Experimentos Proyecto Escape

XIII

—¡Ah! —abrí los ojos, reaccioné de la misma forma que despertar, pero en esta ocasión de sorpresa, había estado muerto o quizá durmiendo luego de aquellas cuchilladas, además de esa caída y esa presencia jovial que estuvo llamándome.

    Pero ya no tenía motivos por los que luchar. No me quedaban fuerzas, sentía cómo mi mente estaba quedando atrapada en medio de un abismo, donde mis compañeros yacían consumiéndose en la oscuridad, en el frío y en una pequeña luz que comenzó a emanar de la nada; una tan diminuta y destellante que comenzaba a iluminar de forma tremenda.

    Podía respirar y sentía el resto de mi cuerpo moverse, débilmente. Fue ahí cuando descubrí la gran diferencia que había entre morir y estar en coma. Cualquiera de las dos, afligía.

    —¡Rayos! —exclamé, notando cómo la luz brillante aún seguía.

    La miré, notando que a los pocos segundos su brillo desaparecía como si alguien lo hubiera apagado de un brochazo.

    —¡Qué!

    Parpadeé unos segundos, pero ya no pude ver ningún destello. La luz había desaparecido porque en realidad el destello se trataba de un oscuro círculo hecho de concreto situado en la superficie, una que era plana y estaba a dos metros.

    —No puede ser —dije, e intenté inclinarme, aunque mi cuerpo reaccionó al sentir que algo me estaba deteniendo rápidamente—. ¿Qué ocurre? —me extrañé y dirigí la vista hacia donde mi mano estaba, noté que estaba conectado a algún tipo de catéter con líquido rojizo. Eso debía ser… sangre.

    ¡Era sangre!

    ¡Sangre humana y esta podría ayudarme a recuperar mi estado!

    «Imposible», pensé, no tenía palabras para describir la emoción.

    Estaba recibiendo una trasfusión de sangre. ¿Pero cómo podía ser posible? En todo el tiempo que había estado en semejante jungla solo había visto la sangre que brotaba de nuestras heridas. Ninguno de nosotros tenía el equipo necesario para hacer una transfusión ya que nuestros botiquines solo contaban con botellas de alcohol, vendas y termos.

    ¡Esto no podía ser verdad!

    ¡Nadie podía estar haciéndome una transfusión en este momento!

    De todas maneras intenté tocarlo para asegurarme de que no estuviera soñando, pero mi mano izquierda también me dejó sin palabras al ver que estaba conectada a otro catéter, uno que no tenía sangre sino un líquido lechoso, suave y relajante.

    «¿Suero?», pensé, no podía haber una explicación racional más.

    Estaba recibiendo una trasfusión de sangre y otra de un suero que me dejaba sin palabras, y por el sitio en donde estaba, parecía claro que me habían traído con éxito a este lugar.

    De todas formas, lo primero que vi fueron todas esas heridas que tenía en mis brazos; tenían suturas de unos alambres delgados, además llevaba puesto un camisón de color blanco parecido al de las clínicas y me encontraba recostado sobre una camilla reconfortante. A mi alrededor había carritos de dispensación, un electrocardiograma, dos paletas que colgaban de un desfibrilador, medicamentos e instrumentos de sutura, paredes de concreto, techos con alumbrado, conductos de aire acondicionado y una figura humana que me veía desde el marco inferior de aquella puerta.

    «Esto no es la jungla», pensé. «¡Es un hospital!», estaba asombrado.

    Todo parecía tan real. Había demasiadas cosas, todas, manufacturadas.

    —Buenos días, Doce —entró un joven delgado de rizos rubios y de piel tersa que me miraba como si fuera un conocido—. ¿Dormiste bien?

    No sabía qué responder sin verme como un verdadero idiota. Estaba recostado delante de un muchacho que iba acercándose hacía mí mientras cargaba una bandeja con comida. La dejó sobre mi pecho unos segundos después teniendo la sutileza de no lastimarme. Fue ahí cuando aproveché la oportunidad para verlo detenidamente. Le vi entonces unos ojos tan grisáceos, unas mejillas blancas, una vestimenta, como un traje y, sobre todo, sus rizos que a distancia parecían ser tan dorados, pero eran como una combinación entre luz y oscuridad al contemplarlos tan de cerca.

    ¡Y yo reconocía esos rizos!

    —No puede ser —verlos tan cerca me hizo entender de quién se trataba aquel muchacho—¡Eres tú! —exclamé ya que había visto esos rizos en “La Zona”— ¡Tú eres el segundo sujeto que enviaron aquí! ¡Eres Cinco! ¿No es verdad? —y aguardé.

    —Prefiero que me llamen Trent, sí no te molesta —me dijo, tranquilo.

    Pero no podía evitar el miedo.

    Estaba ante un fantasma, frente a alguien a quien creíamos muerto.

    Trent me miró detenidamente, para su sorpresa, expresé sonrisa al verlo ya que él estaba esperando que yo pudiera hacerlo.

    ¿Y cómo no hacerlo?

    ¡Estaba delante de Trent, el chico al que todos creíamos muerto! Todos, excepto Lex, por supuesto. Ella jamás se rindió.

    —Supuse que tenías hambre, así que te traje algo para comer —dijo, viendo la comida que puso en mi pecho—. Espero que te guste. Te gustan los Paninis, ¿verdad que sí, compañero?



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En el texto hay: mentiras, dinosaurios, jungla

Editado: 18.10.2020

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