Dos días después.
Cecilia Campbell
Perdí la noción del tiempo. Estaba experimentando un cansancio tan, pero tan extremo que me costaba permanecer consciente. Por momentos, al abrir los ojos, me encontraba en una ubicación distinta, como si estuvieran mudándose, al mismo tiempo en que me transportaban en una especie de camilla hecha de hojas de palma, troncos y sogas. ¿Tan avanzado era el conocimiento aquí? Sonreí, y acto me reí, habiendo perdido la cordura. Así, ahogándome en carcajadas que suplieron mis lágrimas, pude visualizar y escuchar:
—<<¿Son los efectos secundarios de los brebajes?>> —insinuó el dichoso jefe de la tribu tras aparecer en mi nublado panorama visual. Me sentía ida, acalorada. La persona a la que se dirigía era la misma anciana que bendijo mi supuesto matrimonio.
—<<¡Qué va! ¡Son síntomas de embarazo!>> —proclamó en modo broma, misma que no resultó graciosa para el hombre quien como aguafiestas le recordó:
—<<Aún no hemos tenido la ceremonia principal>> —y después de escucharlos discutir más, volví a perderme. Parecía dopada, porque un tiempo más tarde, desperté estando recostada en una amplia cama. Extrañaba demasiado mi suave colchón. Cuánto daría por regresar. Suspiré, quitándome la hoja mojada de mi frente, asimismo, permanecí unos minutos estirada en esa cama hecha con hojas y más recursos naturales.
Me sentí Moana. Solo así comprendí. Ese día que estaba recopilando información sobre la tribu, me percaté que no había niños, salvo algunos. Además, la población era muy reducida en números como para ser necesario tener un jefe que los comande. Incluso ignorando eso, lo que mejor quedó grabado en mi memoria fue que parecía recién acababan de construir la aldea, es decir, las mujeres continuaban arreglando algunas partes de sus chozas y mejorando los acabados de las mismas. ¿Por qué? De esa manera, me dejé arrastrar por mis pensamientos, olvidando el miedo, por lo que me levanté e inspeccioné el lugar donde estaba.
Sin miramientos, esta casa aún construida con materiales de la naturaleza, era gigantesca e incomparable con la otra choza. Me animé a salir y ahí mis pensamientos cobraron vida. Había el triple de personas, un montón de niños, frondosa vegetación, un terrible clima caluroso, y un montón de palmeras así como chozas bien construidas, de todos los diseños posibles. Me caí de rodillas, riéndome.
—Yo vine para disfrutar mi luna de miel, no para protagonizar el reality “Sobrevivientes: Edición selva” —me comí las uñas, odiando vivir la realidad de ese programa. De repente, la realidad me golpeó al percibir una ventrisca en mi nuca. Por reflejo, quise tocar mi larga cabellera, encontrando solo rastro de un corte mal realizado.
El sentimentalismo me golpeó y los miembros de esa comunidad, viéndome patética, recién se percataron de que estaba ahí. La misma chica que me atendía junto con otra, exclamó corriendo hacia mí:
—<<Mi señora, no puede estar ahí, pronto se convertirá en la consorte sagrada>> —priorizó levantarme y limpiar mi ropa. Mis ojos se desenfocaron, pareciendo una muñequita sin vida. La chica cuyo nombre respondía a Aris, me regañó utilizando un vocabulario tan sencillo que me hizo sentir querida, porque se esforzaba por hacerme entender. Asimismo, me dirigió a la enorme casa que habitaba. —<<¿Se encuentra bien? >> —preguntó cepillando mi cabello. Negué con la cabeza.
—¿Qué es eso de consorte sagrada? —indagué, reparando en el aspecto más elaborado de Aris. Su cabello era corto, siendo adornado por unos cuantos accesorios, los ojos los tenía delineados de negro y en sus brazos había una especie de tatuajes en tinta roja, además de tener pulseras colgando de sus muñecas.
Aris se emocionó.
—<<¡Señora! Ser recibida como consorte sagrada por el jefe significa que se hará su ceremonia nupcial oficial y será reconocida. El ritual de la otra vez también es una especie de casamiento, pero es una muestra de respeto a la divinidad>> —parloteó. Aún si empleaba un vocabulario sencillo, hubo muchas palabras que no comprendí. Parecía feliz, ¿acaso no se daba cuenta que yo no pertenecía aquí?
—¿Puedes ayudarme a regresar a mi casa? —pedí auxilio. No me preocupaba las repercusiones. Aris se detuvo de trenzas mi cabello. —Te recompensaré. Es más, buscaré a alguien más que sea esposa de tu señor y cumpla con esa de la divinidad. —expliqué con nerviosismo. Aris me volteó y tomó mis manos.
—<<No puedo hacer eso. La divinidad la ha mandado a nosotros>> —declaró con una sonrisa amable. No iba a manipularme. Giré la cabeza. —<<Los preparativos se culminarán en una semana. Por hoy descanse, desde mañana le presentaré a las damas, y demás>> —pidió comprensión. Y así se fue.
Mis labios temblaron.
Quería irme.
***
Estaba tan irritada, sumando que me negué a comer en todo el día. Aris no paraba de recordarme mi deber con la supuesta divinidad, intentando distraerme para que comiese. Sin embargo, eso solo ocasionó el efecto contrario. Aparté el cuenco de barro con un manotazo. El guiso espeso salpicó la mesa de madera y algunas gotas fueron a dar a mi vestido improvisado.
—¡No voy a comer nada! —grité con el estómago vacío, la garganta reseca y las manos temblando. Me negaba a ceder. Si no iban a ayudarme, entonces no iba a ser recíproca.