Capítulo 2:Nublado

<<—¡Suéltanos, ya! —grité, con la garganta ardiendo—. ¡No le hemos hecho nada, intentábamos ayudarle!

El aire me raspaba los pulmones, como si incluso respirar estuviera prohibido allí. Me sentía atrapada, impotente. Mika, Hope y Liam yacían inconscientes, sus cuerpos inmóviles como muñecos rotos. Rita me había clavado algo en el cuello antes de que pudiera reaccionar: una punzada helada seguida de un entumecimiento que me dejó a merced de sus manos.

Mika había intentado transformarse; lo vi en sus ojos antes de que los espasmos la sacudieran. Ahora estaba en el suelo, su cabello rubio y fino pegado a su piel por el sudor, ocultando media expresión.

—Mi hijo murió por vuestra culpa —escupió Rita, su voz tensa como un cable a punto de romperse—. El estúpido de Talbott me aseguró que, si le daba información a Jacob, no le pasaría nada.

—No fue nuestra culpa… —logré decir, con la lengua pesada—. Él se teletransportó con nosotros…

—Eso no me importa.

Un movimiento me llamó la atención: Liam comenzaba a incorporarse, los párpados aún temblando.

—Oh… veo que tu hermanito se está despertando —sonrió Rita con malicia, mostrando los dientes como un depredador que huele sangre.

—Déjanos marchar. No tuvimos la culpa… —respondió Liam, con un hilo de voz cansado.

—Tranquilo… no me interesáis. Solo me interesa Mika.

—Por Dios, parece que solo existe ella… —masculló Liam, escupiendo las palabras—. Ni siquiera sirve para nada.

—¡Tú cállate! —le grité, con un temblor que era mitad furia, mitad miedo.>>

***

Cuando abrí los ojos del todo, me encontré en una habitación que me recordó al área de la fuente nuclear… pero más deteriorada, como si el tiempo allí hubiera sido cruel. El suelo metálico estaba manchado de óxido que se descascarillaba en pequeñas escamas; cada paso que escuchaba retumbaba con un eco hueco. El olor era penetrante: una mezcla de humedad, metal y algo más… putrefacto.

De las paredes colgaban cables pelados como venas abiertas. Había carritos quirúrgicos llenos de frascos con líquidos opacos y jeringas, algunos oxidados, otros aún goteando. En un rincón, un escritorio estaba cubierto de papeles arrugados y carpetas manchadas, junto con herramientas cuya función no quería imaginar. El techo presentaba manchas oscuras y goteras que caían rítmicamente, marcando el tiempo como un metrónomo de pesadilla.

Las muñecas me ardían: estaba atada a un tubo frío y rugoso que me cortaba la piel. A mi alrededor, mis amigos estaban igual, con la piel pálida bajo la luz mortecina que salía de un foco parpadeante.

—¿Qué… qué ha pasado? —pregunté, todavía mareada, sintiendo un ligero sabor metálico en la boca.

—Oh, Hope… ¿ya despierta? —Rita ladeó la cabeza, su sonrisa tan falsa que parecía pintada—. Tengo que informarte de lo ocurrido… y, para que lo sepas, nunca estuviste inconsciente.

Sus tacones resonaban en el suelo mientras paseaba despacio, como una gata jugando con su presa.

—Te lo voy a resumir, bonita: Elliot murió en el quirófano, y a Lily… la infecté con uno de mis virus —rió con un tono que me heló la sangre—. ¿Era eso lo que querías oír?

El corazón me latía con tanta fuerza que sentía cada golpe en las sienes. El sudor frío me empapaba la nuca.

—Miente, no le hagas caso —dijo Liam, obligándose a incorporarse—. Lo dice para hacernos daño.

Mika levantó la voz, ignorando el dolor evidente en su respiración:

—Soy yo a la que quieres, déjales marchar.

—¿Jovencita, crees que todo es tan fácil? —Rita cogió un mando del escritorio, sus dedos jugando con él antes de pulsar un botón verde.

La puerta se abrió con un chirrido metálico que me hizo apretar los dientes. El aire frío que entró olía a óxido y polvo antiguo.

—Hola, hija —dijo una voz masculina desde la penumbra—. Qué irónico… jamás pensé que pronunciaría esas palabras.

El silencio cayó como un peso invisible. Mis músculos se tensaron instintivamente.

El hombre apareció, sonriendo con una calma que resultaba mucho más inquietante que cualquier grito.

—¿No vas a saludar? Bueno… está bien.