Experimento Rojo peligro (placeres caníbales 1)

No está funcionando

NO ESTÁ FUNCIONANDO

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Había un agujero en mi hombro cerca de mi clavícula izquierda. El dolor estallando en mis articulaciones y nervios, explorando de tensión los músculos de mi brazo me apretó los dientes con rotunda fuerza, tragando un largo chillido de ardor cuando todo alrededor había silenciado rotundamente después de que el cuerpo de Rossi y Augusto terminaran extendidos sobre el suelo, sin vida.

Me encontré con los sentidos desorientados, aturdidos y obstruidos al tratar de procesar todo lo que en tan solo un instante había sucedido. Manteniendo la mirada clavada en el flujo de sangre que pintaba la tela rosada de mi sudadera, petrificada no solo de saber que Rossi había escondido un arma debajo de su playera, mucho menos porque si aquellas manos no me hubiesen empujado a tiempo la bala estaría clavada en otra parte de mi cuerpo. Estaba terriblemente estremecida al saber que ella había disparado dos veces, una bala solo me había atravesado a mí, pero, ¿y la segunda?

Un extraño gemido ahogado de dolor se escuchó junto a mí, y desde ese momento sentí como si esa bala en mi brazo realmente estuviera en mi pecho perforándome el interior al reconocer a quien le pertenecía aquel gemido.

Lo que resplandeció terriblemente en mi cabeza como una respuesta a una pregunta que no quise construir, me congeló los nervios y me abrió los ojos en una mirada llena de mis peores temores hechos realidad cuando, al girarme con la alama a punto de ser escupida por mis labios, lo vi a él...

Su alto y ancho cuerpo desfalleciendo en el aire frente a mis ojos hicieron que mis labios soltaran su nombre, tembloroso y rasgado, roto. Todo a mí alrededor desde ese momento comenzó a tornarse con una lentitud infernal cuando mi cuerpo reaccionó, extendiendo mis brazos para alcanzarlo, para atraparlo y abrazarlo. Un movimiento que no logré cuando todo el costado de su cuerpo terminó estampándose contra el asfalto detrás de mí.

Todo mi cuerpo sintió como si un puñado de hierro lo aplastaran contra el suelo.

No. No. No.

Esto era una mentira. No estaba sucediendo, ¿verdad?

— ¡Rojo! —chillé, rasgando mis entrañas sintiendo ese potente ardor en mi vientre más fuerte que el dolor que la bala en mi brazo desataba con mis desesperados movimientos una vez que aventé mi cuerpo al suelo frete al suyo—. No, no, no, no, no, no...

Con mis temblorosas manos tomé sus hombros, aferrado mis dedos— a pesar de que su cuerpo pesaba mucho más que el mío—, y tiré con todas mis fuerzas para terminar de voltearlo lo más rápido que pudiera, de tal forma que su espalda quedara contra el suelo, solo para sentir como algo penetraba mi cuerpo y me arrancaba el alma entera cuando lo primero que vi fueron esos parpados cerrados, sin hacer el más mínimo movimiento...

Mentira. Esto era una mentira, ¿verdad? No estaba sucediendo, no estaba pasando esto.

Eché una desesperada mirada al resto de su cuerpo cuando no hubo ni una sola reacción en él, cuando ni sus labios se movieron y mucho menos su pecho para respirar. Todo el peso de mi cuerpo se desvaneció, me sentí vacía y helada, lo que vi en su pecho trató de dejarme inmóvil mientras el panorama se me nublaba y el ardor subía de mi estómago a todo el resto de mi cuerpo, escarbando mi piel, quemándome las escleróticas en cientos de lágrimas que estallaron al ver toda esa sangre extrayéndose por toda la tela de su camiseta blanca a causa de un agujero en el lado izquierdo de su pecho.

El corazón se resguarda en un lado del pecho izquierdo. Ese pensamiento me detuvo la respiración, me hizo negar lo suficientemente rápido con la cabeza antes de inclinarme hacía delante, sobre su cuerpo, negándome a creer esa maldita posibilidad.

—Ro-Rojo... —lo llamé, cada letra pronunciada dejó un ardor en cada una de mis cuerdas vocales—. Abre los ojos, Rojo...—Pero no lo hizo. Sus enrojecidos parpados en los que cientos de venitas delgadas se marcaban, no se movieron ni un centímetro, ni, aunque mis manos tomaran con delicadeza su rostro en suplica para entornarlo a mí. Aun así, él reaccionó a mi petición—. Mírame, por favor. ¡Abre los ojos!

Gruñí en llanto al no recibir respuesta de él, acomodando mi cabeza sobre ese mismo lado, cuidadosa de no lastimarlo, pero lo suficientemente cerca para ser capaz de escuchar su corazón.

Un corazón cuyo palpitar frenético como recordaba, no escuché.

Me incorporé con los escalofríos escamando mi piel, los espasmos haciendo daño en las contracciones musculares de mi cuerpo y ese único pensamiento haciéndome trizas. Nuevamente, cuando vi esos parpados sin movimiento. Me negué a creerlo llevando mi rostro cerca de sus labios para sentir su respiración acariciando mi mejilla. Tal como muchas otras veces me había acariciado y con eso era suficiente para estremecerme.

Pero su respiración fue algo que tampoco sentí.

En mi cabeza todas las peores razones que llevaban a mi más grande miedo, se reprodujeron: él no estaba respirando, su corazón no latía, y la herida en su pecho no se curaba. Seguía sangrando y mucho. La bala... Esa maldita bala escupida del arma de esa mujer, ¿de verdad atravesó su corazón?

Sí. La respuesta hizo que un fuerte zumbido sacudiera por entero mi cuerpo, dejando que la realidad me bañara con su fría crueldad. Y exploté, todo lo que había retenido en ese frio sentimiento terminó elevándose de mi cuerpo como una ardiente lava volcánica lista para estallar, sobre todo.

—N-n-no está respirando—sollocé al girar mi rostro para observar sus palidecidas mejillas—. No está respirando. ¡No está respirando! ¡No está respirando, él no respira! ¡Rojo no respira! ¡No está respirando, 16 Verde! ¡Rojo no...!

Mi mano cubrió mi boca, ahogando otro rotundo sollozo que amenazaba con destruirme de dolor. Rápidamente elevé la mirada, pasando de largo todos esos rostros que nos observaba de una forma que fui incapaz de querer reconocer— y una que otra mirada de experimento oculta bajo sus parpados. Busqué una y otra vez entre todos ellos a la enfermera Verde 16, ella antes lo había ayudado, lo había salvado cuando Rojo se arrancó la mayor parte de sus órganos infectados. Esta vez podía hacer lo mismo, ¿verdad? Seguro que sí. Lo reanimaría. Lo salvaría otra vez.




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