—¡Mierda, Hope! ¿¡Cómo se te ocurre!? —grité, llorando desconsolado.
Todo había explotado en cuanto ella tocó la fuente nuclear. Mi hermana estaba a su lado, zarandeándola, intentando despertarla. Pero no respondía.
—¡Tammy, Tammy! —la llamé, desesperado—. Tranquilízate, se pondrá bien.
—¡Liam no tiene pulso! ¡No respira! ¡Y le está saliendo demasiada sangre del cuello!
—¡Mika, necesitamos tu ayuda YA!
La hija de Spencer Talbot apareció teletransportándose casi al instante.
—Nozomi... No. No, por favor...
En sus ojos emergió un mar de lágrimas. Se arrodilló sin dudarlo. Posó las manos sobre el cuello de Hope, empapándolas de sangre.
Debería ser yo quien estuviera ahí con ella...
Me quedé congelado, mirando la escena. Luego reaccioné. Me rompí la manga de la camiseta y se la até a Hope alrededor del cuello.
—Así detendremos la hemorragia...
Mika respiró hondo. Sus ojos brillaron.
—He activado el temporizador. En cinco minutos nos vamos a casa.
Y entonces, la puerta se vino abajo.
Cuatro Glandorfs irrumpieron en la sala, seguidos por Spencer Talbot... y un chico.
—¿Jacob? ¿Jacob Calligand? —preguntó Tammy, sorprendida.
Tenía esa cara que me sonaba de algún sitio. Pelo rojo encendido, ojos negros que no pestañeaban y esas manchas en la piel anaranjadas que parecían vitíligo. Jacob Calligand. El chico superdotado que ascendió de curso… y aún así se comportaba como un idiota.
—¿Qué hacéis aquí, chicos? —preguntó con una tranquilidad que me sacó de quicio.
—Es una larga historia —respondí.
Quedaban cinco minutos.
—Hola, hija —dijo Spencer, con esa sonrisa desagradable que me revolvía el estómago—. ¿Cómo os encontráis tú y Hope?
—Muérete —escupió Mika con un asco tan puro que hasta los Glandorfs retrocedieron un paso.
—Jajajaja... qué graciosa.
Dos minutos.
—No estoy de humor para lidiar contigo —soltó Mika, asqueada—. La nave se está desintegrando. Ojalá se desintegre contigo dentro.
—Nozomi… ¿Qué has hecho? ¿No se lo contaste, verdad? —preguntó Spencer, fingiendo preocupación con esa voz suya manipuladora.
—¡Cállate! —gritó Mika.
—¿No se lo has contado? —insistió, como si se diera cuenta de algo importante.
—He dicho que te calles…
Mika temblaba de rabia, al borde del colapso.
Pero entonces, él soltó lo imperdonable.
—¿No te ama? Acéptalo ya. Solo eres un inútil. Si hubieras seguido mis directrices, ahora estarías mejor. Pero ya no me sirves para nada. Me das igual. Tras años de experimentación y pruebas, he descubierto al verdadero portador del antídoto.
El silencio cayó como una lápida.
Nadie se movía.
Ni siquiera el aire parecía atreverse a rozarnos.
—Hace ocho años, James le inyectó a su hija el antídoto… compuesto por el polen de girasol y… ¿a que no sabes qué?
—Zafiro —susurró Mika, temblando.
—Exacto. Aunque lleva más componentes que desconozco.
—No tienes derecho a llamar a Mika inútil —le grité.
—Lo es. ¿Y sabes por qué? Porque es un monstruo.
Y fue como si hubieran encendido un incendio dentro de ella.
Mika se desbordó. Su cuerpo empezó a cambiar, a transformarse en un Glandorf.
—¡TE ODIO! —rugió.
Se lanzó sobre su padre, desatada. Lo golpeó con una rabia imposible. La sangre brotó de su piel como si fuera tinta. Los otros Glandorfs intentaron detenerla, pero Mika era más fuerte. Más rápida. Más furiosa.
—¡3... 2... 1!
Y nos teletransportamos.
Menudo dolor de cabeza tenía.
Todo me daba vueltas y no pensaba con claridad.
Estaba en mi cuarto. Bien iluminado. Cálido. Casi acogedor. Hasta daba gusto… si no fuera por el dolor en el pecho.
Entonces, Mika entró.
—Todo es culpa mía, Nozomi… Lo siento.
Se había teñido el pelo de negro.
—¿Cuánto tiempo llevo en la cama? —le pregunté.
Sonrió con dulzura.
—Llevas en cama dos semanas... y un poco más. En realidad, es domingo de la tercera semana.
—Mierda… ¿Qué ha pasado? ¿Y por qué te has teñido el pelo?
Mika se sentó junto a mí, y me lo explicó todo. Resulta que, al final, tanto ella como yo teníamos el antídoto. James, mi padre, nos inyectó las últimas muestras. Ese girasol que Mika tenía en el cuello brotó por la mezcla entre el antídoto y el virus.
Y ahora... también brotaba en mí.
—Me teñí el pelo porque no quería ver más luz. Porque sin ti no sentía nada. Tenía miedo de perderte… Y también ya era hora de cambiar de aires. He tirado la libreta.
—¿Has tirado la libreta?
—Sí.
—¿¡Qué!? ¿Por qué?
—Le tenía mucho cariño... pero te tengo más a ti.
Sentí mi corazón palpitar con fuerza.
—¡Ay, pero si te pusiste como un tomate! —rió, alzando una ceja.
—¿De tomate nada! ¿Cómo lo vas a notar, boba? —reí, tapándome con la manta.
Sus carcajadas llenaron la habitación. Me abrazó y depositó un beso sobre el tatuaje de mi cuello.
—Nozomi... hemos tenido que contarles todo a Lily y Elliot. No podemos volver allí.
—Nunca más —dijo Lily, apareciendo de golpe en la puerta.
Todos estaban mirándonos. Mika se levantó enseguida, roja como el pelo de Jacob. Los demás soltaron una carcajada.
—¿Qué pasó con Spencer? —pregunté, con miedo.
—Hope... —dijo Tammy, evitando mirarme.
—Está muerto —dijo Mika—. Más o menos por mi culpa.
Y entonces me lo contó todo. Paso a paso. Me habló de lo que sucedió mientras yo estaba inconsciente. Me dijo que Jacob Calligand, el amigo de Tammy, había muerto durante el teletransporte. Que Spencer fue ejecutado tras dar aviso… aunque ya estaba en coma por los golpes que le dio Mika.
—Lo siento tanto…
Una lágrima me brotó sin permiso. Mika, aún con los ojos húmedos, me miró fijo.
—No llores… Te amo, Nozomi.
—Mika… yo también te amo.
Se quedó helada. Como si no esperara oírlo nunca.
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Editado: 01.08.2025