Experimento Rojo peligro (placeres caníbales 1)

Esa no es la luz del sol

ESA NO ES LA LUZ DEL SOL

*.*.*

¡No está funcionando...! Mi interior no dejaba de gritar aquello, quebrado, destrozado.

No podía explicar lo que sus palabras provocaban en mi interior en tanto se repetían en mi cabeza, pero era insoportable como esos ecos escalofriantes martillaban el dolor en mi pecho, escarbando en lo profundo de mi corazón para detenerlo. Arrebatándome hasta el aliento.

Mi rostro se dejó caer abatido por la realidad, dejando que mi destruida mirada reparara en ese pecho manchado de sangre, pero sin ninguna herida en su piel, esa piel que con cada tacto de mis manos se estremecía. En mi garganta un largo sollozos se construyó de solo pensar que ese estremecimiento jamás volvería a sentirlo otra vez, pensar que esos labios jamás pronunciarían mi nombre, y su bella mirada no volvería a contemplarme.

Solo ver su aspecto, su inmovilidad y palidez hizo que todo ese ardor oprimente subiera desde la punta de mi estómago hasta mi garganta donde el sollozo adolorido escapó entre mis apretados dientes. Cada pulgada de mi existencia estaba siendo torturada con la peor de las crueldades, arrebatándote de un segundo a otro al ser que más amabas. No podía entender cómo ni siquiera pude hacer nada para ayudarlo, para evitar que la bala atravesara su pecho, justo en su corazón, ¿por qué? ¿Por qué de todos los lugares de su cuerpo, la bala tuvo que terminar en su corazón? Esto era injusto...

Dolía mucho. Era tan doloroso, insoportable, y, sobre todo, inaceptable. No. No iba a aceptar este hecho, no lo haría. Rojo no podía estar muerto.

— Hazlo otra vez—pronuncié apenas, buscando su mirada—. Ti-tienes que volver a intentar—chillé, mi chillido rasgó por completo mi garganta. Mis manos se lanzaron a tomar las suyas para llevarlas sobre el pecho de Rojo, y cuando lo hicieron el quejido de dolor a causa de la bala en mi brazo me hizo quejar—. Repítelo..., ¡repítelo otra vez, por favor!

Sus ojos abiertos en par me observaron con sorpresa, solo un segundo me miró antes de ver el cuerpo de Rojo. Podía ver claramente, para mi lamento, que su rostro reflejaba pena. Pena hacia mí, porque él sabía algo que también sabía yo, pero solo no quería aceptarlo.

—Lleva varios minutos muerto, no se puede, lo siento— murmuró secándose el sudor de su frente con el dorso de su mano Estaba a punto de gritarle que lo hiciera, llorarle a ruego que lo repitiera, cuando alguien más interrumpió.

—Los experimentos somos diferente a ustedes, que lleve varios minutos muertos no quiere decir que la reanimación no funcione, repítelo— La voz del soldado naranja se dejó escuchar en un tono severo mientras detenía su paso a centímetros del cuerpo del hombre. Pronto, miré la forma en que elevaba el arma con el que disparó a la cabeza de Jerry para señalarle en una amenaza: —. Sera mejor que lo hagas ya.

Aunque el arma no hacía falta, noté como los nervios del hombre comenzaban a brotar con un leve temblor en todo su cuerpo. Clavó su mirada en la boquilla del arma negra y larga antes de alzar sus orbes y ver al soldado naranja en un gesto inquietante.

—Que me apuntes con un arma no significa que él resucitará.

— ¿Por qué pierdes el tiempo hablando? —escupió él, parecía irritado del hombre, una severa molestia que arrugaba su frente debajo de todos esos delgados mechones de su cabello negro que se pegaban a su piel debido al sudor—. Hazlo por esa mujer que espera un hijo de él.

Esas últimas palabras se me clavaron en mi corazón, estremeciendo de horripilantes espasmos mi cuerpo cuando la gran mayoría de las miradas de los experimentos que se encontraban a metros de nosotros, volvieron a posicionarse sobre mí con un inexplicable gesto, casi como si se preguntaran de qué estaba hablando el soldado naranja. Pero a diferencia de ellos, las miradas de los sobrevivientes que seguían en la misma posición sobre sus rodillas, estaban llenas de temor y espanto, seguían observando tanto a los cadáveres de Rossi y Augusto, como a los cuerpos de los experimentos que se habían vuelto a acomodar cerca de la única puerta por la que un pequeño grupo de ellos, salió con sus armas entre manos.

Ni siquiera pude preguntarme a dónde irían o sí regresarían. Solo apreté mis labios manteniendo mis sollozos atascados en mi pecho, y cuando vi al hombre moreno cuyos zafiros se detuvieron también en mí, sentí que me destruiría. Asintió sin más, al instante volvió a empujar sus manos contra el pecho de Rojo, una tras otra, repitiendo el proceso de compresiones y el conteo susurrado por sus labios antes de inclinarse y expulsar aire a la boca de mi Rojo...

La tensión e impotencia no solo volvió a llenar el ambiente de la habitación con olor a muerte, sino mi propio cuerpo en los que mis dientes castañeaban de la fuerza que hacía con tal de no soltar los ruidosos sollozos, las lágrimas no dejaban de brotar, no dejaban de caer de mi mejilla sobre aquellas mejillas de pálida piel en la que se deslizaban, quería acariciarlas suavemente, que las yemas de mis dedos sintieran su calidez y sintiera como esa piel se estremecía debajo de mi tacto.

Pero solo no pude hacerlo, no pude ni moverme más, sentía todo mi cuerpo preso del momento, era una sensación asquerosa, repugnante ver como esta vez el hombre se mantenía firme, impulsando más fuerza en sus brazos, logrando que con el esfuerzo el sudor comenzara a gotearle más. Solo saber cuántos minutos pasó desde ese momento, el dolor en mi cuerpo empezó a quemarme la piel, comprimirme los músculos, desbaratar cada pulgada de mis huesos, hasta evaporizarme.

Él no estaba reaccionando.

No estaba funcionando.

No funcionaba tal como dijo el hombre... ¿por qué no lo hacía? La herida en su corazón estaba regenerada, igual la de su pecho, ¿entonces por qué no reaccionaba? ¿Por qué Rojo no estaba volviendo a respirar?




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.