Experimento Rojo peligro (placeres caníbales 1)

23 Rojo

23 ROJO

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Había mucha tensión que sus palabras dejaron, sobre todo en Rojo y Adam quienes eran los únicos del grupo cuyas miradas se mantenían endurecidas y atenta s a cualquier extraña acción de ellos. El resto de nosotros estábamos hechos un manojo de nervios mientras ellos dos se mantengan inmóviles, y peor estaba 16 que se ocultaba detrás de mí, aferrándose a mi espalda, susurrándome una y otra vez una pregunta: ¿Quiénes eran ellos?

Lo mismo me preguntaba, pero estaba claro que la única pregunta que importaba aquí era, ¿por qué razón estaban aquí? Apenas pasó un día desde que Adam mandó mensajes de ayuda desde la Tablet o, mejor dicho, eso intentó.

Quizás sus esfuerzos por contactarse con algún sobreviviente del laboratorio habían surtido efecto. Quizás eran ellos.

— ¿A qué han venido? — preguntó Rossi—. ¿Recibieron nuestro mensaje de ayuda?

—Responderé las preguntas una vez que bajen sus armas. No estamos aquí...— pausó mirándonos nuevamente a cada uno de nosotros—, para matarlos.

Mi garganta repentinamente se me secó cuando soltó aquello con un atisbo de voz divertida y escalofriante.

— ¿Cómo podemos estar seguro de ello? — Adam escupió la pregunta, echando una mirada a cada uno de ellos que nos señalaban con sus armas, sobre todo al naranja en el que fijé la mirada con más claridad al darme cuenta de que estaba mirándonos a Rojo y a mí, como si de pronto fuéramos algo interesante.

Eso solo me consternó más que, tuve que mirar a Rojo para saber si él se había dado cuenta de su mirada, pero no.  Rojo pasaba su mirada a cada uno de ellos, atento y cuidadoso. Pestañeé y volví la mirada a él solo para saber que ahora, con severidad, miraba a Adam.

— ¿Cómo sabremos que no dispararan si nos están señalando? — Adam completó su pregunta.

Un instante fue silencio para que al siguiente esa extraña risa removiera nuestras entrañas y llenará el bunker perturbadoramente.

— ¿No es lo mismo que están haciendo ustedes?

—Con la única diferencia de que ustedes son más que nosotros— recalqué.

Eso hizo que él estirara aún más su sonrisa, y que esa sonrisa perturbadora le llegara hasta los ojos, marcando aún más todas sus arrugas.

—La única forma en que yo los mataré será sabiendo que están infectados— dicho esas palabras con su grave voz, no pude evitar estremecerse del miedo, sentirme más asustada que antes al recordar que Rojo seguía teniendo los colmillos.

Tuve miedo, mucho miedo, los colmillos no se le habían caído y no desaparecieron, pero la batería había dejado de crecer en su interior o, mejor dicho, ya no estaba en el cuerpo de Rojo. Habían pasado muchos días y él se devoraba las galletas con gusto cuando en el área roja, las escupió con un gesto de asco. Era claro que estaba sano, ya no estaba contaminado, pero la pregunta era, ¿ellos querrán lastimarlo al ver sus colmillos?

Ni un experimento tenía por naturaleza colmillos, ¿cierto? Creo que Michelle o Rossi lo hubiesen mencionado antes cuando recién nos encontraron.

—Pero los experimentos termodinámicos ya los revisaron así que estoy consciente de que están sanos— Y con eso, retiró una de sus manos de su arma, alzándola junto a su cabeza de una forma que todos vieran el movimiento de sus manos. Una indicación que hizo que todos ellos bajaran sus armas.

Miré a cada uno de ellos, había tantos hombres y mujeres experimentos vistiendo los mismos chalecos, todos con una mirada endurecida, otros pocos, como ese experimento de orbes naranjas y el hombre al mando, manteniendo una leve torcedura de sus labios con malicia. Ese sin duda era un gesto bastante inquietante como para desconfiar de sus palabras.

Algo no me gustaba de ellos.

—Ahora quiero que ustedes hagan lo mismo— pidió viéndonos con severidad. Le di una mirada a Rojo, notando como mantenía su postura peligrosamente quieta y alerta, con la mirada clavada en ellos, estudiándolos. Creo que él tampoco confiaba en ellos... Adam estaba igual y por la forma en que sus cejas se arqueaban y fruncían, preocupado. Sus manos apretaron y arma ese dedo en el gatillo temblaba, sin embargo, bajo esa mirada azulada demandando que obedeciera, Adam retiró el arma, enfundándola en su cinturón, Rossi hizo lo mismo, y luego les seguí yo.

No quería bajar el arma, pero debía hacerlo, de otro modo estaríamos en problemas. Si nos poníamos en contra, no saldríamos vivos, era seguro...

Por otro lado, mirar a mi derecha donde se encontraba Rojo, me retuvo la respiración, él seguía en la misma posición, con sus brazos estirados sosteniendo el arma, su cabeza levemente cabizbaja, su mirada oscura y endemoniada clavada amenazadoramente en una única persona, esa misma que se mantenía mirándolo con interés, y una escalofriante diversión, eso sin duda me dejó espantada.




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