Cecilia Campbell
Tras el inicio de la música nupcial, la mirada de todos los invitados se centraron en mi persona mientras ingresaba a la capilla del brazo de mi padre. La música suave acompañó cada majestuoso paso mío. Me obligué a contener el aire para verme más delgada y que el corte de mi vestido de diseñador resaltara. Asimismo, mantuve una sonrisa elegante en todo momento, disfrutando de las joyas, telas de encaje y demás accesorios lujosos que adornaban cada centímetro de mi cuerpo.
La ceremonia estaba siendo transmitida a través de todas mis redes sociales, por lo que imaginar la cantidad de donaciones y vistas me llenó de entusiasmo infinito. Cada seguidor había sido testigo de mi larga relación, incluso hice un story time de cómo me conocí con mi futuro esposo hasta mi pedida de mano en un atardecer precioso. Esos reels fueron tendencias. Sin embargo, tuve que contener el asco cuando papá entregó mi bellísima mano a aquel hombre que vestía un traje de novio y me sostuvo.
Evité hacer una mueca y fingí alegría por este momento. Su tacto me provocó tanto resentimiento y nauseas que me felicité cuando tocó leer nuestros votos matrimoniales. Fui una perfecta actriz que supo interpretar su papel de mujer enamorada. Nadie me obligaba a contraer matrimonio, ni siquiera me supondría un beneficio económico y mi prometido tampoco era un viejo. Aún así… en mi vida, también hubo una Beatrice Pinzón y un don Armando.
Ese hombre que estuvo conmigo más de cinco años, me engañó con múltiples modelos extranjeras y nacionales. Pese a ser un infiel empedernido me quedé, porque prefería atarlo que ser la comidilla en mi círculo social y de todo el internet. Respiré con profundidad, concentrando mis iris en ese sucio mentiroso cuando entrelazamos las manos. Asimismo, ejercí un poco más de fuerza para que no se olvidara de nuestra promesa. En respuesta él se estremeció al mismo tiempo que el sacerdote le preguntaba:
—Evaristo, ¿aceptas a esta mujer como tu legítima esposa? —formuló, siguiendo el protocolo. Entonces, presionó los nudillos de mi prometido para que dijera el tan ansiado sí que todos los invitados esperaban así como mis seguidores. Mi equipo entero estaba transmitiendo en vivo cada detalle de mi boda.
Ya había arreglado el problema de sus amantes, incluso el de su secretaria Beatrice, reforzando la seguridad de la iglesia para que la gente creyera que estaba siendo escoltada como princesa, así que…
—¡Yo me opongo! —apareció dramáticamente Beatrice. Mi presión arterial se disparó, no entendiendo cómo podía estar aquí. —¡Señor sacerdote, yo me opongo a esta boda! —se adelantó a la oposición. Me quedé mirando a esa mujer que se dirigió en nuestra dirección con un despampanante vestido rojo. De inmediato, vi a mi prometido comiéndose las uñas mientras lloraba como si el príncipe lo hubiera venido a rescatar del dragón. —No puede casarse, señor Evaristo cuando nos tiene a nosotras. —aclamó como representante de las amantes de Evarista. Acto seguido, ingresaron tres mujeres más con los guardaespaldas sin poder tocarlas, porque…
—¡Aún no has reconocido a nuestro hijo, mentiroso! —gritó una pelirroja, alzando a su criatura como si lo presentara en sociedad. —¡Ni al mío, me pediste un ADN cuando son como dos gotas de agua! —la secundó una peliteñida mostrando a un niño de poco más de tres años y finalmente: —¡También me prometiste matrimonio a mí hace dos semanas! —agregó la última modelo que contratamos, exhibiendo una fotografía donde se les veía acaramelados en la cama. No bastando eso, me lanzó un ramo de flores que lo agarré por reflejo y lo usé para tapar mi rostro. Estaba sudando y a punto de desmayarme, porque ese sindicato de amantes nos estaban exponiendo en vivo.
—Chicas… —sollozó Evaristo corriendo a lanzarse a su grupo de mujeres. Quedé helado, conteniendo la rabia. Cuando entré en razón, le hice una señal a mi equipo ordenándoles:
—¡Corten, corten, dejen de grabar! —exclamé eufórica, intentando disimular mis ganas de desgreñarlas. Las cuatro mujeres colmaron de reclamos, llantos, lamentos y cariño tóxico a ese infiel que lloraba como niño. —Malditas arpías, se llevaron mi dinero y me hacen esto. —susurré molesta. —¿Qué demonios grabas? ¡Apaga las cámaras! —grazné furiosa hacia mi camarógrafo más joven, pero este no reaccionó y siguió grabando mi deshonra. —¡Te dije que pararas! —me acerqué a romper su cámara, experimentando un sinfín de emociones mientras que ese sindicato alzaba en peso a su mujeriego celebrando que no se casó con la bruja, es decir, yo.
Quise desaparecer, teníamos un contrato y pese a eso… salí huyendo de ahí, gritando que dejen de grabar bajo los flashes que me cegaron, pero mis intentos fueron inútiles. El internet entero comenzó a criticarme, burlarse y apodarme Novia Sprint, ya que corrí más rápido que Usain Bolt.
***
Tenía el maquillaje corrido. Mi buzón de notificaciones estaba a punto de reventar. Mis padres no dejaban de llamarme. Todo el internet conocía e inmortalizaba mi desgracia. El único que me ayudó a escapar fue mi representante legal y manager de temas legales a quien le pedí que me llevara al aeropuerto.
—¿Piensa ir vestida así? —consultó, esperando órdenes. —Llamará la atención si sube al avión con destino a su luna de miel. —aconsejó preocupado mientras programaba el vehículo.
—¿Eh? —me desencajé. Mis planes empezaban por comprar cualquier vuelo e irme lejos, porque en cualquier lugar me reconocerían. —¡Es cierto! ¡La luna de miel! —aún estaba ida, no procesaba la humillación ni nada. Después de eso y tan pronto como bajé del auto, salí corriendo como loquita, siendo grabada por mi aspecto de disfraz de halloween. Aún así, me reí a carcajadas, sabiendo que Evaristo asumió todo el gasto de este viaje. Corrí y corrí, causando revuelo y que el personal de seguridad me escoltara personalmente a mi asiento. Estas vacaciones servirían de consuelo, sí, me obligué a contener mis sentimientos y declaré determinada: