Experimento Rojo peligro (placeres caníbales 1)

8. ¿Por qué estás enojado?

8. ¿POR QUÉ ESTÁS ENOJADO?

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Sexto recuerdo de Experimento Rojo 09

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Soñé que la besaba, que mi boca rozaba la suya y ella me correspondía separando sus labios para recibir mi lengua en su interior, dejando que me adueñara de ella con movimientos lentos y profundos, saboreando sus carnosos y pequeños labios rosados una y otra vez hasta hincharlos y enrojecerlos, hasta hacerla estremecerse debajo de mi cuerpo en tanto la devoraba, sintiéndome insaciable, con el deseo de quería más.

Quería más de ella.

La quería a ella.

Todo de ella.

Estaba seguro, seguro de que quería devorarla de todas las formas que me fueran posibles, tenerla rodeándome el cuerpo con sus piernas, desnudos con nuestras pieles rozándose, transfiriendo un calor que nos envolvía. Quería empujarme contra ella, crear gemidos en su garganta y escucharlos llamarme, tal como hicieron esas dos personas contra mi incubadora. Pero yo quería a Pym contra la pared... la quería... La quería... Quería intimar con ella.

Pero desperté. Su rostro, su preciosa mirada y esos labios suaves que quería seguir acariciando con los míos, desaparecieron cuando extendí mis párpados hacia el techo blanco de mi pequeño cuarto, para darme cuenta de que solo había sido un sueño.

Un sueño.

Inmóvil, y con el corazón acelerado bajo mí pecho, golpeando mis costillas con fuerza, como si quiera perforarlas. Mi respiración también estaba agitada, y había otra cosa de la que me percaté cuando llevé mi mano a mi frente para retirar todo ese sudor.

Mi cuerpo había transpirado, sudado tanto que la bata se pegaba a mi cuerpo entero, marcándolo. Pero eso no era lo que me desconcertó tanto que hasta tuve que removerle y sentarme, mi cuerpo estaba tenso, era una rígida incomodidad y una extraña sensación concentrada en una parte de mi vientre.

No quise revisarme solo por una razón, y esa razón estaba sentada en una de las sillas coloridas, recostando su cabeza sobre el peso de sus delgados brazos doblados que se hallaban en la superficie de la mesa donde había una charola repleta de comida, ya fría.

Solo de mirarla a esta altura y sin escucharla o ver su preciosa mirada azul, oprimió mi estómago y lo llenó de un inestable cosquilleo... Un revoloteo, ¿eran esas las mariposas de las que ella hablaba aquella vez que me explicó sobre el amor?

Respiré hondo, contemplando apenas lo que se podía ver de su bonito rostro oculto debajo de su corta cabellera ondulada, y al ver que no despertaba, decidí rápidamente mirar bajo las sabanas.

Era muy extraño. No me sentía con síntomas a causa de mi tensión, pero, ¿entonces por qué sentía excitación? ¿Era a causa del sueño? Todavía podía sentir sus labios sobre los míos y la forma en que los movíamos, era una unión tan deseable, y estaba seguro que fue esa la causa de mi extraña apariencia sudorosa que apenas empezaba a disminuir.

Desde que Pym apareció, cosas extrañas me empezaron a ocurrir, cosas desconocidas e indescriptibles. Soñar con ella siempre que dormía, sentirme nervioso, sudoroso y con el corazón acelerado cuando ella estaba cerca de mí, o cuando me tocaba mi cuerpo enloquecía comportándose de maneras incomprensible, luego estaba esa necesidad de estar a su lado, verla sonreír y sentirme sofocado y luego relajado cuando me miraba, cuando me hablaba.

Ella dijo que sabías que te gustaba alguien cuando sentías todo eso. Quería decir entonces que me gustaba ella, ¿no es así? Porque ya no encuentro otra explicación para lo que ella provocaba en mí...

Provocaba algo que nunca sentí con nadie más...

Y lo mejor de todo es que a pesar de que me confundía, me gustaba.

Quité las sabanas de mi cuerpo para salir de la cama, y caminar hacia la mesa. Tenía la intención de acercarme a su cuerpo, así que cuando llegué, en silencio tomé la otra silla y la coloqué junto a ella.

Me senté, sin quitar un ojo de su rostro, como su cuerpo levemente se movía cuando respiraba y exhalaba. Dormía plácidamente sobre sus brazos. Incliné un poco mi torso hacia adelante, llevando mis manos a la mesa discretamente a los dedos de su mano que sobresalían debajo de largos mechones de su cabello.

Dejé que mis dedos acariciaran su pulgar para luego repasar su piel, sentir su calor.

Eran tan suaves, tan blancos y pequeños, sí, su dedo pulgar era mucho más pequeño que el mío. Sin dejar de acariciar el resto de sus dedos, con mi otra mano, retiré varios de sus mechones, cuidadoso de no despertarla, acomodándolos detrás de su oreja, la cual rocé con las yemas de mis dedos.

La escuché suspirar, un leve ronroneo escapó de sus labios. Un sonido que casi me arrebató el aliento. En picada sentí el vuelco en mi corazón y esos latidos aumentando, conformé todo mi ser, deseo escuchar más de sus ronroneos.

Seguí, alzando más mechones y acomodándolos para revelar más de su hermosa composición, pronto vi sus carnosos labios que se movieron un poco, como si ella estuviera masticando algo. Tenían una forma tan atrayente, con esa mancha oscura y pequeña debajo de su labio, una mancha a la que ella llamó por lunar.

Deseé probar la superficie de sus labios, tocarlos, acariciarlos, descubrir su textura y sabor. Si en mis sueños sabían tan deliciosos y eran tan suaves, ¿cómo sabrían en la realidad? Sin duda serían mi más grande delirio.

—Eres preciosa, Pym— confesé en un ronco tono en el que dejé, sin poder evitarlo, mis dedos tocar la piel de su sien, cuando todos sus mechones que estorbaban ya estaban lejos de su rostro.

Mi piel se erizó al contacto cálido y suave, bajé, sin poder detenerme hasta su mejilla, repasando con mis dedos en suaves caricias sus diminutos lunares, esas manchas que le daban un toque único. Seguí acariciando, y cuando bajé cerca de su boca, tocando apenas la comisura más cercana, la sentí estremecerse bajo mi contacto.




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