Experimentos Proyecto Escape

XIV

No me sentía capaz de dudar. Trent me había drogado lo suficiente como para que me dejara guiar por un sueño tan profundo hasta que mi mente no pudiera más y obligara a despertarme.

    Fue ahí cuando comencé a notar las diferencias. Todavía seguía recostado sobre la camilla, pero mi cuerpo no estaba conectado a nada. Ya no tenía las agujas en ambos brazos, algunas de las cicatrices ya habían sanado y mi cabeza era libre del fuerte dolor que sufrí anteriormente, uno que yo desconocía.

    —Buenos días, Doce —Trent me recibió en la entrada, mirándome de la misma forma que hizo la otra ocasión, solamente que ahora llevaba un vaso de agua y una lisa bandeja—. Te traje tus medicinas —me sonrió, con tanta confianza.

    —Eres muy amable —dije, lo cual me desagradaba. Tener que tomar agua y dos pastillas rojas en lugar de otros deliciosos Paninis me hacían sentir decepcionado. Claro que no podía decirle eso al chico que se había arriesgado para salvarme.

    —¿Cómo sigues?

    —Mejor.

    —¿Mejor?

    —Ya siento mis piernas.

    —Eso es bueno, mi pequeño saltamontes —dijo, con una gracia que yo no comprendía—. Porque ahora es tiempo de que me lo pruebes. Pero no te preocupes, sí necesitas una ayudita solo pídemela —y sonrió, tratando de no expresar burla.

    Estaba claro que no podía salvarme de eso. Incliné mi cuerpo con demasiada delicadeza para separarme de las sábanas, cuidando de no mover mucho los brazos en el momento, que elevé mi pierna derecha para pisar el suelo helado.

    —Ten cuidado, Doce. Recuerda que no llevas puesto tus zapatos —Trent cuidó de mí para que no hiciera muchos esfuerzos al mover mi espalda. Tomó de mi hombro, en cuanto descendí mi otra pierna—. Muy bien. Ahora el siguiente —estuvo animándome—. Recuerda, Doce, con cuidado.

    Trent estaba sosteniéndome al momento que repetí esa acción de antes, un acto amable y delicado que al final me ayudó.

    Por fin mis pies estaban tocando el piso por completo.

    —Se siente frío —dije, sin mostrar temblor. Trent me miraba.

    —Es por el aire acondicionado. Normalmente todo lo que está aquí se siente frío. Quizás tardes unos momentos en acostumbrarte.

    —Ya veo —el haber dormido en la jungla durante todos esos días provocó que olvidara esa sensación del aire acondicionado—. Oye, Trent, ¿cuánto tiempo estuve aquí dormido?

    —Casi Diez horas. Debías haber dormido más, quince horas exactamente, pero como veo, la anestesia no te hizo tanto efecto.

    —¿Y por qué me diste esa anestesia?

    —Necesitabas dormir, de lo contrario no ibas a sanar por completo.

    —¿A qué te refieres?

    —Las medicinas que te suministré trabajan en un modo acelerado siempre que el cuerpo esté en reposo, no sé si notaste que la mayoría de tus cicatrices están cerradas. Cuando despertaste, dejaste de sentir dolor en algunas extremidades —solamente asentí a su comentario—. Pues entonces ya sabes que es su efecto. Sí hubieras estado despierto no habrían funcionado y con lo escasas que están uno no puede darse el lujo de desperdiciarlas nomás a la ligera.

    —¿Escasas?

    —No contamos con muchas medicinas debido a que el único apoyo que “La Zona” le brindó a los constructores fue básico, lo esencial. No se dieron el lujo de surtir medicinas especiales, más que unas cuantas dosis en caso de que un miembro importante fuera a lastimarse, sí, como Tano Nightingate.

    —¿Y cuántas dosis quedan?

    —Quizás las suficientes para unas dos o tres personas, quizás. El efecto es diferente a quienes se las aplican en verdad.

    —¿Y no piensas tomarme la presión o medir mi nivel de glucosa?

    —No es necesario, recuerda que las medicinas trabajan rápido. Además no tenemos el tiempo suficiente para eso ahora.

    —¿Por qué?

    —Porque hoy tengo una sorpresa para ti —afirmó, con inquietud.

    Trent me miró y notó que me expresé asustado. No sabía cuánto temor tuve cuando Clift me dijo acerca de aquella sorpresa.

    Pero la única ventaja que tenía a mi favor ahora, era que Trent iba a estar ahí presente en lugar de aquel estúpido demente.

    Pero hacerlo no me fue fácil. Tuve que pararme luego de haber estado dormido todas esas horas y caminar con las piernas delicadas, y Trent me dejó sujetar de su hombro derecho para mantenerme de pie, firme sobre esa helada estancia.

    —Muy bien, Doce. Prepárate para conocer la mayor sorpresa de tu vida —dijo de nuevo, aunque esta vez no curioseé.

    Ambos caminamos por toda la guarida teniendo cuidado para no tropezarme. Eso causó un contratiempo ya que yo miraba con atención casi todo el trayecto y me di cuenta que era la guarida más grandiosa de lo que jamás pude haber imaginado.

    Había decenas de salas, baños, un gimnasio, cuartos de máquinas, establecimientos personales y hasta una cafetería con cientos de asientos, algo sutil para una organización enorme.



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En el texto hay: mentiras, dinosaurios, jungla

Editado: 18.10.2020

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