Doce
Yo solía vivir en compañía del temor por imaginar lo que ocurriría conmigo si no demostraba mi “lealtad” a la organización que salvó al planeta de su destrucción.
Lealtad.
Eso era lo que nosotros le debíamos dar a La Zona.
Ellos salvaron a la humanidad de su extinción y me seleccionaron para el proyecto que llevaría a mi raza al nuevo nivel de evolución. Uno que superaría todo lo que en un momento el ser humano llegó a ser.
Eso era lo que siempre me mantenía motivado.
Creer que en la causa.
Todos esos días en que viví con el temor a ser desterrado por cualquier falla pasaron ante mí mente al momento que ví a Benneth oprimir ese estúpido botón. Volví a quedar atrapado en otro sueño, como un niño desobediente que debía ser castigado por un crimen que no cometió.
¡No lo entendía!
¡Yo siempre le fui leal a La Zona!
¡Nunca le hice daño a nadie!
Y ellos me enviaron a la Jungla.
Nunca creí que me tocaría tal castigo. Hasta que me arrebataron lo único que me quedaba…
—¡No….! —...la libertad de moverme por mi mismo.
¡Esto ya no podía empeorar más!
¡No!
¡No podía ser verdad!
¡Tenía que ser un sueño!
¡Un maldito sueño!
Pero en realidad era una pesadilla de la que sólo podría escapar cortando las venas de mi muñeca derecha.
¡Cómo desearía poder hacerlo! y así acabar con esta vida de miserias…
¡Doce!
…en las que Benneth me tenía oprimiendo un botón…
¡Doce… !
…como atraparme en medio de la oscuridad, el único lugar donde mi mente era capaz de dibujar un escenario; Muros de metal, espejos en techo y diversas luces que iluminaron cada rincón del nuevo sitio. Ahora estaba en una habitación que me hacían sentir como sí hubiese hecho un viaje en el tiempo.
El sitió tenía la forma de un escenario para pruebas de telequinesis. Había una mesa, cámaras de seguridad y yo me encontraba sentado en una silla de metal. A mi lado había otros dos asientos vacíos y en uno de ellos tenía manchas de sangre (junto con la pared y parte de la mesa), en el otro lado todo estaba limpio, y en el centro ví una pequeña pelota roja.
En este tipo de entrenamientos nuestra misión era tener que empujarla sin tocarla.
Las cámaras captaban nuestros movimientos y había guardias preparados para detenernos en caso de alguna emergencia, como cometer un error nos pudiera provocar la muerte.
Eso explicaba toda esa sangre.
Un rojizo líquido que también había manchado mis manos y algunas partes de mi uniforme, el cual era blanco.
Entonces lo recordé.
Estaba soñando con la prueba que tomé junto a la Sujeto Catorce, mi mejor amiga, y el Sujeto Trece, un muchacho rubio de piel clara, ojos grisáceos, nariz alargada y una sonrisa que te hacía sentir como si quisiera rogarte porque fueses su mejor amigo. Casi siempre éramos nosotros tres los que hacíamos este tipo de pruebas mientras que los demás del área C solían realizar otras de las que no teníamos acceso porque en ellos practicaban otros proyectos.
Yo era muy discreto con los Sujetos Once y Quince (Kai) porque no debíamos compartir datos personales. Aunque no lo necesitaba para saber que nuestras pruebas eran muy diferentes a las suyas porque nosotros no hacíamos actividades físicas (el sudor, manchas de sangre y raspones era lo que los delataba), por esa razón no hablaba mucho con ellos. Pero el Sujeto Trece si.
Él era muy curioso y demasiado optimista, muy diferente a la Sujeto Catorce. Ella solo era amable, pero no expresaba mucho sus emociones. Su modo discreto de ser me hacían sentir que hablaba con un ser humano real a diferencia de alguien que solo estuviera aferrado a ver siempre el lado positivo de las cosas.
Eso era lo que no me agradaba del Sujeto Trece. Su alegría y curiosidad le impedían ver las cosas tal y como eran, más en una prueba que requería de un alto nivel de concentración para mover esa pelota roja.
Debíamos crear una fuerza mediante el poder de nuestra energía neural y después liberarla. Una tarea que el ser humano nunca logró porque solo usaba el 10% de su cerebro. Nosotros debíamos usar más y La Zona nos permitió lograrlo gracias a sus pruebas. Éramos capaces de leer siete mil páginas en una hora, o menos, aprendimos todas las lenguas del planeta y realizamos teoremas que las mentes más brillantes no lograron.
Todo un entrenamiento que nos preparó para este momento.
Siempre dudé de que el Sujeto Trece fuera capaz de llegar al nivel que nosotros. Y esta prueba nos demostró que nunca lo estuvo.
Ver esas manchas de sangre me trajo el recuerdo de su muerte. Un instante en el que su cabeza estalló luego de no saber liberar la energía que había contenido en su mente.