—¡Lex! ¡Despierta! —le llamé, agitándole. Tenía que ser una broma. Estábamos a punto de ser atrapados y Lex no se despertaba ni movía, hasta que chequé su pecho y vi que respiraba.
—¡Lex! —le llamé una y otra vez, pero no reaccionaba evidentemente—. ¡Despierta! —tiré constantemente de sus brazos esperando a que se moviera—. ¡Por favor! —era en vano.
Lex estaba sucumbida en un profundo sueño. No podía estar sucediendo, no ahora que estábamos solos, muy distanciados.
—Vamos, Lex, reacciona —los segundos pasaron, y la tensión seguía consumiéndome, pues los aborígenes iban a aparecerse en cualquier momento. Entonces… ¿qué debía hacer?
Mi compañera estaba caída y el sonido de las ramas oscilaba.
—¡Oh, no!
Entre los arbustos comenzaron a aparecer las figuras de cinco hombres salvajes que iban caminando hacia nosotros detenidamente, sin decir una sola palabra. Los cinco iban armados; con arcos, flechas, lanzas, y nos miraban como si fuésemos su jugoso alimento. Afortunadamente ninguno de ellos era Clift o Benneth, aunque eso no cambiaba definitivamente el hecho de que nos tenían en la mira. El grupo de asesinos estaban esperando atrapar a su presa, nosotros, y en esta ocasión Lex no podía ayudarme pues estaba dormida, como si estuviera bajo el efecto de alguna droga.
Ahí fue cuando comencé a sentirme atrapado. No podría ganarles a todos ellos, menos con un cuchillo. Me sentía tan nervioso, que por unos momentos le permití a mi mente dejarse controlar por el miedo y la cobardía. Sabía que la opción más prudente sería huir como un verdadero chico fracasado que era; sin embargo, eso implicaría dejar a Lex tirada.
¡Y no podía hacer eso! Trent me había confiado la vida del grupo, porque ellos eran lo único que tenía. Y yo lo comprendía.
Ellos me dieron refugio, comida, apoyo y muchas otras cosas; como su amistad. Holly fue quien me curó usando aquellas hierbas, Kai estuvo a cargo de enseñarme a cazar. Antes no había sido capaz de usar un cuchillo sin tenerle miedo y ahora tenía colgado sobre mi espalda las cuatro ardillas a las que había cazado momentos antes de esta situación.
Y Trent, él fue quien me salvó de morir ahogado en la corriente cuando nadie más lo hizo, y me confió su más grande plan, el que podía ayudarnos. Pero sabía que para hacerlo debía cumplir con su única condición: Que Lex estuviera a salvo. No podía darme el lujo ni sumergirme al miedo.
—Esto tiene que ser una broma —espeté, más que solo aterrado.
No tenía otra elección más que enfrentarlos, hacer todo lo necesario para sobrevivir. ¡Yo ya no era él mismo Doce de antes! ¡No podía dejarme caer solo porque tuviera miedo a semejantes sujetos feos! ¡Eso es lo que haría el antiguo yo, Doce!
—Lex —dije, viéndola inconsciente, y tomé de su mano derecha, mirando detenidamente su rostro, imaginando que tal vez no volvería a ver su expresión fruncida como cada mañana—, espero que algún día puedas creer lo que va a pasar.
Solté su mano, sin dejar de mirarla. Nunca creí que sería capaz de hacer algo así por la única chica que nunca supo cómo aceptarme. Siempre me la imaginé siendo atacada y huyendo por el miedo, mientras me reía a lo lejos de su situación, pero ahora las cosas eran distintas, muy complicadas.
Sabía que no debía olvidarme de lo más importante: Ese plan.
Miré detenidamente a los miembros, imaginando que tal vez no lo lograría hacerles daño, porque nunca antes había podido quitarle la vida a una persona. Entonces, ¿qué tan difícil sería matar a unos seres que solo aparentaban ser humanos?
Los aborígenes eran salvajes que pensaban como animales, pero no hablaban y solo me miraban del mismo modo que hicieron mis antiguos captores. Así que no había alguna diferencia.
—Ustedes —les dije, alejándome un poco de Lex para protegerla.
Todas esas miradas frías y siniestras me contemplaron, como un azoteo que me hacía entender lo que sentía: Gran odio.
—Les juro —dije, cuando tomé del mango del cuchillo, asimismo sentía el ritmo de mi corazón y toda esa rabia invadida por mi cuerpo— que van a pagar por lo que me hicieron.
Me sentía protegido y listo para actuar. Corrí hacía los miembros, al momento que notaron mi presencia, como un acto para preparar sus armas. Los cinco me tenían con las miradas, pero yo no tenía miedo porque por primera vez estaba demostrando el valor que poseía, o tal vez era mi adrenalina.
—¡Ah! —gritaron ellos, mientras comenzaron a atacar rápidamente. Al mismo tiempo hicieron esos sonidos tan inentendibles.
Me dispararon diversas flechas hacía diferentes puntos de mi cuerpo, pero pude esquivarlas al correr con demasiada velocidad, logrando así que las flechas se convirtieran en simples ráfagas de viento que acariciaban mi piel, dándome suficiente tiempo para poder concentrarme en mi objetivo: Aborígenes.
El hombre calvo y robusto que estaba delante parecía ser el líder.
—Eres tú.
Ahora me sentía desesperado por la acción. Salté hacía él ignorando todas las emociones de mi cuerpo. Solo quería matarlo.