—Vamos Doce, que no tenemos todo el día —Lex era tan mandona.
—Voy tan rápido como puedo, Lex —le dije, demasiado esforzado.
—Pues no parece. Vas demasiado lento, así que mueve el trasero.
Hacer entender a Lex que no era tan rápido como ella era prácticamente imposible. Lex siempre encontraba la forma adecuada de contradecirme, cualquier cosa que dijera en cualquier momento, como si su mente tuviera la respuesta preparada para alguna circunstancia. Afortunadamente eso me servía como ayuda para mantener su mente alejada de Trent.
—¡Corre —dijo esta vez, dando una orden—, que no tenemos todo el día! —debía seguir sus pasos como diera lugar.
Desafortunadamente soportarla era lo difícil. Aunque Lex conocía con exactitud los lugares de la jungla, aquellos que solían estar libres de peligros, como tal, tuve que verme obligado a guardar silencio ante cualquiera de sus tontas acusaciones y mandatos mientras caminábamos entre los matorrales.
Miles y miles de matorrales nos impidieron ver lo que permanecía en nuestro entorno, como si las cosas fueran interesantes.
—¡¡¡EEK!!! —el gruñido de un mapache al que le pise la cola...
—¡Ah! —era una criatura que por fuera parecía ser tan inofensiva—. ¡No puede ser!
Era tan pequeña, peluda y gordita. Eso no podía hacerme daño. ¿O tal vez sí? Después de haber enfrentado a aquella criatura, el tigre, me di cuenta de que la jungla ocultaba demasiadas cosas, tanto seres peligrosos, como plantas y aborígenes. Pero sabía que había criaturas curiosas que a simple vista sus rostros inocentes delataban lo contrario. Desafortunadamente “La Zona” era aquí donde enviaba los desechos.
Ese mapache podía ser una especie de criatura mutada o algún animal venenoso realmente y no una tierna como me demostraba. Aun así no podía arriesgarme, así que me vi obligado a actuar: Tomé el cuchillo y lo clavé sobre su estómago, ignorando el hecho de que Lex se hallaba sólo mirando.
Enterré la punta de mi arma pensando solamente en la precaución sin darle importancia a lo que ella me pudiera decir.
—¡Ah! —hacerlo me fue muy sencillo—. Listo —no era peligroso.
—Vaya —dijo Lex, quien no parecía estar del todo convencida—, se ve a simple vista que no te gustan los mapaches.
—Es solo que me aterran. Además uno debe de estar preparado para cualquier cosa. No vaya a ser que sea un peligro.
—¿A qué te refieres?
—Los mapaches pueden parecer tan inofensivos, pero son criaturas muy peligrosas. Sus garras son capaces de perforar tu piel en cuestión de segundos, además suelen morder sin previo aviso a sus víctimas de la misma forma que haría cualquier piraña, ya que sus dientes son muy delgados y afilados.
—Vaya. Se nota que te gustaba estudiar acerca de los animales —dijo Lex, quien parecía no notar ni un poco de interés.
—Leí mucho sobre ellos, como también leí sobre sus propiedades. La carne del mapache contiene muchas proteínas.
—Es bueno saber eso —dijo ella—, aunque si me lo preguntas, yo prefiero comer la carne de ardilla. Es más jugosa.
Era lógico que Lex no fuera a agradecerme por haber salvado su vida ya que para ella un mapache solo podía verlo como una cena. Ignoró el hecho de que era inteligente y continuó su camino como sí nada, dándome a entender que tampoco podía darle algo de importancia ya que tenía una misión: Salvar a Kai de cualquier forma ya que era muy importante.
Caminamos hacia el norte, evitando cualquier contacto físico o visual, más no el habla. Lex me hablaba mientras yo hacía mis esfuerzos por ignorar todos sus insultos. Pero hacerlo era prácticamente imposible ya que no dejaba de hablar. Repetía a cada momento todo lo que hacía mal; me sentía incapaz de detenerla, tenía que guardar silencio sin importar lo que dijera, pero, ¿por cuánto tiempo soportaría aquello?
Necesitábamos una raíz que crecía en unos musgos ubicados a dos kilómetros del lago de la Flor, y Lex era la única que sabía cómo llegar de manera segura, conocía el lugar casi por completo porque fue ahí en donde conoció a Trent.
Ese punto podía ser ideal para que su chip se activara, aunque debía tener cuidado. No podía mencionar a Trent realmente.
¿Entonces qué debía hacer?
Mantuve la calma cuando Lex me dijo todo lo que hacía mal, desde pisar los arbustos y que supiera identificar el excremento.
—¡Qué asco! —dijo, cuando comprobó que no supe cómo comparar la tierra del excremento—. Deberías limpiar esa bota, a menos que quieras apestar a heces de animales extraños.
—Me gustaría —le dije, con tono sarcástico—, pero por infortunio, no veo alguna lavandería cerca de donde nos hallamos.
—No, pero puedes usar el agua del lago, a menos que quieras apestar hasta que esa mierda se seque, y eso no es agradable.
—No, gracias —mencioné, negándole, dándole así la contraria, y aunque tenía tantas cosas qué decirle, podía aguantármelas porque solo pensaba en lo que le ocurriría a Kai. Él necesitaba tanto esa medicina y ella era la única persona que sabía cómo encontrarla y en dónde poder ubicarla.