Entonces, aquel señor que hace unos segundos estaba insistiendo con Samuel, ahora le hacía señas a la parte delantera del tren que se perdía en la neblina por la gran longitud del mismo. Entonces, un brazo salió de una ventana a la lejanía. Parecía el conductor.
- No puedo seguir perdiendo tiempo. Tus amigos me dijeron que vendrías. Una pena que no fuera así.
Tras esas palabras, ambos señores se metieron de nuevo en el tren.
El estruendoso silbato sonó haciendo el clásico ruido de tren. Las ruedas comenzaron a moverse. Parecía que se marchaba.
La cabeza del joven estaba a punto de explotar. Mientras su cabeza agonizaba, el tren comenzaba a moverse.
Entonces, Samuel vió a través de una ventana una silueta. No, eran tres siluetas de personas.
- ¿Está... transportando gente?
Mientras la visibilidad de los vidrios mejoraba, Samuel intentaba ver más allá de lo que los ojos le permitían. La curiosidad y el miedo lo habían cautivado.
- ¡Emiliy! - gritó desperado al verla por la ventana dentro del tren- ¿Cómo es que ella está allí dentro? No la ví bajar de su habitación, debería haberla visto.
Ella le hacía gestos. Parecía querer que él suba. Lo estaba invitando quizás.
Samuel, ya menos asustado, derrepente, quiso subir él también. ¿No era esto lo que él quería? ¿Por qué rechazó la oferta del capitán del tren?
Por cada sonido que las ruedas producían al avanzar sobre las imaginarias vías en la calle, Samuel más ganas tenía de subirse. Asi que finalmente salió corriendo para alcanzarlo.
- ¡Oigan, esperen! ¡Señor Capitán, quiero subir!
Nunca fue muy bueno para los deportes, pero en esta situación corrió como nunca lo había hecho antes. Y finalmente lo alcanzó. Logró poner sus pies sobre las pequeñas escaleras que se encontraban bajo la puerta del vagón central. Se encontraba parado en la puerta, colgado de la manija sintiendo la ventisca directo en la cara por la gran velocidad que el tren tomaba. Derrepente, la puerta se abrió. Era el capitán, Roger.
- No temas. El destino te quiere aquí dentro.
- ¿El destino?
- Así es niño. Ya lo entenderás.
Samuel y Roger caminaban por un vacío vagón hasta llegar a la puerta y llegar a otro vagón vacío.
- Creí que había gente en este tren. Yo... lo ví por la ventana, era ella.
- Estos vagones vacíos son para llevar cargamento. Cómo sea, no los usamos hace años. Sigamos caminando, mí hermano tiene tu boleto.
Samuel estaba más tranquilo. Lo siguió al capitán por otro vagón vacío hasta que por fin llegaron a uno que estaba un poco más iluminado.
- Aquí es. ¿Estás listo?
- Yo... si.
Abrieron la puerta e ingresaron en el nuevo vagón. Estaba repleto de personas, repleto de gritos de felicidad. Eran jóvenes, de su edad o un poco más.
- ¡Su atención por favor! ¡Tenemos un nuevo integrante, un nuevo pasajero!
Nadie lo escuchaba.
- ¡ATENCIÓN! - gritó desesperado. Ahora si lo escuchaban. Todos se dieron vuelta para verlo.
- Él es Samuel Konan, nos acompañará ésta noche rumbo a la constelación Polaris.
"¿Cómo es que sabe mí nombre? Nunca se lo dije aún"
- Hola, Samuel
- Que tal, Samuel
- Que onda, Konan
Varios jóvenes lo saludaron. Él asintió con la cabeza algo avergonzado.
- Por favor, siéntate por aquí - le señaló su asiento - dentro de unos minutos vendrá mí hermano y te dará el boleto. Aguarda.
Mientras el capitán se marchaba hacia el próximo vagón, uno de los chicos se sentó en su mismo asiento.
- Soy Jack. Tu eres Samuel, ¿verdad?
- Si. Mucho gusto. Disculpa, puedo hacerte una pregunta.
- Si, claro. ¿Que sucede?
- Verás - comenzó Samuel - por dónde empezar. ¿Por qué aquí todos hablan el mismo idioma y no es japonés? ¿Qué es este tren en realidad? ¿A dónde vamos? ¿Por qué "su hermano" tiene mí boleto si nunca compré uno?
Respirando profundo, Samuel terminó con la rafaga de preguntas al pobre Jack.
- No te preocupes, esta de hoy fue la última parada. Tuviste suerte de estar despierto y poder subir. Te hubieras perdido la constelación Polaris.
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