Experimentos Proyecto Escape

VIII

 

La salida estaba delante de Serenity y de mí, una señal de libertad, recordándome que era la buena noticia de dicha desgracia.

    —¡No se muevan! —nos dijeron. No teníamos muchas opciones; además, mi cuerpo estaba temblando debido al miedo, y hasta comencé a creer que no volvería a sentir el privilegio de estar con vida—. ¡No intenten hacer alguna estupidez!

    No sabía qué hacer, podía inventar una excusa, podría decirles que Serenity fue quien me obligó a hacer lo que estábamos haciendo. No quería que me enviaran a aquella jungla, pero en el fondo de mi ser sentía que no la podía traicionar.

    —Doce —escuchar ese murmuro por parte de Serenity impidió que hiciera algo como traicionarla, pues me tenía confianza.

    —Dime…

    —Da media vuelta —me dijo, solo podíamos hablarnos bajito, a susurros—, lo más despacio que puedas para no alarmarlos.

    —¿De qué rayos me estás hablando? —intenté no hacer ruido.

    —Si confías en mí —dijo de nuevo, con esa voz seria y confiable—, solo hazlo, por favor —pero yo no quería problemas.

   Estaba arruinando la confianza que “La Zona” estaba dándome. Todos aquellos entrenamientos, experimentos y noches donde los doctores me analizaron y me hicieron demasiados análisis para saber sí estaba preparado para EXELCIOR, un nuevo grado, comenzaron a rondar en mi mente.

    Podía recuperar todo sí me atrevía a vencer semejante fuerza.

    —Doce —susurró de nuevo Serenity, y ver esos ojos destellantes me ayudó a recordar el por qué no podía contradecirme.

    Serenity era mi única amiga.

    —Está bien —le dije, a susurros.

    Giré, aunque no por completo, y lo hice demasiado despacio, sin separarme de ella, alcé mi rostro para luego dirigir la mirada a los guardias. Eran más de veinte, se hallaban armados y nos veían como si fuéramos unos prófugos.

    —Muy bien —me dijo al verme volverme—, ahora, en cuanto te dé la señal, te arrojas al suelo y te cubres ambos oídos.

    —¿Para qué quieres que...?

    —Solo hazlo, te prometo que pronto lo sabrás —afirmó, seria.

    No me negué a nada. Me mantuve muy callado al ver a Serenity repetir la misma acción, noté que ella avanzó dos pasos y…

    —Oigan, chicos —dijo ella a los guardias, su voz sonaba semejante a la de una niña inocente— ¿Acaso ocurre algo malo?

    —Tú sabes muy bien lo que ocurre, Catorce —respondió uno de los guardias—, así que mejor entréguense o de lo contrario “La Zona” los enviará a un exilio a esa jungla peligrosa.

    —¿En serio? —cuestionó Serenity, expresando una cara preocupada, pero todo era actuado, y no parecía tenerles miedo. Hablaba con demasiada confianza, que tenía una ventaja sobre ellos—. Pues es una lástima, chicos, porque saben, yo no quiero irme ni mi amigo tampoco —se fue revelando.

    Y yo sabía el motivo del por qué Serenity no les temía, demostraba con hechos a los guardias que nosotros no pertenecemos a una etiqueta: Experimentos. No lo éramos evidentemente.

    ¡Éramos humanos!

    —¡Ahora, Doce! —y a su señal, como tal, debíamos demostrarlo.

    Me tiré al suelo y cubrí mis oídos como ella me lo dijo, mientras mantuve los ojos bien abiertos para mirar qué realizaría Serenity. La vi dirigiendo la mirada a aquellos guardias en el momento en que comenzó a gritar de una manera extraordinaria. Sus alaridos lanzaban unas ondas magnéticas, pero éstas parecían melodías sin entonación y misteriosas.

    En cambio, los guardias, tuvieron otra reacción en ese momento.

    —¡Ahhhh! —comenzaron a actuar como si estuvieran siendo atacados por una fuerza invisible, pero debido al alarido.

    Caían y arrojaban sangre, debilitados, estremeciéndose bruscamente.

    —¡Qué demo…! —yo estaba sorprendido—. Serenity —murmuré, contemplando a mi mejor amiga hacer eso y asesinar a todos los guardias sin tener una sola gota de sudoración—. ¿Cómo es que hiciste eso de antes, Cator… Serenity?

    —Es una de mis habilidades especiales, Doce. Y es muy efectiva.

    —Sí, lo sé, pero eso fue... tan extraño. ¿Qué les hiciste realmente?

    —Amplié mis ondas sonoras para crear una tercera frecuencia en sus cerebros, por esa razón te pedí que te cubrieras.

    —¿Entonces no solo les gritaste y ya? —interrogué, tan sorprendido.

    —Podría decirse que sí. Mi grito creó una especie de interferencia que afectó gravemente la tensión en sus tejidos cerebrales, como suele hacer un microondas al calentar el alumnio.

    —¿Y por qué no me afectó a mí si pude escuchar a duras penas?

    —Porque no somos como ellos, Doce. Nuestros genes son más resistentes.

    —¿Nuestros genes?

    —Sí, Doce. Los genes —Serenity volvió a brindarme su confianza al ayudarme a levantarme— que nosotros sí poseemos tienen un patrón diferente al de los demás, ese motivo en concreto es la razón de por qué a ti no te pudo afectar.



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En el texto hay: mentiras, dinosaurios, jungla

Editado: 18.10.2020

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