Experimento Rojo peligro (placeres caníbales 1)

11. Sí, me gustó mucho

11. SÍ, ME GUSTÓ MUCHO

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Noveno recuerdo de Experimento Rojo 09

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Ahogué un gemido quejoso sintiendo como el dolor de mi pecho y cabeza fluía por todo mi cuerpo hasta mi vientre cuando llegué al final de mi liberación.

Mi mano apretó la porcelana del lavabo de mi baño, resistiendo los escalofríos recorriendo cada uno de los músculos de mi cuerpo. Instantáneamente sentí ese cosquilleo pasearse por todo mi cuerpo que, un minuto atrás, había sentido pesado y adolorido a causa de la acumulación de mi tensión.

Solté una larga exhalación cuando todo mi interior se sintió aliviado de la tensión, apartando mi mano y dejando que lo largo de mi bata terminara cayendo hasta la mitad de mis pantorrillas. Abrí los ojos frente al espejo sobre el lavabo en el que me recargaba y en el que no tardé en lavar mis manos. Una vez cerré la manecilla de agua, me dedique a mirar el reflejo de mi palidez, esas esclerotizas negras y esos orbes de un rojo inhumano, solo para sentir un inmenso asco hacía mí mismo.

Ya no quería esto, no me gustaba sentir esas sensaciones adoloridas oprimiendo mi cuerpo y obligándome a tocarme con la única necesidad de no ser tocado por otras manos que no pertenecían a Pym.

Odiaba mi tensión.

Odiaba mi cuerpo.

Odiaba mi naturaleza.

Me odiaba a mí mismo.

— ¿Te sientes mejor? — aquella voz femenina y llena de preocupación, se escuchó ahogada del otro lado del baño de mi cuarto, detrás de la cortina negra que utilizábamos para tener procacidad.

Esa voz pertenecía a la examinadora que enviaron a observarme para saber que realmente me bajara por mí mismo la tensión.

No tardé en empujarme para enderezar mi espalda y alzar mi brazo lejos del lavabo hacia la cortina negra, solo para correrla y encontrarme con esos orbes aceitunados me observaba con impaciencia. Inquietos, así los noté mientras se apartaba de la entrada del baño sin dejar de mirarme.

Desde mi lugar pude percibir el olor y el calor de su cuerpo. Esa sensación llena de fragancia que olfateaba siempre que alguien sentía atracción hacia mí.

Me repugnó ser capaz de darme cuenta de lo nerviosa que la hacía sentir, y no me repugnaba porque ella fuera fea, sino porque no era Pym. Nunca me atraería como Pym.

De hecho, estaba seguro de que nadie me atraería como ella.

Asentí sin ganas de responder, tratando de normalizar mi agitada respiración, sintiendo esa pesadez en mi cuerpo que no era a causa de la tensión acumulándose otra vez, sino del cansancio de no haber descansado lo que necesité.

—Menos mal — suspiró con frustración antes de apartarse un poco más—. No puedo creer que esa mujer no esté aquí, se supone que debe estar presente cuando te éste ocurriendo la acumulación.

Sabía que por mujer se refería a Pym, pero no había sido su culpa no recordar que yo habían pasado más de 48 horas sin ser liberado. Ni siquiera yo lo recordé, y es que estaba tan hipnotizado por ella cuando la recosté en mi cama, entre mis brazos y todavía besé sus carnosos labios, que no pude recordar ni mi propia clasificación. Mi tensión se había sobre acumulado en mi organismo hasta llegar a cosquillear mis extremidades y hundir mi pecho con punzadas de dolor que se sentían como si me pincharan agujas. Tanto había sudado que las sabanas de mi cama y mi almohada estaban empapadas, pero no había sido culpa de Pym.

Se había quedado dormida y no quería despertarla preferí recostarla en mi cama... Ella no había podido dormir en toda la noche, saber de su experimento infante le había afectado mucho. Pero me propase, y cuando ella se despertó en mi cama, verla

Por mucho que me afectara saber que recostarla en mi cama no le había gustado, estaba en lo correcto.

Apreté mis labios en una mueca sin decir nada, bajando el resto de mi bata para que cubrir mis muslos en tanto la miraba guardando en su bolso rojo si apresurarse la crema con la que se untó las manos que me tocaron y liberaron.

Mi cuerpo empezó a sudar mucho, estremecerse y con el paso de los minutos el dolor en mi pecho aumentó de tal forma que sentí como si me pincharan con agujas, contrayendo mi cuerpo en quejidos. Sabía que se había acumulado la tensión, y aunque trate de soportarlo hasta que Pym llegara, no lo logré.

Sin evitarlo presioné el botón rojo junto a mi cama, ese siempre presionaba cada que se me acumulaba la tensión en el cuerpo y mi examinadora no estaba presente. Aunque eso sucedía muy pocas veces porque ella siempre me liberada mucho antes de que la tensión lograra acumularse en mi cuerpo, sin embargo, desde que mi examinadora comenzó a faltar muy seguido, dejando a Pym como mi examinadora suplente, apretaba el botón constantemente.

No me gustaba apretarlo porque al hacerlo sabía que no sería Pym quien atravesara esa cortina de mi cuarto, no sería ella quien me tocaría y acariciaría mientras nos besáramos, sino esa examinadora que pusieron para intimar conmigo.

Quería hacerlo con ella. Que mis manos la tocaran, la acariciarán con tal delicadeza que se estremeciera con mi tacto. Quería tomarla entre mis brazos, amoldar su pequeña complexión a la mía, sentir su calor y descubrir cada rincón de piel cubriendo cuerpo hasta saciarme con nuestras diferencias, besar esos labios carnosos de tamaño pequeño, y llenarme de ella.

Yo quería... No. Deseas escucharla decir mi nombre una y otra vez tal como sucedió en mi sueño mientas me apretaba contra su dulce cuerpo, produciendo sonidos en ella. Deseaba liberarla de su tensión. ¿Qué se sentiría hacérselo? ¿Qué sentiría ella? ¿Qué sonidos soltaría si llegara a tocarla? Sabía que me deleitaría escuchándola, descubriendo sus gemidos ahogándose en mi piel.

Solo pensar en ella, en lo que se sentiría ser tocado por sus pequeñas manos otra vez o ser correspondido por sus labios hacía que un escalofrió resbalara hasta mi vientre concentrándolo de todo tipo de sensaciones cálidas y estremecedoras que me inquietaban, intensificaban más mis ganas de hacerlo.




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