Solté un suspiro desde el suelo en el que me encontraba.
La radio que Hamza había conseguido y desviado para escuchar los casos de la comisaría sonaba cada cierto tiempo y terminé por darme cuenta de que Quentin era más aburrido de lo que creí.
Tumulto en la calle principal.
Difícil de creer, pero eso es lo más grave que ha pasado.
Por otro lado, Axen no se movía, si no se lo ordenaba, lucía estoico y tan mecánico al cumplir con órdenes cortas y concisas.
Me puse de pie rapidamente —Oye, Axen. Ven aquí.
Pedí y como siempre se puso de pie y se paro justo frente a mi. Su cercanía me intimido. ¡Vamos! Era una chica de diecisiete años viviendo sola y sin más compañía que mi soledad hace unos días, así qué tener a un chico que parecía tener unos veinte años, más alto que yo, fornido y serio, respirando tan cerca que podía sentir su respiración sobre mis labios me puso nerviosa.
Carraspe aclarando mi garganta -Retrocede dos pasos.
Pedí y así lo hizo, lo cuál me ayudo relajarme un poco. Sus ojos disparejos siguieron sobre mi, carentes de algún tipo de emoción, pensamiento o lo que fuera y eso me molestaba, me molestaba no poder entenderlo. No poder entender a Axen.
–Sígueme.
Caminamos hacia la puerta trasera, algo gracioso era qué me seguía, pero cada que sentía que se pasaba de los dos pasos retrocedía.
La puerta daba hacia el jardín, un jardín con mucha vegetación por donde sea que sea que se le viera, muchas flores que atribuían color y vivacidad. Para desgracia del jardín estaba a mi cargo mientras mamá no estaba y gracias a eso muchas de esas flores estaban secas, las hojas opacas y sin vida yacian en el suelo. Aparte la vista de ellas y voltee para mirar a Axen.
Con el pensamiento de mi madre en mente formule una duda nueva sobre el.
—¿Tienes una mamá, Axen?
Este me siguió observando, pero no se movió, ni produjo sonido alguno.
—Bien, hagamos algo.
Me acerqué un paso más, intentando romper el hielo que parecía envolvernos. La curiosidad me empujaba a indagar más sobre él, sobre su vida, aunque sabía que Axen no era como los demás.
—Voy a hacerte algunas preguntas. Y tú, solo tienes que responder con un "sí" o "no". ¿De acuerdo?
Al fin, una leve inclinación de su cabeza me indicó que había aceptado mi propuesta.
Eso era nuevo, pero procure mostrarme sin emoción para no retraerlo y volver a lo mismo.
—Perfecto. Primera pregunta: ¿Tienes una mamá?
La respuesta llegó en forma de un parpadeo, seguido de un "no" silencioso que parecía resonar en el aire. Mi corazón se encogió un poco.
—¿Tienes familia?
Otro parpadeo, otro "no".
Me sentí extraña, como si estuviera desenterrando secretos que no deberían ser revelados. Sin embargo, la necesidad de comprenderlo superaba cualquier incomodidad.
—¿Sientes alguna emoción?
Esta vez, Axen se quedó en silencio por unos segundos que se sintieron eternos. Finalmente, su respuesta fue un simple movimiento de cabeza, como si estuviera procesando la pregunta.
—¿Eres solo una máquina, Axen?
Su mirada se endureció ligeramente, y pude ver que, de alguna manera, la pregunta le había afectado. La tensión en el ambiente se hizo palpable, como si el aire se espesara a nuestro alrededor.
—Tú no eres solo una máquina. —Dije, más para mí misma que para él —. Eres... diferente.
Axen no respondió, pero había algo en su postura que me decía que había captado el matiz. Tal vez, detrás de su exterior mecánico, había un destello de algo más.
Decidí cambiar de rumbo, no quería que la conversación se tornara demasiado pesada.
—Vamos a cuidar este jardín. —Propuse, señalando las flores marchitas—. Te enseñaré cómo revivirlas.
Un leve movimiento de su cabeza me indicó que estaba dispuesto a seguirme, y juntos nos adentramos en la tarea de devolver la vida a aquel lugar que había sido un refugio de alegría. Mientras trabajábamos, empecé a sentir que, quizás, Axen no era solo un enigma, sino un compañero en esta lucha por revivir lo que una vez fue hermoso.
Y mientras las flores empezaban a cobrar vida, también algo en Axen parecía florecer lentamente.
Mientras cavábamos en la tierra, retirando las flores secas y las hojas muertas, empecé a hablarle sobre las plantas.
—Mira, Axen, estas son petunias. Si las riegas bien, florecen hermosas. —Dije, sosteniendo una de las flores marchitas—. A veces, todo lo que necesitan es un poco de atención.
Axen observaba con atención, como si cada palabra que decía fuera un código que intentaba descifrar. Me pregunté si, en su interior, podía entender la conexión que los humanos teníamos con la naturaleza.
—¿Sabes? —continué —, mi mamá siempre decía que las plantas tienen su propio lenguaje. Cuando las cuidas, te responden.
A medida que trabajábamos, comencé a sentirme más cómoda con él. No era solo un chico extraño, sino alguien con quien podía compartir mis pensamientos.
—¿Tú también tienes un lenguaje, Axen? —le pregunté, sintiendo una chispa de curiosidad —. ¿Hay algo que te gustaría expresar?
Él se quedó en silencio, la mirada fija en el suelo. En ese momento, comprendí que quizás no solo era un ser mecánico, sino que también cargaba con una historia en su interior, una que aún no había revelado.
—A veces, creo que todos tenemos algo que decir, pero no sabemos cómo. —continué, más para mí misma—. Tal vez todos estamos buscando a alguien que nos escuche. Quizás tu no hables, pero yo buscare entender tu lenguaje hasta poder hacerlo.
Axen dio un paso hacia mí, como si quisiera acercarse a esa idea. Su presencia, siempre firme y distante, parecía desvanecerse un poco.
Decidí seguir adelante con el trabajo, sacando un poco de tierra para hacer espacio. Mientras lo hacía, sentí que estaba creando un vínculo, un pequeño puente entre dos mundos que parecían tan diferentes.
—Te enseñaré a regar las plantas. —dije, llenando una regadera con agua—. Es simple, pero muy importante. Sin agua, nada puede vivir.
Editado: 09.12.2024