Sabía que no me iba a ser fácil tener que mentirles a mis amigos, porque no sabía cómo hacerlo. “La Zona” me había obligado a decir siempre la verdad porque las mentiras eran las responsables de que el mundo cayera en desgracia tan inevitable.
Todas las guerras, la falta de alimento y destrucción que corrió sobre el planeta donde vivimos fueron iniciadas por egoísmo, provocada por el mismo ser humano que usaba mentiras en lugar de honestidad, lo cual en ese entonces aterraba.
“La Zona” nunca quiso darme una segunda oportunidad sino deshacerse de mí al igual que con el resto de cada exiliado, y ahora que sabía la verdad, sentía que debía rebelarme contra todo eso que me fue enseñado porque así podría ayudar a quienes de verdad estuvieron para mí siempre.
—Vamos, Doce —dijeron mis amigos—, queremos saber todo.
Aunque tal vez Lex no. Ella me estaba contemplando directamente a los ojos, mostrando su enojo hacia mí, tan incomprendida.
Era lógico que ella se sintiera desesperada por saber la forma de cómo había logrado regresar, lo cual me causó aprensión.
No sabía qué decir. Ni siquiera tenía idea de cómo había llegado hasta aquí, porque cuando desperté noté que no mantenía conmigo la manta ni el cuchillo que Trent me entregó.
—Te estoy esperando.
Imaginar que Lex sería capaz de descubrir la verdad sin siquiera decírsela me hacía sentir débil, como si el miedo fuera evidente.
—Está bien —dije, pero me di cuenta que la única forma para hacerlo era no mirar ese rostro prejuicioso—. Esto me ocurrió.
Comencé hablando de la parte en la que fui raptado días antes, que debido a que quedé inconsciente, no pude ver lo que hicieron conmigo. Les dije que en cuanto desperté los miembros me habían colocado dentro de una jaula hecha de bambú.
Mencioné la parte en la que ellos robaron mi cuchillo y también sobre la soga que rodeaba mi cuello, la cual me impedía correr o intentar escapar. Eso sí pude describir detalladamente.
—¿Y qué te hicieron ahí? —preguntó Holly.
—Lo que menos te imaginas.
La primera idea que pasó por mi cabeza era sobre el alimento. Los aborígenes eran hombres primitivos que no pensaban por sí mismos. Actuaban salvajemente ante cualquier situación, igual que una manada de animales salvajes, lo cual me permitió escudarme para crear dicha mentira.
—Entonces lo que estás diciendo es que ellos querían comerte —dijo Lex, pero no parecía estar convencida del relato.
Me miraba frustrada, como sí supiera que yo le ocultaba algo.
—Lo demostraban todo el tiempo. Me miraban como si fuera un especie de alimento y todos los días me daban demasiada comida. Algunos incluso me tocaban los brazos para asegurarse si estaba engordando —comenté, con tal calma.
—¿Y qué hiciste? Porque tu aspecto parece en serio lo contrario.
—Usé la paja. Todos los días ellos me daban comida, diferentes cosas que yo solamente masticaba para que creyeran esa mentira. Luego, cuando me ignoraban, comenzaba a escupir aquella paja para que no engordara mucho.
—Y nunca sospecharon.
—La mayoría me veía masticando, así que no. Son tan torpes.
Lex guardó un poco de silencio al haber escuchado esa parte.
Ella, a diferencia de Kai y de Holly, parecía no mantener miradas directas en mí, como si estuviera esperando que cometiera una inverosimilitud en mi historia para así poder delatarme.
Fue entonces cuando me di cuenta que debía usar la sugerencia de Trent.
—¿Estás hablando en serio? —sin embargo, fue Holly la curiosa, pues no se mostró convencida— ¿Cómo es eso posible?
—Con las sobras. Los miembros me daban mucha carne y había demasiados huesos en ella. Solo tuve que ser muy precavido.
—¿Y qué pasó después? —afortunadamente Kai fue más interesado—. Por favor cuéntalo con más detalles. Quiero saberlo.
—Es solo de tener que esperar el momento indicado.
»Pasaron los primeros tres días y solo veía a los guardias llevarme comida sin dirigirme la mirada. Al cuarto día abrieron la jaula y tiraron de la soga, que me sentí como un perro amaestrado.
»Tuve que mostrar desesperación para que ellos no sospecharan nada. Ellos me creyeron porque sabían que no podía defenderme sin mi cuchillo. Ahí fue cuando pude aprovechar la oportunidad —dije, pero iba a haber un problema.
—¡Espera! —entonces Lex me interrumpió— ¿Acaso estás diciendo…?
—Sí.
—¿Pero cómo?
—Digamos que ese día ellos aprendieron una lección importante. “Sí vas a comer carne humana, antes asegúrate que esté muerta para luego tocarla” —mencioné, con un suspiro.
Todos estaban más tranquilos con mi comentario. Todo comenzó a embonarse.
—En cuanto al primer guardia, me tomó y aproveché el momento para clavarle el hueso sobre el cuello. Le di una tajada —dije—. El guardia gritó y murió desangrándose al momento, dejando a los otros dos asustados y a mí con la oportunidad.