Experimento Rojo peligro (placeres caníbales 1)

Más como nosotros

MÁS COMO NOSOTROS

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Jamás odie tato el silencio como el de este momento. Un silencio tan aterrador y arrebatador que era capaz de arrancarme el alma de un segundo a otro, y volver mi cuerpo nada más que un cubo de horror.

Mis labios temblaron al ver que los de él se torcieron en una mueca apesadumbrada, el suspenso brutal que dejó al apartar su mano de mi vientre oculto detrás de la tela de mis jeans, me secó la garganta. Quise tragar, remojarla, pero no pude lograr tragar.

Rojo se vio la palma de su mano un momento, las yemas de sus dedos se rozaron uno contra otro y entonces los empuñó con una fuerza en la que sus nudillos se blanquearon y las venas de su mano se marcaron, se inflamaron. Clavó sus orbes en mí, con una imponente y penetrante mirada que me volvió un pequeño insecto a punto de ser pisoteado por la verdad.

—Quítate los pantalones— soltó la orden, espeso.

Pestañeé confundida, azorada y perdida. ¿Por qué quería que me los quitara? ¿Había algo mal? Qué importaba, ahora sabía que había visto algo... Algo que no era nada bueno pese a su reacción.

— ¿Que viste? — quise saber, mi voz tembló, ansiosa, nerviosa, muy asustada. Miró mi vientre de vuelta, él tenía el mismo susto que yo, solo que había otra cosa resplandeciendo en sus ojos que no pude reconocer en ese instante.

—No vi nada, pero estoy seguro que sentí...

— ¿Qué sentiste? — le interrumpí, sintiéndome sofocada por la forma en que se mantenía ceñudo, y su mirada, ahora perturbada, clavada en mi vientre.

—Bájate los jeans, te revisare— ordenó, una orden escupida con preocupación de sus labios. Lo vi acercarse, llevar sus manos a los botones de mis jeans cuando vio que no obedecí. Pero detuve el voraz movimiento de sus dedos que ahora estaban sobre el cierre.

—Primero dime que sentiste, Rojo— pedí, en mi pecho un susto se guardó cuando sus orbes carmín temblaron, aun mirando esa parte de mí—. Necesito saberlo.

Lo necesitaba, sentía que me volvería loca si no me lo decía pronto.

—Una temperatura— replicó severamente, enseguida en que la última gota de mi voz se esfumara de mi boca—. No es la primera vez que la siento, Pym.

El aliento se escapó de mis labios, eso no me lo había esperado, pero mi cuerpo lo recibió como una pelota recibiendo el golpe del bate. ¿Qué quería decir con qué no era la primera vez que lo sintió? ¿Qué otras veces lo sintió? ¿Por qué no lo dijo antes?

— ¿Qué? — exclamé. Absorta en mis pensamientos, no me di cuenta de que él había apartado mis manos para bajar el cierre y todavía, tirar de los jeans hasta dejarlos al inicio de mis muslos y descubrir la delgada prenda interior que cubría mi zona intima—. ¿Qué tipo de temperatura? Dime, por favor.

Se dejó caer sobre sus rodillas, su mano adentrándose un poco en la prenda con un sutil y caliente desliz, volvió mis rodillas como gelatina. Ocultó sus orbes debajo de los párpados, y se inclinó, acercando su rostro a mi estómago, dejando una distancia tan diminuta e inquietante en la que detuve mi respiración un par de segundos.

—Ro-Rojo...— rogué, dejando que mis manos se positivaran con duda sobre su rostro, ahuecando sus mejillas para alzarlo y obligarlo a abrir sus ojos, y mirarme—. Dime qué viste.

—Apenas es tibia— reveló, con un ápice de inseguridad—, es un calor débil, casi frío.

Iba a tambalearme si no fuera porque una de sus manos se había colocado en mi cadera para mantenerme cerca de él. Sus palabras me aturdieron los sentidos, hundieron mis oídos en un fuerte zumbido, fueron como piedras de hielo resbalando desde mi garganta hasta la boca de mi estómago, congelando todo a su paso.

Traté de no entrar en pánico, enloquecer soltarme a llorar, pero sentí que iba a explotar cada pate de mi cuerpo con su confesión, y mis ojos ya se habían humedecido pensando en lo peor.

Pensando en que al final, moriría.

— ¿Es-estas seguro que es esa t-temperatura? — tartamudeé, entenebrecida y temblorosa del frío que empezaba a invadir fuera de mi estómago, todo a causa de todo tipo de perturbadores pensamientos.

Apenas una chispa de mi razón manteniendo la calma cesó la preocupación y el caos en mi cabeza cuando recordé que él dijo que apenas era cálido, ¿no? Probablemente su temperatura aun no era del todo cálida debido a su pequeño tamaño, apenas estaba desarrollándose, debía ser por eso...

No era completamente frío, por lo que entonces no estaba contaminado, no era el parasito, ¿cierto? Rojo dijo que el parasito afectaba la temperatura de los huéspedes, bajaba la temperatura del huésped a un nivel en el que su desarrollo fuera rápidamente fácil, así que si tampoco lo veía era porque el desarrollo del embrión era lento o normal, ¿no es verdad?

Además, se estaba formando, su corazón apenas empezaba, no llevaba mucho tiempo embarazada, más de dos semanas, o tal vez ya un mes, el tiempo en el que me embarace de Rojo explicaba el por qué no se sentía su calor o por qué Rojo no podía verlo.

Debía ser esa la explicación. Mientras no fuera una temperatura igual a la de los muertos, todo estaría bien...

—Tienes algo dentro de ti que no puedo ver— Traté de tragar, pero otra vez los músculos de mi garganta no respondieron. Abrió sus párpados, la nueva mirada de arrepentimiento que llevaba se estampó contra mi pecho, hundiéndolo de dolor—. Apenas lo siento, pero no es normal, Pym, debo sacártelo, antes de que crezca y te last... — No pudo terminar de decirlo, parecía desorientado, aturdido.

Molesto consigo mismo.

—Piensas que es el parasito— No fue una pregunta, sino aclaración. Rojo llevaba una mirada conmocionada que era fácil saber lo que pensaba—. ¿Si fuera el parasito, no tendría que cambiar mi temperatura también?

Y de pronto, me estremecí de pies a cabeza, sentí una clase de derrumbe en todo mi interior cuando esa lágrima resbaló de uno de sus lagrimales, sin hacer pestañar sus parpados, manteniéndolos perdidos y endurecidos....




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