—¡Serenity! —verla caer, al igual que un animal recién arremetido, me hizo sentirme atrapado en medio de un profundo agujero—. ¡Serenity! —pero estaba al igual de paralizado.
Durante muchos años Serenity había sido mi única gran amiga.
Mi hermana.
Mi esperanza.
Y ahora solo era una víctima más de “La Zona”.
—Se lo advertimos, Catorce —y oír a Tano hablar sin mostrar algún arrepentimiento me hizo sentir demasiada culpa— pero así son las reglas, éstas deben respetarse rigurosamente.
—¿Disculpe? —cuestioné, con los huesos y músculos aturdidos.
—Las reglas son así, Doce. Son las que mantienen paz dentro de “La Zona”, y como tal deben ser respetadas estrictamente.
—¿Por qué? —pregunté, sintiendo cómo la vista se me nublaba.
—Porque en “La Zona” lo que más importa es la lealtad. Fallarnos implica severas sanciones. Y afortunadamente la condición de Catorce, le permite tener ciertas ventajas al castigo —comentó, y yo sabía que lo peor estaba por ser estipulado—. Pero no puedo decir lo mismo de ti. Seré impávida.
—¿De qué está hablando?
—Traicionaste a “La Zona”, Doce, cuando decidiste… seguirla.
—Ella me convenció de hacerlo. Es mi mejor amiga y necesitaba…
—En “La Zona” solo puede haber lealtad al sistema, ¿verdad?
—Pero lo hizo de una manera extraña. Usó algo en mi cabeza que me hizo sentir diferente —expliqué, buscaba soluciones.
—Catorce utilizó su poder mental en ti. Un efecto que mantiene las alteraciones en la mente de quien la ve. Tú pudiste decirle que no a su petición, pero en vez de eso elegiste creerle, sin cuestionarla y por eso te encuentras en problemas —dijo Tano—. Pero no te preocupes, podemos otorgarte una oportunidad si es que así lo deseas. Será tu elección.
No sabía si dudar o no de las palabras de Tano. Temía demasiado porque Tano me enviaría a esa Jungla, estaba sintiéndome capaz de decirle que sí a lo que fuera para salvarme.
—¿Qué clase de oportunidad? —pregunté, ya sintiendo cómo mis músculos estaban recuperando la movilidad constante.
—Una en la que se pondrá a prueba tu lealtad —Tano explicó, mirándome con delicadeza y mostrándome su muñeca—. Eso, si es que no deseas ser expulsado de “La Zona”.
Todo fue tan claro.
Debía de hacerle a Serenity daño, pero mi corazón era incapaz de provocarle semejante atrocidad, no era como Tano...
—¡No! ¡No puedo hacerle eso! —grité, notando cómo mi amiga me miraba.
—Debes hacerlo, Doce. Recuerda que lo importante es la lealtad.
No podía hacerlo porque sabía lo peligroso que era si accedía.
De los tres primeros sujetos con los que realizaron sus experimentos, Uno y Cuatro fallecieron a causa de sus sistemas inmunológicos, pues fueron incapaces de poder resistir una prueba de genes que alteró gravemente sus sistemas.
Ambos murieron al instante dejando claro que no todos éramos dignos de pertenecer a “La Zona”, pero el destino comparó lo que el experimento hizo a Dos, uno de mis compañeros.
Hacía tres años, Dos fue seleccionado para hacerse un castigo de prueba, los científicos tenían fe en que su escarmiento funcionara en él a la perfección; en caso de emergencias, si eras sometido, una vez que caías al piso perdías la movilidad de tu cuerpo y éste permanecía así durante horas.
No obstante, Dos soportó a la primera aplicación de la misma forma que Serenity, y al ver que el resultado fue positivo, los científicos quisieron probar si otro más sería capaz de soportar una segunda aplicación antes de que cumpliera la primera hora del castigo. Esto trajo como resultado que Dos fuera víctima de un impacto que dejó pesadillas en su mente, un sufrimiento mucho peor que el dolor.
—¡No! —grité de nuevo, no quería que Serenity sufriera eso— ¡No puedo hacerle eso a Serenity! ¡Eso va contra mis condi…!
—Su nombre es Catorce —aclaró Tano, con un tono tan sombrío.
—¡Morirá!
—Eso depende de su patrón de genes. Si ella lo llega a soportar…
—¡Dos murió por causa de esa prueba! —le recordé, perturbado.
—Dos falleció porque su código genético no lo podía resistir. Él accedió a la prueba porque sabía que pertenecía lealmente a “La Zona”, al igual que tú, quien perteneces también. Aquí no hay amistades y la tolerancia hacía la insolencia se perdona muy pocas veces. Así que solo tienes dos opciones: Seguirnos y acceder, o darnos la contra y rebeldía.
—¡No! —grité, durante un segundo, sin pensar en lo que podía suceder—. ¡Serenity! —pero al abrir los ojos pude conectarme con el mundo real—. ¡No! —sabía que este suplicio no tardaría en esfumarse de mi mente como un recuerdo vago ya que tenía cosas más importantes en qué pensar, como encontrar una explicación racional de lo ocurrido.