Dos días después.
Cecilia Campbell
Sentía que mi esfuerzo no era correspondido. Tras esa noche, mi rebeldía se quebró, pensando que ¿debía adecuarme a mi nueva vida si tal vez nunca me encontraban? Mis arrepentimientos llegaron muy tarde, creyendo que no volvería a ver a mi familia. Extrañaba tanto a mis padres, mis hermanos, tíos, abuelos y al bisabuelo. Suspiré agotada, experimentando ese dolor de cabeza intenso. Quizás de tanto mirar fijamente el sol, mis retinas se habían quemado.
Escuché pasos, a sabiendas que se trataba de Yaván, aquel hombre que comandaba a los demás, y el mismo que solía vigilarme cada que venía a “asicalarme”, sí, un árbol alejado se había convertido en mi baño personal. ¡Qué humillación! Sentí mi rostro arder. Me convencí que no existía nada más aterrador que las redes sociales, sin embargo, me equivoqué. ¡La naturaleza y desconexión total daba miedo! Durante estos días, me instruyeron sobre las costumbres en la medida de lo posible.
Todas las mujeres tenían el cabello corto, pues representaba su determinación de soltar los placeres o la vanidad para entregarse a su comunidad y protegerla, porque en las guerras territoriales, las mujeres también luchaban. Asimismo, y algo que me encontraba mundano así como contradictorio era que debían su obediencia a los hombres. Aún si Yaván actuaba distinto conmigo según Aris, seguía siendo un hombre criado bajo esas costumbres y esperaba que yo me adaptara. De eso me daba cuenta al notar su escaso interés por comunicarse bajo mi idioma. Es más, parecía querer que yo aprendiera su lengua.
—<<Cecil, hora de la ceremonia nupcial>> —sus iris cobradizos y brillantes dominaron mis ojos apagados. ¿Qué más me quedaba? No respondí.
En respuesta, él se limitó a agarrar mi mano, queriendo que lo siguiera, pero no tenía voluntad. A continuación, me levantó en peso y me llevó a la choza donde vivía. Ahí me esperaban las mismas mujeres que me atendían en conjunto con Aris. No obstante, esta vez me adornaron con otras ropas más elegantes, prepararon mi cabello y en las puntas de los mechones negros, introdujeron tubitos metálicos y plateados, justo como esos que veía en la serie de egipto. En complemento, hicieron rayas rojas en forma rectangular, de buen grosor en mis brazos. Por último, colocaron flores variadas en mi cabello como una corona.
Así, una vez que concluyeron con mi atuendo, se apartaron con lentitud, haciéndome una reverencia como si fuese alguna especie de diosa. Me sentí incómoda, porque ni siendo una Campbell, la gente me reverenciaba o se arrodillaba. Acto seguido, Aris me direccionó, argumentando:
—<<Es momento, consorte sagrada>> —me indicó lo que debía hacer después. Entonces, caminé por todo un sendero con ellas siguiéndome. Como influencer y modelo, había recorrido innumerables pasarelas, pero ninguna como esa. Esto en razón a que ni bien mis ojos se encontraron con ese cavernícola mejor vestido, la lluvia comenzó a caer a riachuelos.
Todos se alegraron, saltando y silbando como cuando se gana un mundial esperado. Entrecerré los ojos, no comprendiendo. Completé solo la mitad de su curso de historia universal, pues Yaván les ordenó que me hicieran entender la importancia de mi rol. Consideré que dando a luz a un bebé sería más que suficiente. Sin embargo, me enteré que ese solamente era uno de mis minúsculos deberes.
Me sentí tan distinta, tan… disfrazada de árbol de navidad versión Temu. Los tubitos plateados en mis cabellos sonaban como cascabeles y las flores se me resbalaban a cada minuto. En serio, parecía más piñata que consorte sagrada.
—<<No se detenga, consorte>> —me apuró Aris, percatándose que me había quedado parada. ¡Ni que fuera tan fácil!
Yo quería caminar dignamente, como en mi incompleta boda, pero mis sandalias improvisadas parecían de cartón mojado, haciéndome patinar como Bambi en hielo. Entre apuros, llegué hasta Yaván, mismo quien me ofreció un cuenco de algo verde, espeso y burbujeante. Lo miré con miedo.
—¿Es…matcha latte? —pregunté con mi mejor sonrisa. Él me miró con bastante seriedad, como si hubiera insultado a sus ancestros. Lo observé un buen rato, oyendo al montón de gente cantar mientras que la anciana del primer día recitaba un poema. Yaván no cedió.
—<<Sello de unión>> —entonó en medio de griterios de felicidad para la lluvia. Me encogí de hombros no captando hasta que respingué al revivir: —<<¡Bébelo!>> —y como si recordara las órdenes de papá, di un sorbo y ¡pum!, sentí que estaba tragando césped mezclado con caldo de rana. Tosí tanto apenas tuve algo de fuerza para que Yaván agarrara mi mano y la alzara con la suya. Por la diferencia de altura, quedé como llavero a su lado, siendo testigo de: —<<La protección de la divinidad se ha restaurado, ¡uh!>> —proclamó, aullando como lobo. En respuesta, los demás también aullaron. Torcí la boca.
Lo único que aprendí es que la consorte es una especie de meteoróloga, pero… ¿por qué parecía algo más importante? Temí que fuera una clase de secta.
—<<¡Viva la consorte, viva la divinidad!>> —exclamó la anciana.
Ugh, sí. ¡Dichosa divinidad! ¡Me va a dar diarrea lo que bebí! Puse mala cara, siendo probablemente la única con un rostro desdichado. Al instante, me enderecé cuando Yaván, tomó ambas manos mías y se acercó, cerrando los ojos. Tragué grueso, ¿qué estaba planeando? Mi piel se congeló notando cómo se acercaba más su rostro hasta que contuve la respiración y… ese desgraciado con taparrabo comenzó a olerme, hurgando con su nariz en mi cuello, clavícula y finalmente, concentró sus iris sobre los míos. Era como Tarzán inspeccionando a Jane. Y solo entonces, pude ver cómo besó mis nudillos, me sonrió, poniéndome una corona similar a la suya tras arreglarme el cabello. Estaba adornada de plumajes de pavo real, pequeñas gemas y listones dorados, así agregó :