El minuto seguía corriendo de manera regresiva y, viendo aquel sitio hermoso, me di cuenta que mi estadía en “La Zona” podría convertirse en un olvido, a menos que demostrara a todos los presentes de qué estaba hecho en realidad.
—Espero estar haciendo lo correcto —no podía darme el tiempo suficiente para pensar, porque eso no estaba a mi favor.
Bajé la mochila al césped, la abrí despaciosamente y enseguida saqué algunas de las cosas que se encontraban dentro; me puse los zapatos y abroché las agujetas, en un principio me costó, seguía un tanto nervioso, pero luego de recobrar la valentía, ajusté mi camisa y la metí en mis pantalones para no sentir alguna molestia. Entonces di los siguientes pasos al exterior, cuando la puerta tras de mí comenzó a cerrarse con vehemencia tras provocar un ruido brusco.
Los últimos cinco años que viví en “La Zona” no había tenido la oportunidad de estar en un ambiente natural; la mayor parte del tiempo yacía rodeado de muros sólidos y grisáceos, tan ensombrecidos, que me impedían ver lo que afuera subsistía.
Por esa razón, la de estar encerrados, “La Zona” sólo nos permitía leer libros escritos de personas que vivieron justo antes de que ocurriera aquella gran catástrofe en nuestro mundo. Sin embargo, semejantes historias sólo me hacían comprender lo que sentía un personaje plasmado en esas letras, un sufrimiento de alguien ficticio, mas no de alguien real.
—Veamos, ¿qué pasa?
La jungla era más de lo que creía.
Había miles de árboles en los alrededores, algunos de diferentes tamaños; como medianos, delgados, gruesos, brillantes, e incluso otros parecían que iban a tocar aquel firmamento.
En cuanto al suelo, éste era áspero, pues estaba hecho de hierba y de tierra en lugar de concreto; cada uno de mis movimientos se sentía tan suave en vez de firmes. Y con respecto al cielo, más allá de las nubes albugíneas, estaba acentuado un sol cuyo brillo superaba cualquier lámpara eléctrica que veía a diario cerca de mi cama. Era una luz inmensa.
—¡Es hermosa! —los rayos del sol me dejaron quieto, tan atrapado, como al resto del lugar. Era como si perteneciera igual que una fotografía: Inmutada, plasmada, excepto por aquel sonido que provocaba la hierba que oscilaba con el vientillo.
Por todas partes había animales, la mayoría corría con libertad entre los helechos de los árboles, el césped y los charcos de légamo que se hallaban dispersos por ninguna parte.
Hubo un animal que, entre todos, llamaba mucho más mi atención. Era una criatura que iba apresurándose sobre las ramas de los árboles. Ya la había visto antes, sabía qué era entonces.
Era una de las criaturas más tiernas que jamás habían existido.
Su cuerpo estaba cubierto de pelaje rojizo, de un tono parecido a las manzanas, así de brillante, y sus ojos eran tan redondos, que parecían unas diminutas esferitas de fulgor apasionado. Era un animal idéntico al de aquellos libros de fantasía.
—Eres una ardilla —susurré, doblegado por su encanto favorable—. ¡Oye! —le llamé, aunque me acerqué, quería acariciarle.
No obstante, aquella ardilla se espantó por mi presencia, cuando trepó el tronco del árbol. Sabía que no estaba acostumbrada a este tipo de visitas, convivir con algún humano como yo, o quizá pensó que quería comérmela—. Adiós…
Era obvio que se asustara, para ellos yo podía ser una amenaza. No podía culparles. A diferencia de tamaño, era grande, lo suficiente como para provocarles el más mínimo miedo.
Además llevaba una mochila enorme y pesada como para darme el lujo de descansar en cualquier momento. Confieso que es la primera vez que cargo algo con ese peso. Por lo general los científicos me pedían que no hiciera esfuerzos físicos, a menos de que las pruebas lo ameritaran. Era algo importante para “La Zona” en ese entonces. Aunque ya era diferente.
Me quité la mochila del hombro y, mientras reposé la espalda sobre el primer tronco que encontré, comencé a contemplar el entorno que me rodeaba de una forma tan fascinante.
Todos esos árboles, animales distinguidos y colores eran vívidos y claros, que no se comparaban con nada de lo que sabía sobre ellos; solo estaba informado acerca de aquella tragedia sobrenatural que sufrió la humanidad debido al apocalipsis, eso, trescientos años atrás. Ninguno estábamos informados sobre el sucedido al cien realmente, era un misterio.
Como “La Zona” nunca nos habló de esos tiempos, pues sólo nos permitió que supiéramos acerca de las vidas que vivieron felices en esas historias, sólo aprendí a lo que era jugar a ser un vampiro, a cruzar otros mundos, a volar magníficamente por el cielo con unas alas; jugaba a ser un mago e iba a la escuela de hechicería. Aunque para mi desgracia, todo aquello no era real. Era ficticio, solamente juegos.
Así que al tener muy poco conocimiento con respecto a lo ocurrido en aquella época, no sabía nada sobre el mundo. Aunque conocía palabras que explicaban sensaciones: como hambre, y dolor.
¡Grhhhh!
Escuché un ruido, algo que provocó que mi descanso se detuviera.
—¿Qué fue eso? —me pregunté, pensando que mi mente podría estar jugándome una mala broma. Pero no estaba seguro.