Experimento Rojo peligro (placeres caníbales 1)

Todavía no somos libres

TODAVÍA NO SOMOS LIBRES

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Nadie prestaba atención al par de agujeros que se mantenían en lo profundo de la tierra enlodada justo a cada lado de nosotros, nuestra atención estaba fundida en lo que se acomodaba más adelante de nosotros.

El sujeto se mantenía un paso más al frente que los soldados, era el único que parecía no tener arma, seguro de lo que hacía o lo que enfrentaba. Apenas podía ver la claridad de su figura masculina bajando el megáfono para dar una mirada al cielo donde los helicópteros se mantenían rodeándonos por encima, iluminándonos con sus enormes farolas.

Le di una corta mirada a los helicópteros, a uno sobre todo donde las personas que lo montaban se mantenían observándonos, apuntando con sus largas armas a nosotros, también.

Nos tenían rodeados. Y solo ver esas inquietantes miradas endurecidas de los experimentos que se mantenían clavadas en los soldados uniformados, ver como mantenían sus armas levantadas, enfocadas y preparadas para disparar costara lo que costara proteger a los suyos, hizo que me aferrara más a la espalda de Rojo, casi como una súplica de que retirara el arma.

No lo hizo.

Ninguno de ellos lo haría. No iban a obedecer aquella orden que fue gritada. No iban a bajar sus armas, podía leerlo fácilmente en sus rostros. Desconfiaban, y claro que lo harían, yo también lo hacía, pero esos hombres nos triplicaban en número. No íbamos a ganar, mucho menos a salir libres de esto.

Mi mente trató de procesar con claridad, si nosotros bajábamos las armas seguro que ellos también lo harían o al menos no nos matarían. Y si no las bajábamos...

—Rojo...—lo llamé, mi mano tiró de su camiseta en tanto lanzaba una mirada temerosa a los soldados.

—Eso no sucederá—aquel gruñido que hizo que mis músculos saltaran por la forma tan peligrosa en la que se levantó provino del enfermero blanco. A su lado el resto de los experimentos ya habían formado una larga hilera manteniendo por detrás a los pocos infantes, algunos de ellos incluso levantaron más sus armas hacía los helicópteros.

— ¡Están rodeados, tiren sus armas al suelo y levanten las manos! — la voz masculina retumbo desde el megáfono acompañado de un leve chillido que aturdió. Pero ningún experimento movió un solo musculo al igual que los soldados sobrevivientes que estaban armados.

Nadie tembló ante a la orden. Pude ver como uno de los hombres armados, se incorporaba de su lugar arrebatando el megáfono al hombre para gritar:

— ¡Esta es la última advertencia!

—Baja el arma, no podemos contra ellos—mi voz tembló cuando lo dije, y cuando vi que ni siquiera movió un poco su cuerpo o entornó la mirada en mi dirección, me atreví a moverme, o eso traté porque tan solo di un paso fuera de su espalda, esa mano que se mantenía sobre el gatillo del arma voló hacia atrás, empujándome mi cadera devuelta al lugar.

—No te muevas, Pym—soltó entre dientes. Y entonces, lanzó una mirada que, aunque me dejó desconcertada por lo mucho que demostraba su enojo y desesperación, no me dejé intimidar. Sabía muy bien que quería protegerme, sí, pero no así. No otra vez poniendo su vida en riesgo ante algo que no íbamos a poder ganar.

Regresó su mano al gatillo, sin darme una segunda mirada como si supiera que esta vez lo obedecería. Lo hice, me quedé detrás de su espalda solo porque sabía que si salía haría un escándalo, sin embargo, no me quedé callada.

— ¿Crees que vamos a poder salir de esta? —pregunté lo suficientemente alto como para que los demás pudieran escuchar—. Son cientos, no podemos enfrentarlos, solo haremos que nos maten.

— ¡Bajen sus armas, o tendremos que actuar!

—Ella tiene razón, hay que hacer lo que nos piden— gritó la mujer de cabellera rizada cuando apenas la voz del hombre del megáfono se había esparcido alrededor hasta desaparecer. Estaba a un experimento de nosotros. Bajó su arma, dejando que apuntara solamente al suelo, dándole una mirada al experimento blanco quien se mantenía un poco más adelante que nosotros al igual que 07 Negro, firme como una roca—. Son muchos, son demasiados, no podremos contra ellos.

—¡Nos matarán, aun así! —exclamó 07, mirando al resto de sus compañeros.

— ¡Tiene razón, nos encerraran otra vez! —gruñó el enfermero blanco a su lado, él fue el único que no quitó la mirada de la amenaza—. ¡No podemos permitirlo!

—Nos lastimaran si no bajamos las armas—expliqué rápidamente antes que alguien más hablara—. Puede que sí nos encierren y nos hagan preguntas, pero miren, estamos rodeados no hay salida. Si no obedecemos, dispararan.

Las últimas preguntas insertaron inseguridad en los experimentos, la suficiente como para que sus brazos temblaran y sus dedos se apartaran de los gatillos, bajando algunos sus armas frente a los orbes grisáceos de 07. Él parecía estar a punto de gruñir algo, cuando de pronto sus orbes se movieron a una perturbadora velocidad de vuelta a los soldados, o mejor dicho a uno solo de ellos que se había aventurado a caminar en nuestra dirección.

Y de un segundo a otro todos los experimentos que habían bajado sus armas las levantaron, todas apuntado a la misma persona que se apresuraba a levantar sus manos como una señal de paz. No venía armado, no había ningún arma a la vista, tampoco estaba vistiendo uniforme de soltado, mucho menos llevaba puesto un casco dejando ver todo su físico lleno de abrumadoras características me que hicieron pestañar.

— ¡No te acerques! —graznó 07, dando un paso al frente con el arma, casi, sobre su hombro.

—¡No disparen!

Aquella grave voz recorrió cada trozo de mi piel hasta erizarla, mi corazón aleteó desconcertado cuando esos orbes de un ámbar tan enigma rico y de esclerotizas que, extrañamente no eran ni blancas y mucho menos negras —parecían ser de un gris oscuro—rápidamente recorrieron a todos nosotros. Sus comisuras oscuras se estiraron, torciendo sus carnosos labios varoniles en una sonrisa de emoción.




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