Cecilia Campbell
Los cavernícolas tenían músculos cerebrales en lugar de neuronas. Estaba cansada, tanto mental como físicamente. Mi fuga no solo había sido un rotundo fracaso como mis primeros anuncios de marketing, sino que también iba a ser canonizada como Santa Cecilia de la tragedia uterina. A veces, el comportamiento de Yaván me generaba demasiadas dudas, porque no se comportaba o actuaba igual que el resto de hombres, ¿será porque siempre estuvo destinado a ser jefe? Suspiré, ya no podía más.
Si seguía dejando que esta gente pensara que mi útero era un altar maldito que sangraba por pecados inexistentes, moriría de estrés. Despedí a todos los presentes, quedándome únicamente con Yaván. Mi huida fue disfrazada, porque nadie podía enterarse que la consorte, quería huir. Tenía sospechas sobre quién me delató. En fin, lo resolvería después.
Planeé fugarme durante la madrugada por estrategia, por lo que con todo este tiempo transcurrido, ya había amanecido. Me metí a la lujosa choza ¿matrimonial?, y busqué mi bolsa, rogando que aún me quedaran toallitas de repuesto. Posterior a ello, abrí mi bolso infinito con dramatismo. Brilló un halo de esperanza: ¡Ahí estaban! Me sentí tan bendecida. Un par de toallitas todavía sanas, en su empaque rosado con florecitas. Mi salvación.
—¡¡Aleluya!! —grité levantándolas al aire como si fueran el Santo Grial.
Yaván, que me había seguido como un perro guardián junto al gran jaguar y a la cría de puerco, tuvo curiosidad y arqueó las cejas, intrigado.
—<<¿Qué ser?>> —cuestionó, acercándose a olerlas. Le di un manotazo en la nariz.
—Esto es privado ¿ok? —lo espanté, porque no iba a permitir que me las estropeara o contaminara. Acto seguido, cogí una cesta, tomé esas ropas que me solían poner y no tenía otra opción. Asimismo, mis inventos, y toallas para emprender camino al río. —Mantén la distancia. —le ordené cuando percibí que iba a seguirme.
El hombre retrocedió y se dedicó a custodiar los alrededores mientras me estaba aseando y me ponía decente. Una vez concluí con los preparativos, hubo un aspecto que no pude ignorar. Me senté sobre una roca plana, crucé las piernas con la solemnidad de maestra de primaria y tracé círculos en la arena con un palo. Asimismo, lo llamé con prisa. Frente a mí, Yaván me observaba con la misma concentración con la que alguien esperaría un ritual de invocación. No comprendía por qué lloraba o lamentaba la pérdida de su linaje cuando en realidad nosotros no…
—Hoy impartiré clases de educación sexual. —declaré determinada a borrar esos estigmas sobre mí. —Primero —expliqué, usando una rama como puntero láser imaginario—, las mujeres tenemos un ciclo. —comenté, sobando mi vientre hinchado. —Cada mes, el cuerpo prepara una habitación de lujo para un bebé. Pero si el bebé no viene… ¡paf! fiesta cancelada. La habitación se vacía. —dibujé en la tierra.
—<<¿Fiesta?>>—parpadeó Yaván, tratando de asociar esa palabra con una conocida. —<<¿Cancelar ritual en tu vientre? >> —dedujo. Chasqueé.
—Exacto. Y la decoración… sale por aquí —señalé con discreción hacia abajo, haciendo referencia incluso a las manchas rojas. Yaván abrió los ojos como si hubiera descubierto el verdadero sentido del universo. —Es biología. —añadí con obviedad, no comprendiendo cómo es que ninguno de los hombres de la tribu le explicó sobre la creación de niños. Me levanté con teatralidad, recogí piedras del suelo y las usé como material didáctico. —Mira: esta piedra es el óvulo. Esta otra es el espermatozoide. Cuando se juntan… —choqué ambas piedras y por accidente salió una chispa— ¡boom, bebé en camino! —sonreí orgullosa.
Yaván retrocedió como si hubiera visto magia negra.
—<<¿Piedras crean vida?>> —se asombró como un niño. Me frustré.
—No, estas piedras no, bruto. Era solo un ejemplo. —murmuré harta de su idiotez. —El punto es que, si el óvulo no se encuentra con el espermatozoide, pues… el cuerpo limpia la habitación. Eso es la menstruación. —di mis conclusiones.
—<<¿Nuestro bebé?>> —la tristeza volvió a invadirlo. Entonces, avanzó arrodillado hasta que tomó mis manos. Me incomodé. —<<¿Y-yoo lastimé a bebé?>> —pronunció preocupado, teniendo la voz entrecortada. Su reacción tan… uff, no pude evitar consultar:
—¿Cómo se crean los bebés? —su respuesta definiría todo.
Él lo pensó.
—<<Dormimos juntos, eso dijeron que hacer yo>> —explicó honesto y genuino, estando convencido que concebiría a la primera como un semental. —<<Tu vientre es…palacio…yo guardián de nuestra familia>> —entendió lo que quiso. Me contuve para no estallar en carcajadas. Estaba molesta porque él me trajo aquí, impidió mi fuga, me imponía sus costumbres, quería que fuera alguien que no soy, pero…
Envolví su cuello y cabeza con mis brazos, abrazándolo. Iba a seguir burlándome y divertirme, sin embargo, no podía jugar con algo tan sensible. Estaba a punto de sacarlo de su ignorancia hasta que dijo:
—<<Juro que protegeré tu… ¿qué dijiste? ¿Tu… ciclo Netflix?>> —fue tanta su seriedad, que me eché a reír. Su rostro se tensionó por mis burlas. Reí y reí, arrepintiéndome cada vez que un riachuelo rojo bajaba y me dolía.