Una vez más volví a sentirme sumergido en la oscuridad y, además, en el frío. Además seguía oyendo aquella voz que a cada segundo repetía mi nombre.
«Doce… Doce…»
Parecía ser la voz de una chica pidiendo ayuda; su tono de voz era suave y poco a poco fui sintiendo cómo aumentaba aquella resonancia, al mismo tiempo que mi mente estaba perdida en la confusión.
No sabía quién era esa niña ni en dónde podía estar, ella solo repetía esas palabras constantemente mientras su tono incrementaba.
«¡Doce!»
Y desperté gritando. Comencé a sentirme conectado con el mundo. Todo lo que veía yacía claro, aunque mi cuerpo se sentía diferente.
—¡Cielos!
No encontraba palabras para describir eso que había acontecido.
Había recuperado la movilidad en todo mi cuerpo; sin embargo, mi pierna todavía me dolía. Y aunque ya no tenía aquel dolor de cabeza, podía ver todo el entorno con gran claridad; como las rocas, la manta que me abrigaba y mi mochila cerrada, la cual estaba cerca de una joven que me miraba con detención. Me hallaba en una cueva.
—Qué bueno que despertaste —me dijo esa chica, alguien irreconocible.
Su rostro poseía una cálida miraba que expresaba como sentimientos cálidos: tenía la tez clara y el cabello alaciado y oscuro. La ropa que llevaba estaba sucia y rasgada, como si hubiera estado así desde hacía tanto tiempo. ¿Cuánto? No sabía.
—Pensé que no despertarías hasta después —me dijo, con voz jovial, una que me recordó a una de mis compañeras de “La Zona”. No hablaba de manera cortante, y me sonreía como si fuera un gran amigo—. Te ves destruido e incluso hambriento —me dijo, cuando la vi sujetar un plató chico hirviente—. ¿Quieres un poco de sopa? Aún está caliente, claro.
—¿Cómo? —no podía creer lo que estaba mirando este momento, mis sentidos permanecían todavía turbios, como desconectados.
—Dije que si quieres un poco de sopa. Sigue caliente —repitió.
No supe qué decir.
Todavía tenía en mi mente el recuerdo de esa chica que estaba gritándome como lunática por haberla llamado “Nueve”, la que me había dado aquellas hojas mágicas desagradables.
—No, gracias —le dije, aunque esa chica parecía ser una buena persona.
Por un momento me sentí abochornado, seguía sonriendo y acentuándome esa mirada de emoción, como si en algún momento… Era como si fuera la primera vez que me veía a mí…
—¿Por qué no? Está deliciosa —me dijo, tan amable, que comenzó a darle un sorbo a la cuchara que sostenía con cuidado.
—No tengo hambre —dije, era cierto, no me gruñía una tripa.
—¿Que no tienes hambre? Si hacía dos días que no has comido nada. Si no comes algo podrías decaer, por no decir que podrías perder las pocas fuerzas que te quedan todavía. Come.
Negué.
—La verdad no. Y con respecto a que estuve dos días en sueño, siento que todo esto fue hasta hace unos cuantos segundos.
—No me extraña. Lex casi siempre usa esa llave del sueño como arma con las personas que le desagradan. Tú no le agradas.
—¿Llave del sueño?
—Así es, lo usa como defensa. Te acercas al enemigo —me explicó, comiendo de su sopa y moviendo los dedos como tratando de hacerme entender con mayor facilidad cómo funcionaba—, la golpeas por detrás del cuello y la haces dormir por unas horas. Aunque a juzgar por cómo te dejó, diría que lo hizo de tal modo que descansaras más. Me dijo que caíste de la catarata y que te lastimaste la pierna —me miró.
—De hecho, comí por última vez en “La Zona” —dije, calmado.
—Tal vez eso explica muchas cosas —dijo la chica, quien mostraba una actitud diferente a la de Lex, pues ella, al contrario, no mostraba la apariencia de rebelde, sino una amable—. “La Zona” te envío aquí hacía unos días, tres exactamente.
—Tres días…
—Así es. Desde la caída, en cuanto conociste a ese T-Rex antes de caer de la catarata. Esa criatura suele arrojar a los nuevos, supongo que es su manera de ser —me dijo, y me sentí como un tonto al escuchar eso—. Lo importante es el haber sobrevivido y, por como lo imagino, tu metabolismo debe estar pidiéndote alimentos a gritos. La sopa aún está caliente.
Quería decir que no, pero en el fondo sabía que la chica tenía razón. No había comido en mucho tiempo y tarde o temprano mi cuerpo comenzaría a verse afectado si no me llevaba nada al estómago. Necesitaba comer para recobrar fuerzas.
—Solo pruébala —me dijo ella, sirviéndome un poco en algún especie de tazón; luego, al llenarlo, se dirigió hacia donde me hallaba—. Toma —me lo cedió, y yo lo acepté, amable.
Una vez que me llevé el primer cucharón hacia la boca, imaginé que, por el olor entre una combinación a carne y zanahorias, debía saber horrible, como con el té de hojillas mágicas de antes. Pero por la sensación en mi lengua, no percibí solamente un alimento nuevo, sino que, mis papilas gustativas comenzaron a cautivarse con cada miligramo en concreto.