Experimento Rojo peligro (placeres caníbales 1)

Nada nos separará

NADA NOS SEPARARÁ

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Estaba acurrucada entre sus enormes y cálidos brazos, acomodada contra su palpitante pecho que se inflaba y desinflaba a un ritmo encantador, relajado. Rojo me pidió que descansara después de que dos soldados llegaran para darnos agua y unos sándwiches, pero aun teniéndolo recostado junto a mí, utilizando su pecho como almohada y sus brazos como cobija, no pude pegar un solo ojo.

Mi mente me martillaba con cientos y miles de pensamientos sin aclarar, todos repletos de preguntas sin respuestas, imaginaba esas posibles respuestas, y no me gustaba el resultado. Tampoco dejaba de lanzar miradas a los alrededores cada que las paredes de tela se sacudían a causa del viento en el exterior, creando sombras a causa de la única vela que alumbraba. A pesar de que Rojo dijo que estaría vigilando mientras yo dormía, era inevitable sentir que algo atravesaría tarde que temprano nuestra tienda.

Cada minuto silencioso que pasaba a nuestro alrededor, era aterrador, este lugar y esos soldados eran aterradores. Cualquier cosa podían hacer con nosotros ahora que nos tenían rodeados y separados unos de otros. Esa sensación de que ellos entrarían y encerrarían a los experimentos estaba atormentándome desde que llegamos a este campamento.

Mordí mi labio inferior con mucha fuerza. Solo quería que todo esto terminara, que acabaran con los monstruos y nos dejaran vivir en paz. Que nos dejaran hacer una vida era todo lo que pedía.

—No puedo dormir—musité, dejando de ver el techo en movimiento para dejar que la mirada cayera sobre el abdomen marcado y sudado de Rojo que se inflaba con cada una de sus lentas respiraciones. Dejé que mi mano se recostara sobre él, sobre esa caliente piel que empecé a acariciar con delicadeza. Hacía mucho calor, pero no sabía si su sudor se debía al clima o a su tensión, aunque no había pasado 48 horas desde la última vez que intimamos para disminuirla. Aun así, tuve ese temor y pregunté: —. ¿Te duele algo?

No tuve ninguna respuesta más que la de su lenta respiración. Ese silencio y el suspenso que dejó mi voz me levantó la cabeza para observar su rostro y darme cuenta de lo que sucedía. Las comisuras de mis labios se levantaron en una leve sonrisa entre más reparaba en su atractivo rostro, en esas facciones blandas y relajadas, en esos carnosos labios húmedos entreabiertos y en esos parpados que ocultaban su enigmática mirada carmín.

Estaría pensando que él estaba revisando que no hubiera temperaturas en el techo, pero era muy obvio que eso no estaba sucediendo. No, no, Rojo... mi Rojo se había quedado dormido.

Profundamente dormido, ya que otras veces cuando hablaba— aún —en voz baja frente a él durmiendo en su pequeño cuarto, se despertaba, pero en este momento no lo hizo.

No me molestaba que durmiera, desde que su corazón reaccionó y él despertó lo había notado muy cansado, agotado. Debía estarlo después de todo por lo que pasó. Que descansara en este momento era lo mejor para recuperarse mientras no hubiera peligro.

Lo más sigilosamente me aparté de su cuerpo, levantándome un poco del suelo solo para poder contemplarlo más, sus brazos se deslizaron un poco alrededor de mi cintura y por ese instante pensé que se despertaría. Pero no lo hizo, solo movió un poco su cabeza, dejando que un par de sus mechones oscuros resbalaran por su frente masculina.

Solo verlo plácidamente descansando, y reparar en las molduras de su rostro me hizo sentir melancólica, todos esos recuerdos volvieron a mí reproduciéndose en mi cabeza en tanto le miraba, tantos meses juntos, y se sintió como si solo fuesen días. Días enteros que pasaron a prisa, pero todos esos momentos los recordaba con exactitud como si hubiesen sucedido ayer.

Llevé mi mano con lentitud hasta la parte izquierda de su pecho en donde estaba recostada mi cabeza, dejé que mis dedos se posaran con delicadeza, acariciando su piel, acariciando por encima de su areola. Era suave y dura la piel de Rojo, sin duda una piel perfecta. Perfecta como él.

Cada vez que lo bañé en la sala 7, tocarlo, dejar que mis manos repasaran su piel y cada parte de su cuerpo marcado era como acariciar una escultura hecha por las manos más suaves de los ángeles. Tal vez exageraba, pero sin duda la piel de Rojo era la piel más suave, cálida y dura que hubiese tocado en mi vida.

Daesy me dijo que la piel de los experimentos maduraba una vez que las escamas les salían en su última etapa adulta, pero para ser franca, la piel de Rojo— desde que fui su examinadora suplente—, siempre había tenido esa misma suavidad.

Seguí acariciando su pecho, levemente subiendo hasta su clavícula la cual fue repasada por mis dedos, un hueso más duro y marcado que el mío.

Las yemas de mis dedos tocaron su cuello, esa manzana de Adán que se marcaba en el camino la acaricie, sintiendo enseguida su movimiento de vaivén. De golpe, subí la mirada de su cuello a su rostro asustada de que ese toque provocó que él despertara, pero solo hallé a sus labios en un leve movimiento como si tragara saliva.

Permanecí quieta unos segundos, sin dejar de contemplarlo antes de permitirme — al ver que él no movió sus labios más— bajar mi mano. Mis dedos rozaron su abdomen plano y marcado, mi interior se sació con su calor y la manera en cómo su estómago se inflaba debajo de la palma de mi mano.

Aquella primera vez que lo bañé, había encontrado una extraña marca rosada en su abdomen, tenía la forma de unos labios. Los labios de Erika habían dejado huellas en la suave piel de Rojo, al principio no supe como sentirme al saber que su examinadora besaba hasta sus muslos o su espalda. Sin duda eso era algo que no estaba escrito en el reglamento permitido, los besos solo podían ser en el cuello, y las caricias podían ser, además de esa parte, en el estómago y a la mitad de los muslos, pero nada más, no más, no debíamos propasarnos, esa era la advertencia. Y ella lo hizo con Rojo.




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