Cecilia Campbell
No dormí, por lo que a la mañana siguiente, no puse resistencia cuando vi a las mismas muchachas que me ayudaron ayer, vestirme con su indumentaria típica. Sin embargo, me percaté que mis prendas eran mucho más elaboradas que las suyas. También, trenzaron mi cabello, aplicando lo que parecían ser cremas o baba de algún animal. De todas formas, lo nutrió mejor que todas mis lociones.
Un rato más tarde, me trajeron comida, misma que apenas toqué. Aquí no había aire acondicionado, lavadora, secadora, ni aparatos domésticos, por lo que el clima, los insectos y la suciedad impregnada a mi piel provocaron mi mal humor sumado a mi insomnio, aquí menos estaban mis pastillas para dormir. Mi único consuelo era mi bolso. Odiaba a la naturaleza, pensé tratando de no exponer mi irritación al mismo tiempo que lavaba mis prendas de diseñador y tacones en el río.
Por otro lado, no había visto al señor cosplay desde que a mitad de su banquete de medianoche, salió y no regresó. Asumí que había salido a cazar, confirmándolo con la poca presencia de hombres en la mañana, porque solo estábamos mujeres en su mayoría y unos cuantos niños que no sé de dónde salieron.
—¿Y eso qué significa entonces? —pregunté atenta pese a que mis ojos luchaban por mantenerse abiertos. Tras aburrirme de tomar fotos y grabar, me acerqué a una de las muchachas que me solían atender para aprender el idioma. Claro, también estaba cumpliendo mi misión secreta; inspeccionar la aldea. —Y si juntamos esto, es <<¿matrimonio?>> —pronuncié con extrañeza, descifrando algunas palabras tras un par de horas de aprendizaje. Alcé los hombros mientras dibujaba una carita feliz con la rama en la tierra lodosa. Mis antepasados me habían heredado una inteligencia asombrosa.
La muchacha aplaudió con una sonrisa. Asimismo, me pidió prestado la rama desde mi propia interpretación para dibujar más caracteres. Así, conforme íbamos avanzando, la fui premiando instruyéndola sobre el uso de mi cámara instantánea que para la modernidad, era un objeto antiguo y pasado de moda, pero me gustaba porque fue un regalo de mi bisabuelo. En ese sentido, me dediqué a absorber todo tipo de conocimiento hasta que la muchacha escribió algo que mi gramática escasa sobre el idioma comprendió a duras penas.
—¿Jefe? ¿Matrimonio? ¿Yo? —leí los símbolos por separado. La muchacha asintió, esperando que los uniera. No obstante, el resultado combinado fue abrumador. Me paré de golpe, manchando una parte de mi cabello con el lodo que salpicó. La piel se me erizó, los traumas de la boda regresaron y mi vista comenzó a verse nublada. —¡¿Qué me casé con quién?! —me exalté tanto que mi pecho subió y bajó como loco. La muchacha apuntó a la palabra jefe. —¿Y ese quién es? —susurré con temor y nerviosismo. De inmediato, ella lo dibujó. Es decir, era un dibujo verdaderamente feo, considerando que desde pequeña visité museos y vi obras de arte, pero… entendí la desgraciada referencia. —¡No, no puede ser! —me estiré la cara e impactada por esa verdad, corrí en cualquier dirección buscando al dichoso esposo mío. ¡Debía ser un honor para él poder casarse conmigo, pero no mío! Escuché exclamaciones de las damas que me cuidaban, aún así, yo estaba convencida que lo encontraría. Me raspé, lastimé y herí. Sin embargo, no me rendí hasta que hundiéndome más en la frondosa vegetación, volví a perderme. —¿Y si así como me perdí al inicio, me pierdo ahora y regreso con mi grupo? —solté como una boba al darme cuenta que no sabía dónde estaba. El sol desapareció y quedé en la oscuridad, escuchando a algunos insectos.
Me senté sobre una piedra, abrazando mis piernas. Estas vacaciones que tomé por venganza, queriendo dejar en bancarrota a mi ex, no estaban resultando como tal, quería demostrar que yo también podía salir adelante, y ese deseo conllevó a que me casara con el jefe de una tribu. Me masajeé la cabeza, suspirando. Mi corazón aún intranquilo pese a mi momento de reflexión, se detuvo de golpe cuando apareció una figura imponente y grande entre los árboles con una antorcha. Recordé cómo lo conocí como si fuera ayer. ¡Ah, aunque fue ayer!
—<<Aquí estabas, mujer dada por la divinidad>> —comentó serio, acercándose. Su porte me intimidó al caer en cuenta que solo era un extraño. No sé por qué había reaccionado tranquila desde ayer. Me encogí. —<<Regresemos a casa, debemos volver mañana con los demás>> —dijo palabras confusas. Rechiné los dientes y me alcé como saltamontes. Si iba a morir tarde o temprano a manos de la vida o de este cavernícola, al menos que lo valiera.
—¡Me enteré de que me han casado con usted! —reclamé molesta, apuntándolo. —¡¿Cómo, cómo pueden hacer semejante cosa?! —grité airosa. —¡No di mi consentimiento en ningún momento, es más, este matrimonio es inválido por falta de manifestación de voluntad y por no aplicarnos las mismas disposiciones legales! —argumenté agitada, volviéndome loca. No vine después de ser humillada en el altar para casarme con un completo extraño. El señor cosplay aguantó mis rabietas, pero contrario a mis deseos, en algún momento sacó una navaja. Retrocedí por instinto, sin procesar qué estaba mirando o cuándo me cortaría por mi insolencia. Ante el inminente peligro, no me amendraté. —¡Hable, diga algo así no lo entienda! ¡Me opongo a que este matrimonio continúe, quiero irme de aquí, y me iré así usted no me lleve! ¡No lo reconozco como mi esposo legítimo, y menos viviré aquí cuando… ! —escupí palabra tras palabra y aún cuando juraba que no iba a temerle, cerré los ojos al verme destrozada por su mirada tan muerta, fría e indiferente. Esperé que me cortara.
En todo caso, ya existía un testamento, así que le dejaría todos mis bienes a mis padres, hermanos y… abrí los ojos de golpe.
—<<Debes dar el ejemplo, mujer ruidosa>> —comunicó serio, sosteniendo lo que su navaja cortó. Mis ojos se llenaron de lágrimas.