron al sentir su caliente miembro palpar esa zona tan sensible.

—Rojo— mi voz fue apenas un hilo de tono, ahora una de sus manos estaba acariciando mi vientre, era delirante, con unas solas caricias mi cuerpo temblaba, se retorcía y meneaba—, no podemos—gemí ronco cuando volvió a empujarse apretando mis caderas con la necesidad de entrar en mi—. No podemos, debemos apresurarnos y hacer lo que...— no pude ni terminar mis palabras, pero quería recordarle que debíamos salir de ducharnos rápidamente, porque del otro lado estaba 16, esperando su turno para bañarse.

—Lo sé— susurró en mi oreja, su voz se escuchaba repleta de deseo—. Pero no puedo evitarlo— Una caricia en mi zona más íntima me abrió mucho la boca, mis rodillas se volvieron gelatina

A veces me costaba creer que la energía de Rojo siguiera intacta al igual que su insatisfactorio deseo de hacerme el amor en cada pequeña oportunidad. No es que tuviera problemas con eso, todo lo contrario, me encantaba cómo buscaba más de mí, y sus actos para conseguirlos eran, además de inquietantes, inesperadamente placenteros.

Desde un principio que traté de resistirme a él, sus acercamientos, caricias y miradas intensas, siempre amenazaron con destruir un muro en mi interior que ahora ya no existía más.

No. Porque él lo hizo polvo.

Me giró sobre mis talones para tenerme frente a sus endemoniados orbes que me contemplaron bajo el montón de agua. Ancló sus dedos a cada lado de mi cadera y me acaricio levemente, fue un tacto dulce que duró largos segundos en el que me esmeré por descifrar la forma en cómo me miraba.

Eres como si me admirara, o como si estudiare cada pulgada de mi rostro para dibujarla en su cabeza. Recordaba esa mirada y no porque antes ya me había mirado así, sino porque hasta donde recordé de todos aquellos momentos que perdí, lo recordé a él, mirándome de esa misma manera.

Y se acercó en dos pasos, dejando que su cuerpo húmedo y limpio, volviera a mojarse, solo para rodear mi cintura, pegar mi cuerpo al suyo e inclinar su cabeza para besarme profundamente.

— Te quiero tanto, Pym —susurró. Esa confesión, aun cuando ya había escuchado, me estremeció entre sus brazos, me desinfló en un suspiro largo.

Volvió a besarme, esta vez lento, un movimiento lento con sus labios en los que su lengua de apoyaba para acariciar la piel de mis labios
En ese beso en el que él se ladeó para tener más acceso a mi boca, deje que los brazos lo rodearan, repasando la piel mojada de su espalda.

Suavemente me empujó más contra su cuerpo de tal forma que fuéramos capaz de sentir cada parte del cuerpo del otro. Rompió con nuestro beso, alzando su cabeza para abrazarme con una fuerza que me abrumó al instante.

Se presionó más contra mí y ahuecó su cabeza en mi hombro.

— ¿Sabes? Soy el hombre más feliz por tenerte — soltó contra mi oído nuevamente, para después depositar un beso que me dejó helada y pérdida.

Sus palabras se clavaron en mi oprimido pecho, suficiente fue el dolor y la miseria para llevarme a la realidad en la que nos encontrábamos. Después de pasar dos días más desde lo último que recordé, la tensión en el grupo aumento y no solo porque recordará algo de ellos, eso ni si quieres tenía campo en lo que había sucedido.

Lo que ocupaba nuestras mentes — y era esa razón por la que Rojo quería hacerme olvidar de las preocupaciones con sus caricias y besos—, era que la segunda entrada no servía. No abría, no funcionaba su receptor de contraseña, al menos la interna, ni mucho menos su palanca de emergencia.

Un día después de que hiciera el escándalo de abofetear a Rossi y Adam, tuvimos la oportunidad de salir de una vez por todas, ya que solo mataríamos a un solo experimento, pero cuando Adam colocó la clave, el aparato la interceptó como incorrecta. Todavía recordaba la ira de Adam mientras intentaba ponerla una y otra vez que hasta la propia máquina de la puerta dejó de encender, sacando chispas y humo de su interior. Y no era por un error o falta de electricidad, el bunker tenía sus propias baterías para proporcionar suficiente energía al lugar.




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