Expuestos en vivo

08: Legisladora de la tribu

Cecilia Campbell

Nunca me había sentido tan humillada como cuando fui expuesta en mi boda. No solo pasé una noche infernal, sino que también con el temor de que cada grito o bosteza fuera malinterpretado. El amanecer apenas doraba las chozas cuando escuché un murmullo creciente afuera. Yo, que seguía hecha un ovillo bajo las mantas, teniendo los ojos rojos por el insomnio, me dije: Seguro es la cría de puerca con la que Yaván durmió abrazado.

Sin embargo, me equivoqué, pues respingué en cuanto la choza se vio invadida por Aris junto a mujeres conocidas y desconocidas, cargando flores, frutas y tocando un tamborcito. Un batallón de mujeres corpulentas y aguerridas, yo era la única en la tribu con una contextura delgada y débil. Me asusté tocando mi rostro escaso de skin care, percibiendo cómo mi piel yacía muy reseca, agrietada, las lagañas adornaban mis ojos y mi aliento apestaba a ajo antivampiro.

<<Felicidades por consumar la noche de bodas, consorte sagrada>> —agradeció Aris. —<<Felicidades, consorte sagrada>> —repitieron en coro las damas, haciéndome una reverencia como si fuera mi cumpleaños. Yo me aferré a la manta, confundida, entonces cuestioné:

—¿Consumar? ¿Noche de bodas? —solté en un hilo de voz, sorprendiéndome yo misma por mi tono ronco y afónico. Me agarré la garganta, a sabiendas que no dormí tan abrigada. No obstante, me topé con una reacción distinta, pues la mayoría de las damas casadas se sonrojaron y se abanicaron.

Aris, quien era incapaz de leer el ambiente actual, no se sonrojó hasta que una dama de mediana edad le susurró al oído con discreción. ¿Por qué? ¡¿Por qué hacían esos gestos faciales?! Me estiré el rostro, aclarando:

—No pasó nada, mi garganta está así, porque… —iba a explicarme, pero Aris se arrodilló como en época de esclavitud, corrigiendo su comportamiento al decir:

<<¡Mi señora, no necesita dar explicaciones!>> —se adelantó. Yo negué, queriendo decir:

—Necesito explicarlo, yo…

<<Mi señora, le reiteramos nuestras felicitaciones>> —acaparó la atención, siendo ejemplo del resto que la imitaron. Suspiré, no teniendo ganas de más. Asimismo, procedió a anunciar: —<<Las damas de mayor rango y sus afines han venido a saludarlas>> —declaró. Así, las damas se colocaron en fila. Aris en todo momento se mantuvo a mi lado para ser intérprete. Ella fue la que más rápido aprendió mi vocabulario básico en mi idioma natal. Durante el fanmeeting, por reflejo comencé a acariciar a la cría de puerco. ¿Me acostumbré? No lo sé, solo pensaba que era mi pequeño perrito de raza y con pedigree, por lo que lo dejé estar en mi regazo. Estuve absorta en mis pensamientos, fingiendo escuchar y estar presente hasta que:

—<<¡Ayer los dioses debieron escuchar cada rugido de amor mientras concebían al heredero!>> —tuvo un desliz de lengua, una dama que sonreía. Enarqué una ceja, ¿rugido?

—¿Rugido? —las damas chismosas asintieron. —El único rugido aquí fue el de Yaván cuando se atragantó con su saliva durmiendo. —susurré.

Ellas estallaron en risas, sin siquiera escucharme. Entonces, añadió:

<<Su fuerza debió ser grande, consorte>>—elogió mi resistencia. Parecía una plática de adolescentes, de aquellas que tenía con mis primas. Puse mala cara. —<<¡El jefe se quedó dormido tan profundo que no lo hemos visto moverse desde anoche!>>—se meció a ambos lados, ilusionada y expectante de obtener más detalles.

Contuve mis ganas de reírme, y de reojo vi ese gran montículo gigante del otro lado de la cama. Literalmente, no lo habían visto aparecerse, porque seguía durmiendo ahí. En consecuencia, se giraron todas hacia Yaván, que todavía roncaba como un tractor encendido. Yo puse los ojos en blanco.

—Sí, claro, una fiera en la cama. —me burlé, agarrando las orejas del puerco. —Más bien, una fiera que ronca en todos los tonos musicales. —elogié con sarcasmo. Si quería ser cantante de ópera, tendría un buen futuro.

Posterior a ello, las mujeres comenzaron a dejar sus regalos de boda; una cesta de frutas, un collar de dientes de no sé qué animal y hasta un gallo vivo que dio carrera dentro de la choza. Como si fueran perro y gato, mi cría de puerco salió corriendo. En respuesta, salté sobre la cama y grité:

—¡No, no, no! ¡El gallo no! ¡Ya tengo suficiente con este que está acostado! —señalé a Yaván, que seguía roncando como si nada. La mayoría de damas echaron a reír, pero las más jóvenes, aquellas que vinieron con el título de “afines”, me lanzaron miradas que supe reconocer de inmediato.

Una vez que concluyeron los saludos, oficialmente esa manada de extrovertidos me adoptaron a mí, ¿una introvertida? Perfecto. Ahora resulta que mi luna de miel oficial incluye gallos sagrados, ronquidos ancestrales y un público que cree que anoche fui una estrella de cine para adultos. Ugh, ¡Dios! me lamenté en todos los idiomas posibles. Con posterioridad, Aris y otras damas me acompañaron al río a bañarme. Al menos, me dieron privacidad para enjuagar y lavar mi cuerpo. Después de eso, me cambié de ropa y mientras Aris me desenredaba el cabello con sus dedos, percibí un olor que odié. ¿La razón? ¡Provenía de mi propia boca! Ya había roto muchas de mis reglas impuestas por seguridad de mi higiene.



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En el texto hay: matrimonio, boda viral, tribu

Editado: 10.10.2025

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